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No eres una superheroína. No dominas ningún arte marcial ni tienes poderes o habilidades especiales más allá de hacer unos cupcakes cojonudos. Eres una chica sin más, del montón.

Pero también eres una superviviente.

Has sobrevivido a desempleo, bancarrotas, relaciones abusivas y al sinnúmero de veces que te han roto el corazón; y aquí sigues. También sobrevivirás al chalado con personalidad múltiple.

Si no te mata antes, claro.

En lugar de pasarte la noche en vela muerta de miedo, llorando y sintiendo lástima de ti misma (resiliencia, t/n), te la pasas en vela, pero calculando cómo vas a salir del follón en el que te has metido. Mejor dicho, en el que tus impulsos calenturientos por un tío buenorro te han metido. Ya te has reprochado mil veces que, si no hubieses roto tu propia regla de no volver a involucrarte con hombres, nada de esto habría pasado. Pero a lo hecho, pecho.

Consideras, y luego descartas, llamar a la policía. ¿De qué vas a acusar a Eddie, y qué pruebas puedes aportar? Todo lo que tienes es una conversación rara con su "amigo imaginario" escuchada a través de la puerta de tu baño. La policía se partirá el culo de risa si vas a denunciarle con una historia así. Además, en ningún momento ha sido agresivo contigo, todo lo contrario. No ha llegado a ponerte un dedo encima... bueno, ninguno que tú no quisieras que te pusiera, y fue él quien lo detuvo todo antes de que las cosas llegaran demasiado lejos.

En el mejor de los casos, te harán una prueba de alcoholemia, y cuando des positivo pensarán que son desvaríos de borracha. En el peor, creerán que te lo estás inventando todo por despecho, para vengarte de Eddie por haber cambiado de idea sobre acostaros.

No, la policía no te ayudará. Tampoco lo hizo cuando Trevor se llevó todo tu dinero al abandonarte.

Tu única salida es poner tierra de por medio, como hizo Anne Lewis. Esto supone volver a mudarte, perder el negocio con la señora Chen y quién sabe si también tu trabajo en la cafetería; lo que es comenzar de cero, otra vez. Odias la idea, por fin estabas empezando a encontrarte cómoda aquí, pero lo primero es lo primero.

Te pasas el resto de la noche haciendo las maletas y buscando en Internet anuncios de pisos de alquiler alejados de tu bloque, pero dentro del barrio; por si se da el milagro de que puedas mantener tu empleo en la cafetería. Vas localizando y descartando, solo con dos criterios: 1) Que su renta esté dentro de lo que puedes permitirte; y 2) Que queden libres para entrar a vivir cuanto antes. No es tan fácil como pensabas.

Esa mañana, antes de salir de casa, llevas a cabo una auténtica operación de vigilancia para evitar encontrarte con Eddie. Vigilas durante un rato la puerta del apartamento de enfrente, y cuando no detectas señales de movimiento, sales escopetada hacia las escaleras y las bajas tan rápidamente que estás a punto de caerte. Por suerte, hoy tienes turno de tarde en la cafetería, con lo que puedes dedicar la mañana a visitar los pisos que seleccionaste durante la madrugada. Por desgracia, la mayoría son aún más cutres que el tuyo actual cuando comenzaste a vivir en él.

Al final te decides por uno espantoso y en un emplazamiento horrible, pero que queda disponible al día siguiente. El propietario huele tu desesperación y te exige una fianza desorbitada y un par de meses de alquiler con antelación, lo que se comerá todos los ahorros que con tanto esfuerzo habías conseguido reunir, pero no te importa. No podrás poner en marcha tu sueño si estás muerta.

Enseguida vas al banco para sacar el dinero del apartamento nuevo, que tu futuro casero quiere en metálico (y en negro); y después, te paras en una de esas tiendas "especiales" por las que, pagando un poco más, puedes hacerte con un arma sin necesidad de esperar el período de rigor para que comprueben tus antecedentes, como marca la ley. Sales de allí con una pequeña Glock de 9mm, lo bastante compacta como para que te quepa en el bolso. Es un gasto que no puedes permitirte, no sabes disparar y tampoco te gustan nada las armas, pero necesitas tener algo para defenderte más eficaz que un cuchillo de cocina. Después de eso, te vas a trabajar.

Al regresar del trabajo, hecha polvo después de la noche sin dormir, la mañana de caminatas por todo el barrio buscando piso y el turno maratoniano en la cafetería, aun así buscas energía para repetir la operación "entrar sin ser vista". Abres la puerta del bloque (solo un poco, apenas una rendija) y metes la cabeza para echar un vistazo. El vestíbulo está desierto: es tu oportunidad. 

Te metes corriendo en el bloque, y corriendo también atraviesas el vestíbulo. Solo unos cuantos tramos de escaleras te separan de tu apartamento. Deberías ir sacando las llaves de casa para ahorrar tiempo.

Empiezas a subir las escaleras, mientras tu mano se pierde en tu bolso en busca de las llaves. ¿No es exasperante que, cuanta más prisa tienes por encontrar una cosa en el bolso, más tardas en localizarla? Las llaves, la cartera, el teléfono móvil cuando está entrándote una llamada... Parecen oler tu necesidad y se hunden en las profundidades del bolso con perversa eficacia. La deficiente iluminación de las escaleras (con esa luz que se apaga y hay que estar encendiendo cada quince segundos) tampoco te ayuda en tu tarea.

Reniegas y sueltas todas las palabrotas que conoces, pero no quieres detenerte; sigues subiendo escaleras y rebuscando en tu bolso con la mano. Por instinto bajas la vista hacia la abertura de ese triángulo de las Bermudas que tienes por bolso, y toda tu atención está puesta en encontrar las putas llaves de los cojones.

Por lo que no te das cuenta de los pasos que bajan las escaleras viniendo a tu encuentro hasta que te das de bruces con la persona a la que pertenecen.

Al chocarte con el pecho (amplio, musculoso y masculino) de alguien, elevas la vista hacia él y cuando te das cuenta de quién es, tragas saliva.

Habíamos dicho que una de las peores cosas de liarse con un vecino y que no salga bien eran los encuentros incómodos en las escaleras, ¿verdad?

Pues sí, esto es bastante incómodo.

Por no hablar de aterrador.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora