Te giras y ves a Eddie detrás de ti, sonriente él también. Si está ebrio, no se le nota ni en la voz ni en su apariencia: con su esmoquin, sigue teniendo ese aspecto tan magnífico que te quita el aliento al verle.
—¿La has pedido para mí? Gracias, es un detalle. ¿Pero cómo sabías que me gustaría?
Él se encoge de hombros.
—Siempre te oigo escuchar música de los ochenta en tu casa. Y esta me pareció apropiada para esta noche... ya sabes... "dama de rojo". —Te señala, haciendo referencia a tu vestido.
—Es granate —le corriges, entornando los ojos. Los hombres jamás distinguirán bien los matices de los colores.
—Bueno, es un tono de rojo, ¿no?
—Supongo. ¿Te gusta el color rojo? —añades, por sacar conversación.
—No especialmente —admite. Al ver tu cara, explica—. No es por ti, es un vestido muy bonito; es porque el color rojo nos... quiero decir, me trae malos recuerdos.
—Vaya. —Tuerces el gesto. No tenías más donde elegir, pero ya es mala suerte que el único vestido que tienes sea de un color que odia.
—Pero a lo mejor eso cambia esta noche —añade, y te ofrece su mano—. ¿Quieres bailar?
Por un momento, vacilas. Temes que entre lo romántico del ambiente y la cercanía, pierdas la capacidad de disimular que has estado manteniendo estas semanas y él se dé cuenta de lo muchísimo que te gusta. Pero qué demonios: las probabilidades de que vuelvas a tener la oportunidad de tener un baile lento con tu sexy vecinito son las mismas que las de volver a disfrutar de una opípara cena y bebidas buenas por la cara. Es decir, de pocas a ninguna.
—Por qué no —respondes, y tomas su mano para seguirle al centro de la pista. Solo el contacto de su mano con la tuya te pone nerviosa, lo cual no es buena señal, pero te obligas a mantener la calma.
Bastará con que tomes un par de precauciones básicas: guardar un mínimo de distancia (nada de restregarte contra él ni de agarrarle el culo, por tentador que resulte); y no mirarle a los ojos durante demasiado tiempo.
Pero como siempre, Eddie no te lo pone fácil.
Para empezar, te atrae contra sí al bailar: a la mierda la distancia. Por un momento contienes la respiración al sentir su cuerpo pegado al tuyo, pero sigues luchando por aparentar que para ti todo esto es de lo más casual. Intentas ignorar la sensación de tus pechos apretándose contra su torso, su brazo rodeando tu cintura y... prefieres no pensar en vuestros cuerpos rozándose más abajo de ahí. Observas a las otras parejas bailando a vuestro alrededor, sobre todo por evitar su mirada, y ruegas a Dios y a la lista completa del santoral para que no se dé cuenta de que estás temblando, de que es él quien te hace temblar.
Tratas de concentrarte en la música para abstraerte del resto de sensaciones que te provoca, pero solo lo empeora. Nunca te habías parado a escuchar la letra de esa canción y te das cuenta de que Eddie seguramente tampoco lo ha hecho, de lo contrario nunca te la habría dedicado. "Lady in red" habla de alguien que se enamora de una chica vestida de rojo durante una fiesta, pero seguramente él no se ha percatado de eso y solo le ha parecido adecuada por el título y por el color de tu vestido. Los hombres nunca suelen profundizar tanto.
Empiezas a desear que la canción se acabe ya. Lo que estás experimentando junto a Eddie es una tortura. Es una tortura exquisita, pero sigue siendo una tortura.
—Hueles muy bien... —le oyes susurrarte al oído. El calor de su aliento cosquillea en tu oreja, provocándote un delicioso escalofrío.
—Gracias —contestas, tragando saliva y todavía esquivando su mirada.
«Tan apetitosa... como para comerte...»
¿Pero qué carajo...? Esa no es la voz de Eddie.
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Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)
FanfictionFantasía romántica (y picante) con Eddie Brock / lectora, perfumada con el dulce aroma de unos cupcakes de chocolate y ambientada al ritmo de clásicos de los ochenta. Eddie Brock es tu vecinito buenorro del apartamento de enfrente. Te atrae una barb...