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Haces la llamada y un pedido bastante generoso (ahora que sabes que Venom va a cenar también, tienes que añadir mucho extra), prácticamente media carta de vuestro restaurante chino favorito. Después te preparas para poner la mesa, intentando alejar de tu mente la idea de que ahora mismo Eddie Brock está en tu cuarto de baño, duchándose. Desnudo (obviamente).

Ay, Dios. Cada vez que ocurre algo físico entre vosotros, como la noche de la boda de Anne, o lo del otro día, te resulta más difícil regresar al punto de partida y actuar como si no sucediera nada. Haces el esfuerzo (se ve que ambos lo hacéis) por disimular, pero te preguntas si a Eddie también se le habrá pasado por la cabeza, al igual que a ti, el recuerdo del otro día: de cómo te besó, y cómo te tocó, y cómo te hizo correrte.

Tanto es así que se te cae una de las latas de cerveza que habías sacado de la nevera para la cena, y cuando te inclinas para recogerla sientes algo de frío en el trasero. Entonces te acuerdas de algo muy importante: Eddie no es el único que está desnudo ahora mismo. Tú también lo estás... bajo tu cárdigan.

Vale, expliquemos esto. Cuando saliste de bañarte, un rato antes de que llegase Eddie, no te apetecía vestirte, y te limitaste a ponerte el cárdigan por encima, sin ropa interior ni nada. Para ser imitación de angora (jamás en la vida podrías permitirte angora auténtico), es suave y calentito, y te encanta sentir su tacto sobre tu cuerpo desnudo. Además, es una prenda oversize, así que cuando lo llevas totalmente abotonado, como ahora, te llega un poco como un vestido a medio muslo.

Pero si te sientas frente a Eddie así, ese largo no será suficiente. A la mínima que se te suba un poco, se te verá todo.

Ponte al menos unas bragas, mujer.

Lo malo es que todas (incluso las del cesto de la ropa sucia) las tienes en tu dormitorio, y Eddie está a punto de salir del baño al dormitorio. Tendrás que darte prisa para conseguir unas.

Vas corriendo hacia tu cuarto, tan apurada que no te percatas de que ya no se oye el sonido del agua de tu ducha corriendo. Abres el cajón de tu cómoda, y cuando estás a punto de agarrar unas braguitas, se abre la puerta de tu baño. Sueltas la prenda y cierras de golpe el cajón: si Eddie te ve con las bragas en la mano, ¿qué va a pensar? Se dará cuenta de que no llevabas nada antes, cuando hablabas con ellos.

—Vaya, t/n, no sabía que estabas aquí —dice él.

Lo que faltaba: ahora va a creer que has estado todo el rato en el dormitorio, acechándole. En fin...

Te giras, dispuesta a murmurar una excusa, pero las palabras se quedan atascadas en tu garganta. Eddie (gracias a los dioses) no está completamente desnudo, pero tampoco está vestido del todo. Lleva puestos unos jeans (que le sientan increíble, por cierto) y unas botas, pero aún no se ha puesto la camiseta limpia y tienes otra glo-rio-sa imagen de su torso y sus tatuajes. Que Dios te dé fuerzas para no tirártele encima.

Tiene el cabello húmedo y peinado hacia atrás, se ha recortado un poco la barba y ya no huele a perro mojado (el aroma de tu gel de ducha es unisex, a cítricos y brisa marina)... vamos, que pinta de vagabundo tiene ya más bien poco. ¿No es injusto cómo los hombres solo necesitan una ducha de cinco minutos, peinarse un poco y acicalarse la barba como lucir como dioses y que las mujeres tengamos que pasar por un proceso infinitamente más largo y laborioso?

Preguntas metafísicas aparte, Eddie Brock semidesnudo ante ti es otra visión que, al igual que su sonrisa, conseguiría, de forma instantánea, provocarte una inundación en las bragas.

Es decir, si las llevaras puestas.

Esbozas una sonrisa nerviosa, como en los tiempos en que Eddie era solo un vecinito buenorro para ti y tú tenías que disimular lo muchísimo que te gustaba.

—N-no, solo que no encuentro mi bolso para pagar al repartidor, y... no sabía si lo tenía aquí —te justificas.

—Si ya te he dicho que invitaba yo —responde él, de forma casual. Pero tienes la impresión de que en el fondo de sus ojos brilla una luz divertida, como si dijera "¿te gusta lo que ves?". O tal vez sean paranoias tuyas.

Ambos miráis por toda la habitación, sin encontrar el bolso en ningún sitio. Nada que te sorprenda, porque sabes que está en la mesita junto al sofá, en el salón.

—Me... me lo habré dejado en alguna otra parte... —murmuras, sin poder apartar la vista de esos pectorales tatuados. Da igual cuántas veces los hayas visto, siempre te tendrán hipnotizada.

«Sus ojos están más arriba, dulzura» comenta mordazmente el simbionte, surgiendo de la espalda de tu vecino.

Eddie se apresura a ponerse la camiseta mientras riñe a Venom por desvergonzado, pero el daño ya está hecho. Sientes como si tus mejillas se abrasaran, seguramente tendrán el color de un caramelo de cereza. Intentas defenderte, decir que no le estabas mirando a esa zona (mentira cochina, pero hay que negarlo hasta el final), pero de tu boca solo salen balbuceos inconexos.

Finalmente, consigues pronunciar con más o menos coherencia, la frase: "Voy a salir, no sea que llame el repartidor y no le vayamos a oír". Y huyes, con las mejillas aún ardiendo, odiándote a ti misma por ser tan torpe y vergonzosa...

...ah, y sin bragas.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora