—¡Wow! —es todo lo que dice Eddie al verte. Nada más.
En sus ojos hay sorpresa, admiración y algo más que no puedes identificar. Tras esa exclamación de asombro te contempla en silencio, durante tanto tiempo que empiezas a sentirte incómoda. A lo mejor ese "¡Wow!" no es tan positivo como creías, puede que debieras haberte arreglado de forma más discreta.
—¿Voy bien? —acabas preguntando, algo insegura—. ¿O me he pasado? -De cualquier modo, si te has pasado, ya no tiene remedio.
—Vas mejor que bien —contesta-. Estás impresionante.
Respiras, aliviada. Al menos el tiempo y el trabajo que le has dedicado a tu imagen no han sido en balde. De todas formas recuerdas que hasta el momento, él siempre te había visto hecha un desastre, con ropa de casa o el uniforme de camarera de la cafetería y sin maquillar, por lo que no tiene mérito que te vea mejor al haberte arreglado.
—Gracias. Tú también estás muy guapo.
"Guapo" es un mero eufemismo. Si Eddie Brock te parece atractivo con su ropa informal de siempre, incluso en pijama y albornoz como suele ir a menudo por su casa; con ese elegante esmoquin de alquiler, bien peinado y pulcramente afeitado es una visión celestial. En serio, olvídate de querubines con alitas tocando el arpa: cuando te mueras, un tipo así es lo que quieres que te reciba en el cielo.
Está tan arrebatador que la idea que se te pasa por la cabeza es agarrarle por las solapas de la chaqueta del esmoquin y arrastrarlo por ellas al interior de tu casa y hasta tu cama, para arrancarle la ropa y hacerle el amor de forma salvaje. "No vayas a esa boda para sufrir, Eddie: yo puedo hacer que esta noche sea la mejor de tu vida".
Pero por supuesto, no haces eso. Alzas tu índice para pedirle que te espere mientras terminas:
—Un momento, enseguida estoy lista.
Mientras él se queda aguardando en el recibidor, como tantas veces mientras acababas de preparar sus cupcakes, intentas subirte la cremallera del vestido, situada en la parte de la espalda, pero con los nervios no lo consigues.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta él, viéndote batallar frente al espejo.
—Sí, por favor.
Vuelves al recibidor y te sitúas de espaldas a él. Te estremeces cuando te aparta con delicadeza el cabello de la espalda, colocándolo sobre uno de tus hombros; y con la otra mano te sube la cremallera, deslizándola lentamente por tu espalda. Mientras lo hace, sientes su respiración sobre tu nuca y tu piel se eriza por completo, incluso notas que tus pezones se endurecen bajo el sostén.
Es la segunda vez que te toca (la primera fue cuando te quitó el chocolate de la cara), y la respuesta de tu cuerpo a su contacto es tan poderosa que da miedo.
Pero aparte de eso, no puedes evitar fijarte en vuestra sombra en la pared. A la mortecina luz del foco de tu recibidor, las sombras se ven muy difusas, pero te parece que hay algo extraño en ellas. Está la tuya y está la de Eddie, pero la sombra de él parece que no concuerda con lo que debería ser. Sus brazos están bajados, sus manos en tu espalda; pero en la sombra, da la impresión de que algo más surge de su cuerpo, masas alargadas y móviles que parecen cernirse sobre ti.
—Ya está —oyes decir a Eddie mientras se aleja un par de pasos, y te giras inmediatamente, inquieta; pero no ves nada raro, solo al bombón de tu vecino con su esmoquin.
Seguramente se trataba de un efecto óptico, o tal vez estás alucinando por los nervios.
Te retocas por última vez los labios frente al espejo, y te agarras al brazo que Eddie te ofrece.
—¿Preparada? —pregunta él, y asientes.
—¿Y tú?
—No tanto —admite, torciendo el gesto. En tu rostro se forma una sonrisa compasiva.
—Pues los malos tragos, mejor pasarlos cuanto antes. No te preocupes, estaré contigo.
Bajáis las escaleras, mientras Eddie pide por teléfono un taxi para que os lleve a la iglesia. Él habría preferido que fuerais en su moto, pero ni de coña vas a subirte a una moto con ese vestido y enseñarlo todo; o fastidiarte el peinado con el casco. Además, algo te dice que para cuando acabe la fiesta, él no estará precisamente sobrio para conducir.
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Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)
Fiksi PenggemarFantasía romántica (y picante) con Eddie Brock / lectora, perfumada con el dulce aroma de unos cupcakes de chocolate y ambientada al ritmo de clásicos de los ochenta. Eddie Brock es tu vecinito buenorro del apartamento de enfrente. Te atrae una barb...