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—Lo... lamento —murmuras, y caminas hasta sentarte en el sofá. Te das cuenta de que aún tienes puestos los guantes de goma de cuando estabas fregando los cubiertos, y te los quitas, apartándolos.

—¿Por qué? —pregunta Eddie.

—Porque, comparado con lo que te pasó, mis problemas parecen muy tontos.

—¡¿Quieres dejar de menospreciarte?! —replica él, con cierta impaciencia. Pero, arrepentido de su tono, se sienta junto a ti en el sofá y te toma de la mano. Aunque te sorprende, tú te dejas hacer—. Mira, cuando Ziggy se largó, Venom y yo estábamos en la gloria. Era el vecino más gilipollas que te puedas echar a la cara.

«Pero alguna vez le bajamos los humos, ¿eh?», se ríe Venom. «Quizás por eso se trasladó con tanta prisa».

Eddie asiente, encogiéndose de hombros.

—Tener vacío el piso de enfrente era bueno para nosotros, necesitábamos toda la discreción posible. No me hizo gracia cuando me enteré que alguien se trasladaba de nuevo.

Bajas la vista, sabiendo que habla de ti.

—Pero tú eras muy distinta a Ziggy. No te metías en nada, ni tenías visitas escandalosas... A veces ponías la música algo alta, sí; pero ni comparación a como lo hacía él. Y tu música es mil veces mejor.

—Obvio —te esfuerzas por sonreír.

—Obvio —repite él, correspondiendo a tu sonrisa—. Con el tiempo, comenzamos a acostumbrarnos a la idea de volver a tener a alguien en el apartamento de enfrente. No te conocía y no sabía si eras de fiar, de modo que debíamos andarnos con cuidado. Pregunté a las vecinas, ya sabes lo cotillas que son, y ellas me contaron tu historia y lo que te había hecho Trevor. Me sentí un poco culpable, porque se parecía a lo que yo le había hecho a Anne.

No tenías ni idea de que los vecinos conociesen tu historia con Trevor, y menos aún que Eddie se hubiese interesado en ella. Se supone que San Francisco es una ciudad grande, pero en estos barrios ya se sabe.

—Poco a poco, empecé a sentirme intrigado por ti —te confiesa Eddie—. Tranquila, no te vigilaba en plan acosador ni nada de eso, pero algunas veces te veía por la ventana cuando ibas y volvías del trabajo. Me llamabas mucho la atención. Al igual que yo, lo habías perdido todo; pero tú, en lugar de autocompadecerte y tirar la toalla, seguías luchando a brazo partido por salir adelante. Me parecía algo... admirable.

«¿Te acuerdas del día que la conocimos?», pregunta Venom, y tu vecino sonríe.

—Cómo olvidarlo. Aquel día que empezó a oler tanto a chocolate en tu casa, Venom prácticamente me arrastró hasta tu puerta, aunque admito que apenas me resistí. En el fondo, me alegraba de tener una excusa para conocerte al fin. No era una excusa muy buena, pero... —Se encoge de hombros.

Estás anonadada. Jamás en la vida habrías sospechado que el vecinito buenorro por el que tanto babeaste aquellos meses, estaba interesado por ti incluso antes de que tú supieras de su existencia.

—Por eso me he reído antes. No entiendo cómo puedes considerarte una fracasada, cuando en realidad eres una de las personas más valientes y luchadoras que he conocido. Y dulce, y divertida, e inteligente... y también preciosa... —acaba con un susurro de admiración, que te deja sin aliento.

Debes de estar soñando. Eddie Brock, tu vecinito buenorro, el reportero más brillante de San Francisco y el tipo más sexy del mundo a tus ojos, te está diciendo las cosas más bonitas que nadie te había dicho jamás. Es un sueño, solo un sueño, te repites. Pero cuando él te suelta la mano para llevar la suya a tu mejilla, su calor te sorprende. Las sensaciones son demasiado vívidas para no ser reales, y tu corazón golpea en tu pecho con tanta violencia que, si estuvieras dormida, te habría despertado.

—Y el otro día, mientras estábamos en esa especie de México de otro universo, estaba confuso, aunque también emocionado por aquel mundo nuevo lleno de posibilidades. No sabíamos si íbamos a regresar, pero no había nada que nos retuviera aquí... excepto una sola cosa. O, más bien, una persona.

—¿Anne? —preguntas, con un hilo de voz. Él sonríe, pero no es una sonrisa afirmativa. Parece, más bien, divertido por lo obtusa que eres al no acertar una respuesta tan obvia.

—No, no ella precisamente. —Y, tras una pausa, añade—. Cuando por fin volvimos, sí que fue algo decepcionante haberse perdido todo ese universo nuevo, pero una gran parte de mí estaba feliz. Odiaba la idea de dejar atrás a nuestra repostera favorita.

—Claro... —Tratas de conservar la calma, pero estás temblando. Tiemblas ante su contacto, ante sus palabras, y él lo sabe—. Echaríais demasiado de menos mis cupcakes.

Suelta otra risita, cómplice y sensual. Dios, te está matando.

—Tú lo has dicho. Solo los cupcakes —bromea, y se inclina sobre ti. Sabes lo que va a hacer, pero no quieres detenerle. Más bien, no puedes

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora