Prólogo.

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Bakugou se paró delante la multitud, escuchando sus gritos coléricos, viendo sus rostros manchados por la plaga y sus antorchas en mano.

Podría matarlos a todos si quisiera. Por ingratos, por no entender su sufrimiento y su sacrificio. Sería sencillo, solo levantaría su espada y acabaría con todos, con cada uno de ellos.

Pero a su madre se le rompería el corazón si viera desde el cielo su castillo manchado de la sangre de su propio pueblo y su padre ya debía estar bastante decepcionado de él. No quería darle otra razón más para estarlo.

—Su majestad...—titubeo el sirviente a su lado, viendo el mismo panorama que él — ¿No piensa huir?

— ¿Para qué? —bufo dándose una vuelta y caminando hacia donde todos lo esperaban —El castillo está rodeado. La servidumbre muerta. Y tú les diste toda esa información sobre los túneles subterráneos del castillo en casos de emergencia. Aún si quisiera escaparme, no valdría el maldito esfuerzo.

El sirviente tembló al verse descubierto en su colaboración con los rebeldes pero el monarca ya no tenía ánimos ni de gritarle ni de nada.

Sinceramente, el calor de las llamas de la hoguera que preparaban en el patio del castillo se le hacía cada vez más y más añorado.

— ¡Kacchan, Kacchan! ¡Mira, la reina Mitsuki me hizo esta corona! ¿Me veo linda?

Katsuki giro la cabeza, en busca de aquella fantasmal voz de niña que sonó con tanta claridad en sus oídos y miro hacía un pequeño patio que tenía el castillo. Aquel patio donde él e Izuku Midoriya, en compañía de sus madres, jugaban a diario en su niñez.

Mitsuki siempre le hacía coronas con flores amarillas que resaltaban en aquel cabello verde alborotado y él siempre respondía lo mismo cuando la pequeña pecosa preguntaba por su aspecto.

—Te vez horrible...—murmuró al viento —Lo siento, Deku. Nunca tuve una palabra amable para ti. Y después fue muy tarde para remediarlo.

El cenizo negó con la cabeza, borrando aquel recuerdo de su niñez que ahora se sentía tan lejano y camino más deprisa hacia el patio, con aquel sirviente pisando sus talones, como si temiera que fuera a escaparse.

No lo haría. Estaba cansado. Quería descansar.

Quería morir.

Quería volver a ver a Izuku, a sus padres, a sus amigos.

Quería volver a atrás con todos ellos a esos días donde eran felices y ni lo sabían. Donde todo aún no había comenzado.

Cuando la tragedia todavía no había llegado.

— ¡Ha llegado! ¡El príncipe en busca de la sangre ha llegado!

— ¡No dejen que escape!

— ¡Den muerte al tirano!

— ¡Muerte al tirano!

El calor del fuego, el olor hediondo de la plaga en los cuerpos de sus ciudadanos, un par de dragones muertos en el lugar y un hombre, encapuchado de pies a cabeza, esperando por él.

Una imagen que nunca tuvo cabida en su imaginación.

—Su majestad, ¿se entregará voluntariamente a la ira de su gente? —pregunto con voz ronca e irónica el encapuchado, como si aquello le pareciera divertido — ¿O debemos arrastrarlo?

—Que un extranjero hable en nombre de mí pueblo sobre eso no lo voy a permitir —gruño con sus ojos rojos encendidos, dando un paso al frente hacia la multitud iracunda — ¡Hablen ustedes, malditos! ¡¿Quieren mí muerte?!

— ¡Sí! ¡Muerte al tirano!

— ¡Nos llevaste a la desgracia!

— ¡Nuestras familias murieron por su culpa!

— ¡La guerra fue un error! ¡La expedición una muerte segura!

— ¡Ahora todos moriremos pero nos lo llevaremos con nosotros al infierno!

Bakugou sonrió, su rostro estaba lleno de heridas por la guerra, le faltaba un brazo perdido en la campaña contra el reino de Endveador y su pierna izquierda nunca volvió a ser la misma desde que tuvo esa caída en las montañas, huyendo como todo un cobarde después de que Kirishima, su fiel amigo y compañero, fue derribado en los aires.

Seguramente, aquel pelirrojo metamorfago le diría la misma palabra de ese día en esta situación.

—Corre...Blasty, debes correr. Tú vida es importante...tienes que volver a casa y cuidar a nuestra gente. Vete...¡corre!

A Eijirou no le importaba que su vida estuviera por desaparecer, que la sangre de la estaca gigante clavada en su estómago le hiciera poco a poco ir perdiendo la respiración. No, su prioridad fue él y su seguridad. Su mayor deseo, era que siguiera vivo y pudiera gobernar por el bien de su pueblo.

Le debía doler mucho ver que el cenizo no pudo gobernar como siempre había querido y que su vida era lo último que le importaba después de tantas perdidas.

Lo siento, Eijirou. No pude hacer valer tu sacrificio.

El cenizo cerró los ojos y con pasos galantes, de toda una infancia de verlos en sus padres, la espalda recta y la cabeza en alto, camino hasta el sitio donde sus ciudadanos habían preparado la hoguera. Se quitó su capa roja, dejando a la vista las heridas de batalla que marcaban su delgado cuerpo y la falta de su brazo derecho, sus pies descalzos sintieron el dolor de las astillas de la madera y otro recuerdo llegó a su mente atormentada.

—Pase lo que pase, lo último que quiero es morir como una bruja, ¡debe ser horrible y aterrador! Así que, confío que a cambio de mí ayuda, su alteza me protegerá, ¡tengo mí vida puesta en ti, Bakugou-kun! ¡no me decepciones!

El monarca soltó una risa amarga. Ni siquiera fue capaz de eso, de algo tan miserable como proteger a una bruja que le había dado su ayuda para buscar una cura a la enfermedad que azotaba a su pueblo. No pudo proteger a Uraraka Ochako, la bruja del bosque, quien abandonó su hogar por ayudarlo a él y a cambio...murió en una hoguera porque no estuvo ahí para protegerla.

Al sentir el calor de las llamas empezar a consumir su cuerpo, pudo entender un poco los temores de la bruja y como ella misma debió sentirse al momento de su muerte. No había parte de su cuerpo que no doliera ni ardiera, no podía respirar y su corazón latía más y más rápido, era una muerte lenta y dolorosa.

Pero justa para alguien quien guiado por su ira, solo causo sufrimiento y destrucción.

Levantar su estandarte contra el reino de Endveador por la muerte de su amiga de la infancia, llevar a cabo una expedición en tierras que no conocía con tal de quemarlo todo, pelear hasta que el último hombre se mantuvo en pie contra él.

Todas esas cosas, toda esa sangre derramada, terminaba teniendo un precio.

Mientras las llamas lo consumían, Bakugou Katsuki cerró los ojos, esperando su añorado final, rezando por ver a aquellos a quienes amo y perdió del otro lado. Queriendo volver a ver la sonrisa llena de pecas de Izuku, escuchar la molesta voz de Mitsuki y la afectuosa de Masaru, recibir un estúpido abrazo de Eijirou que siempre rechazo, caminar al lado de Ochako mientras la escuchaba divagar sobre una cura que nunca llego.

Oraba en su interior porque su alma, ya marchita, pudiera verlos una última vez y rogar su perdón.

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¡Bienvenidos a una nueva historia! Gracias a sus comentarios en mí muro, la historia será TodoBaku XD.
Izuku Midoriya es mujer en esta historia, espero que no halla problemas con ese detallito.

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