La alquimia de la vida.

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Hace mucho tiempo atrás, un pequeño niño vivía en el desierto, con su abuela, su papá, su madre y su hermana mayor. Pero el desierto era cruel e injusto, por lo que un día perdió a su papá, su madre y su hermana y quedó solamente con su abuela.

Sin embargo, ella tampoco permaneció con él mucho tiempo. Lo intento pero no lo logro.

Entonces, el niño quedó solo y aprendió a cuidarse en el desierto, donde nadie le tendría compasión ni vería por él como hicieron sus familiares. Tuvo que hacerse valer por su cuenta, así que se volvió muy pero muy fuerte para que nadie pudiera lastimarlo.

Y eso atrajo la atención del emperador del desierto, ¿por qué un niño tan pequeño era más fuerte que todos los demás hombres y criaturas en el desierto? Tan salvaje e indomable, decidió hacerse cargo de él y el niño que nunca tuvo nada, de repente, tenía comida, cama, libros y agua.

En agradecimiento, llamo al emperador "maestro". Porque lo saco del desierto y empezó a educarlo como uno lo haría. Aunque no tenía aprecio por las cosas desagradables que hacía en el desierto, tampoco quería meterse en ello, de ser posible, si el maestro estaba conforme con él, se podría dar por satisfecho. Viviría tranquilamente.

Porque el corazón del niño era simple.

Si quería, quería. Si odiaba, odiaba. Y con todo lo que su maestro había hecho por él, diría que le tenía "aprecio", así que no se pondría en su contra y haría lo que le dijera.

Aún si aprender era aburrido. Aún si los experimentos para su crecimiento afectaron su cuerpo.

Lo haría todo por la persona que lo había sacado del desierto.

Por eso, cuando los años pasaron y creció hasta la edad de trece años, nunca se espero que el emperador lo tirará a la isla de los monstruos de un día para el otro.

El niño solo recuerda que le dijo "se fuerte". Y luego, como si nada, lo abandonó ahí, a su completa suerte. O casi, porque uno de los hombres del emperador ofreció quedarse con el niño, como si fuera su sombra. Ya sea para cuidarlo o protegerlo, el emperador lo permitió.

En un inicio, el niño pensó que sería alguna broma y el emperador vendría por él, pero pasaron los días, las semanas y se dio cuenta que esperarlo sería en vano. Entonces, empezó a recorrer la isla, siendo lastimado por algunos de los monstruos en ella, llegando a conversar con otros, armando pequeños refugios junto a su sombra y hallando la pequeña aldea humana que había en aquella isla.

Los humanos de ahí eran parecidos a los del desierto, hostiles y desconfiados, pero le dieron la bienvenida. Le brindaron comida y le contaron cómo eran sus vidas. Cómo siempre y cuando no molestarán a los monstruos, ellos no los matarían porque sí.

El niño descubrió que eso era interesante. No tenía nada, nunca lo tuvo. Y por algún motivo, hacer algo por estos humanos y también por los monstruos, lo sintió como la primera cosa que podría ser suya.

Si el emperador tenía su desierto, ¿por qué el no podía tener aquella isla? Con todo y sus defectos, el caos, al niño le gustaba. Así que, decidió que sería suya y que todos los habitantes, al pertenecerle, tendrían que ser protegidos y cuidados por él.

Para empezar, los humanos no se vieron muy seguros de sus planes, demasiado acostumbrados a mantenerse al margen y no interactuar con los monstruos. Pero él logro convencerlos y ellos confiaron en su causa. Lo que siguió, fue pensar en cómo tratar con los monstruos.

Y a diferencia de los humanos, el niño sabía que los monstruos no querrían dialogar un tratado de paz o una convivencia. No, los monstruos, seguían a la persona más fuerte y él debía demostrarles que lo era.

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