El emperador y el niño de la paz.

1K 127 72
                                    

Fudo estaba aburrido últimamente. Nada interesante pasaba en Ribereta, aparte de tratar con los esclavistas y contar con un par de guardias para cuidar su castillo, no hacía nada. Para mantenerse activo, escribió libros sobre su hogar, Hinokoku y acerca de otras conocimientos. Fue lo único que lo mantuvo entretenido por varios años, incluso llego a llenar un edificio de sus libros, la llamada "biblioteca del emperador".

Pero ya no quería escribir. Podría dormirse un tiempo, la última vez, fueron unos veinte años pero cuando despertó los esclavistas se habían instalado en su castillo y no quería que pasará otra vez.

Ellos deberían reconocer cual era su lugar. Fue muy misericordioso al dejar a un par de vida después de su despertar.

¿Se estaría ablandando? Ojalá que no.

Unos golpes le llamaron la atención, pequeños y frágiles, venían desde la puerta principal, aquella que los alfiles no cuidaban porque nadie se atrevería a ir a su palacio a tocar tan descuidadamente su puerta.

Pero al parecer algún se atrevió.

El emperador negaría que la curiosidad lo invadió en ese momento y fue a la puerta por voluntad propia a ver quién era. Se convenció a sí mismo que simplemente abriría para ver el rostro del irrespetuoso que tuvo tal osadía y luego, solo lo mataría para volver a su monótono aburrimiento.

Al abrir finalmente la puerta, el emperador se encontró con que no había nadie y aunque se sintió decepcionado, al sentir un tirón en su túnica negra, esa sensación se fue.

Delante suyo, tenía a un pequeño niño rubio de brillantes ojos azules, usando una vestimenta blanca algo sucia y dándole una sonrisa tímida.

—H-Hum, señor, ¿podría llevarme con el emperador? —pidió tímidamente el rubio —Quisiera hablar con él.

— ¿Hablar con el emperador? —repitió el mismo emperador incrédulo, agachándose a la altura del niño y viéndole con sumo interés — ¿De qué podrías querer hablarle tú al emperador?

El pequeño rubio jugo con sus dedos, estaba muy delgado y pequeño, pero eso no le importaba a Fudo. Quería saber que llevo a tal criatura inocente a su puerta, si estaba ahí por su voluntad o porque alguien se lo había pedido.

—B-Bueno yo...—tartamudeo el menor —V-Vine a pedir por la paz en Ribereta.

¿La paz?

Fudo se tapo la boca para no reírse y paso su mano por el cabello rubio, sintiendo lo suave que era bajo su tacto.

Ah, parece que encontré algo interesante por fin.

— ¿Cuál es tu nombre, muchacho? —quiso saber el emperador.

—Yagi Toshinori —sonrió el niño.

— ¡Toshinori, santo cielo! ¡¿Donde te metiste ahora?!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

— ¡Toshinori, santo cielo! ¡¿Donde te metiste ahora?!

El pequeño rubio fue abrazado por una angustiada mujer de unos veinticinco años, de cabello azabache largo y ojos ónix, usaba la misma ropa blanca que él y lo inspeccionó de arriba a abajo en busca de heridas.

Reiniciar [TodoBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora