Capítulo 21

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Es una charla, una charla para hacer acuerdos. No es motivo de preocupación.

Pese a que Midoriya intentaba convencerse de lo mismo desde hacía media hora, le resultaba imposible y agobiada, solo podía pasar las manos por su rostro en señal de frustración.

Toga se lo menciono aquella mañana, durante el desayuno —pan y agua eran la gloria en el desayuno— que el conde del infierno monstruoso y el emperador de Ribereta se reunieran para volver a acordar la paz. Sería la tercera vez que lo hacían desde que habia inicio el asedio en cinco meses. Pero no lograba entender porque la idea le causaba tanta angustia.

La pecosa dejo de lado su proyecto de unos nuevos guantes protectores, unos que usaban los guerreros en la primera línea del asedio y que venían teniendo buenos resultados. Necesitaba distraerse, tal vez, ver al conde antes que se fuera.

Sí, eso ayudaría. Le daría calma.

Shigaraki no había reparado mucho en ella, solamente le dijo que las cartas a Endveador no se podían enviar debido a que los de Ribereta mataban a toda ave mensajera o no que se atreviera a dejar la ciudad. Y eso fue hace dos semanas y no se lo comunicó solo a ella, sino que también a un insatisfecho primer príncipe que murmuró algo acerca de su madre y hermana teniendo un ataque de pánico.

Touya conservaba un sentido de humor bastante envidiable, honestamente, pese a su situación donde aún si no eran víctimas de secuestro en Kyodaina Jigoku, tampoco eran libres de poder irse por su cuenta.

La femenina suspiro afligida, se mordió los labios y se puso los guantes. Su fabricación en base de su alquimia consistía en sacar el potencial mágico de su portador, parecían delicados y de un bonito color blanco, pero en manos de las criaturas del infierno monstruoso eran bastante peligrosos. En las de ella, no tanto, pero bastaría para la autodefensa.

Autodefensa y escudo, en el peor de los casos.

Con una resolución ya tomada, Izuku fue hasta la parte de aquel castillo que pertenecía a Tomura, siendo ese lugar únicamente una oficina. Ese mismo espacio el conde lo usaba para dormir y llevar a cabo todos sus demás deberes. Sin dudas, debía estar ahí.

Todavía tenía tiempo, ¿no? No creía que el conde esperara ansiosamente ir al encuentro con el emperador de Ribereta pero, por si acaso, se levanto la pollera negra y corrió el corto pasillo hasta aquel sitio.

¿Por qué se sentía tan desesperada? No lo entendía. En serio.

Justo cuando quedo delante de la puerta, sin aliento y se dispuso a tocar, la madera crujió revelando a un hombre con el cabello celeste atado, ojos rojos cansados y cicatrices en el cuello, vestido en un elegante traje que jamás le había visto. Muy diferente a la usual remera y pantalón negro que usaba el mayor para pasarse por Kyodaina Jigoku como si fuera una sombra.

Por un segundo, la pecosa pensó que se veía guapo. Aunque eliminó por completo el pensamiento cuando tuvo los ojos rojos buscando una explicación a su presencia en la puerta de su oficina.

—Conde Shigaraki, quisiera hacerle una petición —dijo con un tono formal y correcto, pero sonaba demasiado ansiosa e inquieta como para ser tomada como sería — ¿Podría acompañarlo a su encuentro con el emperador de Ribereta?

—Por supuesto que no, niña —se negó completamente el mayor —No te vas a acercar a ese sujeto.

— ¡P-Por favor! ¡Prometo comportarme! —tartamudeo debido a los nervios y la ansiedad empezaba a tomar control de su voz — ¡Déjeme ir con usted! ¡No vaya solo!

Shigaraki contuvo el impulso de rascar su cuello en señal de estrés y miro hacía las brillantes esmeralda que tenía la jovencita delante suyo. Gracias a Midoriya, venían sobrellevando el asedio mejor de lo que esperó y más que nada, la joven nunca se quejaba de nada. No lloraba por su situación ni iba con el primer príncipe de Endveador a reclamar por los trabajos pesados. Quizás fuera por su origen en Hinokoku pero era alguien de temperamento firme y ahora que se plantaba delante de él, también intuyo que seria muy terca.

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