Capítulo 40

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— ¡Kacchan, cuidado! ¡Derecha, derecha!

Bakugou gruño e hizo la explosión con su mano diestra, evitando así un edificio que por poco chocaban de frente al salir disparados de aquella manera.

Aún así, cuando fue el momento del aterrizaje, se puso de espaldas y abrazo fuertemente a Midoriya, de esa forma se llevó la mayor parte del impacto cuando cayeron en la arena caliente.

—Mierda...—gruño el monarca adolorido —Deku, ¿cómo...?

No termino de preguntar cómo estaba la pecosa cuando ella misma se levantó antes que él y empezó a arrastrarlo desesperadamente de la mano por las calles de arena. Al inicio, el de ojos rojos no entendía porque estaba tan agitada, hasta que escucho pasos siguiéndolos.

Eran hombres y mujeres usando uniformes negros y rostros muy poco amigables.

—Himiko-chan, guíanos a un lugar seguro.

Mientras corría, el monarca vio a una serpiente de escamas amarillas saltar de la ropa de la pecosa para mezclarse y confundirse entre la arena, haciendo que se metieran entre edificios altos de piedra y luego, deteniéndose en uno, golpeando con su cabeza la parte de abajo.

Desesperadamente, la pecosa y el cenizo se arrodillaron en el piso, sacando la arena que se interponía en su camino, hasta encontrar lo que parecía una ventana y abrirla, pasando ambos con la serpiente entre medio de ellos y volviendo a cerrarla.

Los pasos de los guardias que los siguieron pasaron de largo, haciendo que ambos amigos dejaran salir un suspiro de alivio.

Algo que no les duro mucho cuando sintieron que los envolvían y arrojaron de cara contra la arena.

— ¿Cómo mierda encontraron este lugar?

Desde el piso, ambos pudieron ver a dos personas. La primera un hombre de cabello negro y ojos ónix, que de sus codos sacaba las cintas que los ataban. La segunda una mujer de tez rosada y ojos amarillos desconfiados, una espada colgando de su cintura donde su mano vacilante se apoyaba.

Pese a que tanto Katsuki como Izuku querían responder, terminaron por desmayarse debido al agotamiento y a sus heridas durante el escape.

Pese a que tanto Katsuki como Izuku querían responder, terminaron por desmayarse debido al agotamiento y a sus heridas durante el escape

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—Podría ser mucho peor, su majestad Masaru —hablo la sacerdotisa del dragón con la cabeza baja —Necesita descansar.

Masaru apretó los puños mientras veía la imagen de su esposa, su amada y poderosa esposa, acostada en una enorme cama con un vendaje en la cabeza y en el pecho, las sábanas lujosas planas en el lugar donde debería estar su pierna derecha.

—Salga, por favor —murmuro a la sacerdotisa que le miró dudosa pero asintió y se largo —Inko, Monoma-kun, ¿cómo están ustedes dos?

Los mencionados estaban de pie contra una pared, la sacerdotisa del dragón no podía ver hacía su amiga sin ponerse a llorar y el líder de la marina mercante tenía un pañuelo atado inmovilizando los movimientos de su brazo derecho. A grandes rasgos, ellos estaban bien, pero sabían que eso no era lo que el rey regente les estaba preguntando.

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