Capítulo 24

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— ¿Y no te duelen, cierto? —pregunto por cuarta vez el cenizo sin perder el tono ansioso y aterrado de la primera.

— ¡Para nada, Blasty!

Kirishima no comento al respecto de cómo Bakugou seguía frunciendo el ceño como si no lo creyera y parecía tan preocupado por las escamas rojas en su espalda. Le sonrió para asegurarle su bienestar hasta que al monarca a tranquilizó y suspiro.

—Apenas tienes dieciséis años, ¿es normal este cambio en los metamorfagos? —interrogó el cenizo —Se suelen dar entre los dieciocho y veinte.

Los metamorfagos eran, en resumidas palabras, muy peculiares y por eso la gran mayoría vivían en Sei Ryu donde se sentían comprendidos los unos con los otros. Aún si se consideraban parte del reino de Hinokoku como todos los demás, sus características para nada habituales los alejaban del resto de la población. El proceso madurativo era muy distinto y su evolución debía ser cuidada con mucho afecto.

Cuando Katsuki era un niño pequeño y se enteró que tendría un guardián que sería metamorfago, estudio cada libro disponible sobre ellos en la biblioteca del palacio, porque no pensaba tener un guardián débil y lo cuidaría para que fuera muy pero muy fuerte. Desde el momento en que conoció a un pequeño Eijirou con sus primeros colmillos saliendo y garritas sin cortar, se prometió a sí mismo que haría que el metamorfago no sintiera las carencias que tendría en Hinokoku y se verían complacidas en Sei Ryu.

La primera vez fallo abismalmente ya que el pelirrojo ni llego a la edad de maduración.

Pero ahora no sabía si se adelantó, era la enfermedad de las escamas blancas modificada o una infección en la piel lo que estaba manifestando.

—Es posible que sea porque quería volverme fuerte por ti, Blasty —dijo el pelirrojo algo avergonzado y llamando la atención del monarca — ¡Ya sabes! ¡Quiero ser tu escudo y espada! Pero para eso debía sanar y pum, ¡escamas rojas!

El cenizo suspiro suavemente al escuchar las palabras del metamorfago y pidió que se recostara nuevamente en la cama, para que pudiera ver su espalda dónde se exponían las escamas de color rojo.

Se veían sanas. Tenían un color vibrante, no el enfermizo blanco de la enfermedad y no soltaban líquido, eran duras, como si estuviera en su forma de dragón. Estaban sobre la herida que le había dejado la flecha y a sus alrededores. Cuando le pidió al de dientes puntiguados que se estirara, las escamas se movieron con facilidad y aseguro —varias veces— que no le dolían.

—Iremos a Endveador con el príncipe bebé y los otros dos, Inko-san sigue allá, le pediré su opinión al respecto —decidió el monarca —Tambien podría ayudarnos con el tema de la subyugacion, ¿o a ti ya se te ocurrió algo?

— ¡Sí, en Sei Ryu hay escritos sobre intentos de eliminar la subyugacion del Rey Fudo! Tal vez Inko-sama sepa al respecto y nos diga dónde conseguirlos fácilmente —afirmó el de ojos rojos —Pero, humm, ¿crees que ayudará...cuando a Shinsou se le dio la orden de matar a su hija?

— ¿De quién saco Izuku su benevolencia y amabilidad? —respondió a modo de pregunta el cenizo —Inko-san entenderá y ayudará. Las sacerdotisas tienen el deber de proteger el sagrado linaje de los dragones y tanto Kaminari como Shinsou pertenecen a ese linaje al ser metamorfagos.

—Aunque no se parecen a los metamorfagos promedio, incluso ellos son bastante extraños —comentó el pelirrojo —Nunca había oído de un metamorfago capaz de usar solo su voz para mandar sobre los demás y de uno que pudiera generar una extraña electricidad. Le pregunté a Kaminari al respecto y me dijo que solo aquellos con la categoría de "alfiles" eran capaces de eso.

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