Libros de arena.

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Denki casi, casi, que no la cuenta está vez y su madre estaría muy enojada con él, ¡pero valió la pena! ¡tenía un nuevo libro!

Ahora podría saber si esa rara cosita de luz que salía de sus manos era debido a que era metamorfago o si tenía sangre de criatura. Su madre le había dicho que venía de un lugar llamado Hinokoku y que ahí era normal tener los ojos de colores extraños o transformarse en dragón. Y que, pese a que ella era una metamorfaga, no sabía si él también lo sería o si sus dones eran quizás mágicos.

Desgraciadamente, ella tampoco pudo decirle si su padre compartía esa característica o si era una criatura. O un mago, tal vez.

Así que el pequeño rubio se dio a la tarea de investigar el asunto mientras su madre trabajaba. Después de todo, durante el día y hasta muy tarde en la noche, lo mejor era si no estaba en el prostíbulo. Su madre hacía lo posible por darle comida y agua para que estuviera bien en el desierto en esas horas.

Al salir de la biblioteca del emperador, se metió en un pequeño callejón y saco su nueva adquisición, leer le fue algo difícil pero termino comprendiendo algo de los textos.

Y dándose cuenta que no robo un libro sobre metamorfagos ni criaturas, ¡ni siquiera sobre magos o alquimia! Si no que tomo uno sobre plantas medicinales.

Lo malo de leer a las apuradas para evitar que los guardias de la biblioteca lo atrapen.

Oh, bueno, a su madre y sus tías del prostíbulo podría servirle el libro, así que lo guardo en su mochila para pararse y decepcionado, caminar por las calles desiertas.

Nadie le prestaba atención, todos en Ribereta preferían meterse en sus asuntos, los comerciantes que vendían comida y agua eran monopolizados por los traficantes, proxenetas y bandidos. Por lo regular, ver a alguien "normal" caminando por el distrito del rubio no era lo usual. Pero el niño sabía que no le molestarían mientras mantuviera la cabeza gacha y no intentara robar.

Era muy simple. Reglas no escritas que todos sabían.

Entonces, ¿por qué alguien no las siguió?

— ¡Maldita rata! —gritó uno de los comerciantes — ¡Ladrón asqueroso! ¡Agradece que no te mate, escoria!

El de ojos dorados vio como en medio de la calle, algo parecido a una persona era arrojada a la arena, usando una túnica de color negro llena de tierra y polvo, un niño de su edad se sentó en ese lugar. Tenía ojos violetas y cabello purpura, piel pálida que se volvía morada en la zona de su pómulo y ojo derecho, un labio partido todo lleno de sangre.

Cómo era de esperarse en Ribereta, nadie le prestó atención al niño de seis años arrojado en la arena, un pequeño que el único crimen que cometió fue intentar sacarle una manzana al vendedor para no morirse de hambre.

Kaminari sabía que no debía meterse con él, su madre se enojaría más que si se enteraba que casi lo atrapaban sacando libros de la biblioteca del emperador, pero sus pies se movieron contra su voluntad hacia el niño y extendió su mano para ayudarlo a levantarse.

Los bonitos ojos violetas lo vieron confundido.

—Vamos, rápido, no es buena idea quedarse en medio de la calle —lo alentó el rubio a que tomara su mano —Te debe doler mucho tu carita, ¿no, amigo? Date prisa, te llevaré a un lugar donde pueda curarte.

La mirada desconfiada no tardó en aparecer en el rostro del otro niño y el rubio debía admitir que se la esperaba. En el desierto, nadie confiaba ciegamente el uno en el otro.

Ni siquiera los niños lo hacían.

—Bien, bien, no vengas conmigo si no quieres —se levanto y giro su mochila para agarrar un par de cosas —Ten, esto te ayudará.

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