Capítulo 36

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En quince días, la plaga de escamas blancas estuvo parcialmente controlada, se lamentaron un total de veinte muertes entre tres aldeas cercanas al centro del reino y hubo un brote en Sei Ryu, siendo un sorprendente descubrimiento que los metamorfagos pudieran contagiarse más rápido que otras personas.

Afortunadamente, gracias al trabajo arduo de Uraraka, el rey de Hinokoku estaba fuera de todo peligro, quedando solo con una serie de pequeñas cicatrices en sus brazos debido a las escamas que se le extirparon para estudios clínicos. También, las pociones experimentales de la bruja tuvieron una alta tasa de éxito entro los infectados, haciendo así que magos y alquimistas repitieran el proceso para poder hacer una producción en masa que repartir a la población.

De momento, la prioridad puesta por la reina era la de crear cloacas más higiénicas y verificar el estado del agua en todo Hinokoku para que no se repitiera un evento de este tipo en el futuro.

—Uraraka-chan merece una medalla por todo su esfuerzo, nunca creí que las brujas tendrían métodos tan diferentes y más efectivos que los magos para trabajar en pociones curativas —dijo la rubia reina leyendo unos papeles —Katsuki, ¿sabes si hay algo en particular que ella quiera?

—Posiblemente, un terreno pequeño para armarse una casa. Dudo que quiera seguir permaneciendo en un castillo —bufó el cenizo firmando unos acuerdos.

— ¿Nada más? —cuestiono la reina de los dragones.

— ¿Una licencia para vender sus pociones asquerosas contra los resfriados? Que mierda voy a saber...¡carajo, otra vez volví a redactar esto mal!

Mitsuki soltó una carcajada al ver a su hijo menor desesperarse tanto y se puso de pie, sus collares hicieron un tintineo ante sus movimientos y sus aros brillaron un momento por el reflejo del sol en las ventanas. Con pasos rápidos y ligeros, se dirigió hasta donde el menor estaba sentado, con una gran pila de documentos al lado.

—Katsuki, acompáñame por un momento.

Pese a que la actitud de su madre no decía nada de un posible regaño, a Katsuki le pareció curioso que estuvieran dejando el trabajo de lado, cuando ambos querían dejar todo organizado antes de irse a Endveador para el festival de invierno y la fiesta en honor a la Diosa de la Luna. Aún así, la siguió porque de seguir sentado leyendo documentos comerciales podía asegurarse que se volviera loco.

El castillo de Hinokoku estaba diseñando para dejar entrar siempre la luz del sol y así ver el cielo en todo momento, los pasillos eran de colores blancos pero las paredes tenían todo tipo de dibujos maravillosos de dragones volando libremente, de animales en la selva y aves surcando distintos lugares. Los balcones era lo mejor de todo el castillo, grandes y lo bastante anchos como para poner mesas y comer al aire libre en toda ocasión.

El cenizo puede recordar más noches en las que cenó bajo las estrellas que con un techo sobre su cabeza.

Mitsuki salió al balcón principal, aquel que daba con el pueblo a lo lejos y a una montaña, con naturalidad se subió encima del balcón, sus pies descalzos bailando en lo que era la baranda.

Era una imagen que el cenizo había visto miles de veces, con su padre siempre conteniendo la respiración, pero él viendo todo con fascinación. Aunque ahora, podía empatizar un poco más con Masaru.

Si él viera a Shoto haciendo tremendo baile, aparte de sufrir un paro cardíaco, lo bajaría de los cabellos bicolores y lo pondría en la seguridad del piso.

— ¿En qué tanto piensas, dragón?

El cenizo parpadeo sin entender en qué momento cambio la imagen de su madre por la del cuarto príncipe pero lo atribuyó al hecho de que, por mucho que no lo quisiera, lo extrañaba y a la menor distracción, lo recordaba.

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