D I E Z. Nos vamos

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Donovan Hunter

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Donovan Hunter

Duermo horriblemente mal, pensando y golpeándome internamente por no haber ido al dormitorio de Skyler después de la cena con Alexander. Pero es algo que debía hacer. Ir a lo de Skyler significaba despertarla y posiblemente quedarnos dormidos hasta tarde por la mañana. No es algo que acostumbro hacer. Siempre me despierto temprano porque se me hace difícil alargar mucho la cuestión, pero con ella podría tener la excusa perfecta para quedarme dormitando por unas horas más.

Aun así, cuando me despierto por la mañana, mi humor de perros se puede notar a kilómetros. Hay una molestia en mi interior que hace que mi día empeore y solo le gruña a cualquiera que se cruce en mi camino, incluso al chico que toca mi puerta para decirme que tengo visitas, luego de mi ligero entrenamiento matutino.

―Donovan, hay un tipo que te está buscando. Tiene un paquete para tí. ―la voz detrás de la puerta suena temblorosa.

Cuando salgo de mi guarida, uno de los tipos de la fraternidad que no puedo reconocer, como todos los otros, me sonríe suavemente y me señala hacia la puerta donde un hombre con una enorme caja a sus pies se encuentra esperándome.

Camino lentamente hacia allí, sintiendo que el viento que entra por la puerta abierta hiela mi piel sudorosa por el entrenamiento. Aún debo desayunar, bañarme y vestirme, pero no podía comenzar mi día sin desquitar la molestia por pasar la noche lejos de Skyler, así que entrené un poco primero.

―¿Eres Donovan Hunter?

El sol posándose detrás de él me impide verlo en detalle, pero nada me importa porque en mi mente lo único valioso es lo que trae consigo, así que me hago a un lado y le hago señas para que entre.

―Sí.

―¿Dónde quieres instalarlo? ―dice mientras avanza, arrastrando con sumo cuidado la caja enorme a sus pies. El otro tipo, uno de los que comparte la fraternidad conmigo, se queda a un lado para ver toda la escena. Su piel de color parece brillosa también, pero no se si es porque estuvo entrenando o se dio un baño.

―¿Te compraste una tele? ―parece anonadado.

―Sí. ―gruño, sin mirarlo. Tengo que darle crédito. Todos aquí intentan evitarme y aun así se acercó a mi guarida para avisarme de mi paquete. No puedo enojarme con él, si no fuera por su llamado, no hubiera escuchado el timbre. La música que rugía desde la pequeña radio en mi sala mientras entrenaba callaba casi todo lo que pasaba afuera.

―Eso es asombroso, hombre. Es el mejor maldito invento del hombre, ojala la disfrutes.

De reojo puedo verlo sonreír y por primera vez en mi vida no quiero partirle la cara a alguien. Lo siento hasta en mis huesos el hecho de que es completamente sincera la felicidad con la que lo dice, como si estuviera asombrado pero alegre por lo que conseguí. Frunzo el ceño ante ello. Jamás había prestado tanta atención a la forma en la que alguien más me hablaba. Solo sentía que cada palabra que salía de sus bocas era una maldita mentira. ¿Cuándo comencé a sentir que las mierdas que salían de los labios de los demás eran sinceras?

Furia ilegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora