E X T R A. 9

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Donovan Hunter

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Donovan Hunter


―¡No me entra!

Escucho el lloriqueo de mi ratoncito, lastimero y tortuoso, y cada parte de mi corazón se rompe. Corro hacia ella, que está en la otra punta de nuestro apartamento en la ciudad, listo para arreglar todos los problemas que la están haciendo llorar de esa manera.

Pero cuando llego, la encuentro apenas con un conjunto de lencería negra. Sus magníficas tetas sobresaliendo de los bordes, su cabello largo y ondulado llegando casi hasta su trasero y esas hermosas esferas azuladas viéndome con lágrimas que se deslizan por sus mejillas.

Ah, carajos.

―La compré hace dos semanas ―sigue y sus sollozos se hacen cada vez más sonoros. Se encorva hacia abajo e intenta subir su falda blanca con jazmines delicados pintados en todos lados que, por más que haga fuerza, no suben por sus muslos.

Me acerco con cautela, viendo como su frustración aumenta con el pasar de los segundos. Ella quiso esa falda desde que la vio hace un mes. No me dejó comprársela porque quería pagarla con su propio dinero, y como un buen hombre, respeté su decisión aunque me partiera el alma. Tuvo que esperar dos semanas para recibir el pago que estaba esperando para ir a comprarla.

Y ahora...

―¡Maldita sea! ―grita y deja caer con brusquedad la falda. Pero antes de poder acercarme, se tapa la cara y empieza a llorar. A llorar tanto que me entra la desesperación, así que me acerco con pasos acelerados.

―No, espera. Por favor, ratoncito, no llores. ―suplico, ahuecando sus mejillas y acercando su rostro al mío. Las profundidades azuladas que más amo en el mundo se ven brillosas y acristaladas, y me destruye saber que es por mi culpa.

Yo la embaracé.

Yo puse a mis bebés en ella.

Acaricio sus mejillas y su perfecta boca me hace un pucherito tan putamente adorable que no puedo evitar inclinarme y darle un beso antes de alejarme.

―No te alejes, consuélame. Quiero otro beso. ―lloriquea, posando sus manos sobre su gran estómago de embarazada que cada vez que lo veo mi sistema se agita.

Mi polla crece, no hay ninguna duda de eso, pero hay algo más importante ahora mismo que darle atención. Y aunque me duele ver ese puchero y estar alejándome de ella unos pasos, sé que valdrá la pena.

―¿A dónde vas? ―pregunta cómo una niña quejosa, pero no respondo mientras entro al gran pasillo de nuestro closet y busco lo que tengo para ella.

Sky me ve desaparecer, y estoy segura de que su orgullo ofendido la está obligando a quedarse parada en donde la deje en vez de seguirme como lo hace siempre que entro a nuestro closet. A la muy pervertida no le gusta darme el placer de admitir que me sigue solo para verme desnudarme, pero lo hace. Me sigue como un pequeño ratoncito necesitando un trozo de queso.

Furia ilegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora