EXTRA: MARINELO

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—Ren, no le queda el traje.

Gil tomo a Leoncito en sus brazos, el perrito maltes que adoptamos juntos, y lo alejo de mí. Inmediatamente la bola de pelos se acurruco en sus fuertes brazos que lo sujetaban con cuidado.

—Pero es de santa —me quejé, mostrándole el traje rojo con blanco que le tejí durante todo el año.

—Sí, pero no porque sea santa vas a hacer que le quede ese traje de dos meses cuando ya tiene casi un año.

Hice pucheros al verlos hacer complot. Padre e hijo en mi contra y mi único aliado es un traje del tamaño de mi antebrazo.

—Hagan lo que quieran. Adoptaré un gato para ponerle el traje.

Contuve la risa ante sus caras. Ambos me observaran como si hubiera enloquecido, con los ojos bien abiertos y rostros disgustados. Dicen que los animales adoptan las conductas de sus dueños y definitivamente no se equivocaban: Gil y León son idénticos.

—Otro perro o nada.

Asentí de acuerdo. Gil había aprendido que, aunque siempre digo puras pendejadas no las decía en vano. Entonces dije la palabra adoptar, eso es otro bebe en casa.

—Vengan les voy a presentar a Rebecita, la nueva integrante de la familia.

Me siguieron hasta el cuarto del perro, sin puerta porque siempre entraba y salía cada que quería, en donde tiene una cama que nunca usa porque duerme con nosotros y sus juguetes en todas partes. A un lado de su cama azul en forma de carro, coloque una cama rosa en forma de flor, allí una beba de Alaska estaba echa bolita en busca de calor, rodeada de cojines para que no se cayera.

—Les presento a Rebecita, la encontré ayer fuera del trabajo.

—¿Esta desde ayer en la casa y no me dijiste nada? —Gil bajo a León para que conociera a la cachorra, de inmediato se acerco a olfatearla y se acorruco a su lado, observándola sin saber que más hacer.

—Bueno, si no me follaras nada mas entro por esa puerta tendría tiempo para decírtelo.

—¿Te disgusta que lo haga? —se inclino para susurrarme al odio, su aliento acaricio mi oreja y su presencia rozaba la mía, sin tocarme, pero tentándome. Tan cerca, tan caliente que podía sentirlo. Joder, claro que no me molesta que lo haga, lo que me encabrona es que me tiende y no me folle en el suelo.

Cruce las piernas para contener el deseo, en una acción absurda de disimulo, pero funciono al revés; él se dio cuenta y su sonrisa zorruna me derritió por completo. Esa boca promete tantas cosas que su cuerpo cumple.

Me tomo por la cintura y me atrajo hacia su cuerpo, golpeo sin disimulo mi pelvis con la suya, rozando con su erección mi cuerpo ya excitado. Me sonroje y gire la vista hacia los perros, ambos cachorros ya estaban acurrucados juntos. La perrita era una beba que todavía no abría los ojos, a la que alimentaba con formula cada tres horas y ayudaba a hacer del baño, obviamente no con la boca como los perros, sino con una toalla. Esperen, creo que no debo aclarar eso.

En fin, le acaba dar de comer y no creo que despierte hasta que tenga hambre...

—Aye fue en el baño... hoy ¿cocina?

Reí. Su frente pegada a la mía estaba caliente.

—Quiero mi cama Gil, o prefieres que te lleve a la Antártida, será divertido.

Bromee. En si utilizar mi poder para ir a tener sexo sobre un glaciar no era una meta en mi vida.

—Contigo iría hasta el fin del mundo, otra vez –me beso. Sonreí contra su boca mientras su lengua se desliza en mi cavidad. Nos separamos, manteniéndonos unidos por un hilo de saliva. Sorbí sus labios, dejándolos limpios.

—Sinceramente no quiero vivir eso otra vez. Eres un idiota.

Lo besé de nuevo, recordando todo lo que ha pasado desde que lo conocí. Ahora que mi vida universitaria había terminado y ya era una profesionista ya me encontraba mas cerca de los treinta que nada. Soy joven, lo sé, pero no puedo temer que yo me iré y Gil se quedara solo.

—¿En qué piensas? —me levanto en sus brazos y me llevo al sillón, se sentó dejándome encima de él y su gilconda. Acaricie su rostro, deslizando mis dedos por su pelo oscuro, ya largo hasta media espalda, sus ojos afilados pero cariñosos como siempre y su boca carnosa y succionable.

—Te amo.

Lo bese profundamente, sus manos me envolvieron pegándome a su cuerpo, deslizándose por mi espalda y contorneando mi silueta. gimió cuando restregué mis caderas sobre su miembro, sintiendo su dureza y larga extensión. Mi cuerpo entero cosquilleo ansioso. Lo quiero dentro, caliente y duro como siempre, moviéndose rápido, preciso, acariciando los rincones que me hacían enloquecer y que él conocía a la perfección.

Deslice mi boca y mis manos por su rostro, besando y lamiendo, deslizándome por su piel salada del cuello, retirando la ropa que estorbaba a mi paso. Repase cada musculo marcado de su abdomen, saboreando, disfrutando oír su respiración agitada conforme lo tocaba.

—Eres tan hermosa... —gimió haciendo a un lado mi cabello para ver como quitaba con la boca el cinto de su pantalón —. Ya eres toda una experta.

—He practicado bastante —sonreí al recordar la primera vez que tarde mas de diez minutos en soltarle el cinto mientras el me masturbaba, me vine dos veces sobre su boca hasta que liberé su miembro. Recordarlo me hace estremecer y la idea loca de fingir que no sé como vino a mi mente.

Sin embargo, ya lo había hecho. Baje su pantalón de cuero, como los que le encanta usar, y bese su muslo interno. Frente a mí, erecto y magno, su miembro estaba marcado por venas y cubierto de líquido pre seminal. Lo bese y me aleje para recorrer su otro muslo con mi lengua.

—Por favor, Ren... —Gil se estremeció bajo mi toque.

Me encantaba cuando sus ojos me suplicaban lo que yo quería, lo que él deseaba. Acaricié sus testículos con mis manos y por fin metí su miembro en mi boca, la mitad entro con facilidad, ya que era lo más profundo que siempre llegaba. Succione, sacando y metiendo la extensión en mi boca. Su pene parecía derretirse en mi boca, trepidaba junto con mi amante.

De pronto, cuando estuvo a punto de venirse. Me levanto por los antebrazos, rompió mi pantalón y mi braga y me penetro. En pie y firme entro y salió de mi con fuerza. No había necesidad de aferrarme a él porque me tenia completamente a su merced. Grite al ritmo de sus acometidas. Siempre tan firme, tan dentro y seguro. Bajo la velocidad cuando sintió que me venía, dejando de golpear mi punto del placer.

Antes de que reclamara algo, me beso con fuerza y salió de mí, solo para acostarme de espaldas en el sillón y seguir. Sujeto mis caderas, manteniéndome cerca de él cuando sus acometidas me alejaban.

Solloce incapaz de controlar mi cuerpo. Mi vista se nublo a la vez que mi cuerpo temblaba ante el inminente orgasmo, pero no se detuvo. Continuo. Me beso y sin dejar de mover ni salir. Me cargo hasta la habitación. Allí me acostó y sobre mí, literalmente se movió rodeándome con sus brazos, despacio, besándome con ternura y disfrutando de la compañía del otro.

Acarició con delicadeza mi cabello y me beso con los ojos abiertos, detallando cada centímetro de mi cuerpo, grabando en su mente la mas pequeña reacción. Sobo mis pechos entre sus dedos. Mis manos no se mantuvieron quietas, ya que les encantaba sentirlo. Acariciarlo.

De pronto, cuando el orgasmo inminente se acercaba, la cama bajo de mi se esfumo cambiándose por un frio intenso. El color azul del techo de la habitación fue cambiado por un blanco infinito.

El semen caliente que se derramo en mi interior se enfrió de inmediato y Gil se congelo dentro de mí, así que no pude distinguir si seguía duro por excitación o por que se había helado.

Quise reír, pero lo único que hacía era tiritar. A nuestro un lado un pingüino nos miraba curioso. Intente saludarlo, pero moverme desnuda en la Antártida era un verdadero reto.

—Ren, sácanos de aquí —consiguió decir Gil entre dientes. Abrí el portal a nuestro cuarto tras unos segundos de concentración y aparecimos de nuevo en nuestra cama, cubiertos de nieve y pedazos de hielo y un pingüino a nuestro lado.

Gil no salió de mí, parecía aun mantenerse con frio. Giré a ver al pingüino y sonreí.

—Te llamaras Marínelo

—¡Renata!

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora