Capitulo 17

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Aparque fuera de mi casa. Alcance a visualizar a algunos vecinos asomarse por su ventana, sin poder evitarlo, les enseñe le dedo medio. Deberían de dejar de andar de chismosos y cuidar sus propias vidas. Sobre todo, la señora Scott, a la que su marido engañaba con el vecino desde hace cinco años, no sé si no quiere ver la realidad o realmente no lo sabe, sea como sea, cuando se enteré yo quiero estar allí.

Guardé las llaves en mi chamarra y abrí mi casa, mis dedos temblaron al agarrar la perilla en forma de león. Recordar a los seres infrahumanos me hacían temer. Si esas cosas seguían allí, ¿Qué iba a hacer? Ni siquiera Gil había sido capaz de enfrentarse a esas cosas.

Entrar era como un juego de azar, uno en el que todas mis posibilidades eran morir.

Finalmente, yo no fui quien opto por abrir la puerta, sino un herido Leo. Me sonrió por unos segundos como aliviado de mi presencia, antes de caer semiconsciente sobre mí. Trastabillé. Era demasiado pesado para mí, sin embargo, al os pocos segundos él me ayudo no poniendo todo su peso sobre mí.

-Leo... venga, vamos adentro. -asintió vanamente. Su respiración era pesada y se notaba claramente que los moretones en su rostro le causaban un dolor palpitante.

Cogí uno de sus brazos y lo eche a los hombros deslizando una de mis manos en torno a su cintura, tire de él para empezar a caminar.

Di un paso atrás y apenas fui capaz de incorporarme cargando con él. ¡Joder, cuanto pesaba! Aunque tampoco podía quejarme, dado que él me estaba ayudando un poco.

Me tambaleé un poco ante cada paso que avanzamos.

-Venga, con cuidado. -arrastre a Leo por la anchura del pasillo.

Contemple de reojo al pequeño hilito de sangre que se deslizaba por su frente hasta su esternón. Maldije para mis adentros. ¡Este hombre parecía recién salido del ring! Y todo por protegerme... la preocupación comenzó a hacerme un nudo en el estómago.

Leo gimió cuando dimos la vuelta en dirección a la sala, con demasiado dolor para mi tranquilidad.

Si, estaba demasiado dañado. La preocupación se sumó a la culpabilidad formando una mezcla nauseabunda.

-Pero ¿qué ha sucedido?

-Eran duros de rorer, después de que lograste escapar trataron de seguirlos, pero afortunadamente aun soy capaz de soltar buenos derechazos.

Casquee la lengua.

-No hables como un anciano, apenas tienes 32. -rezongué. ¿Cómo lo sabía? Leo era alumno estrella de mi papá, luego su amigo y por ende viejo conocido de la familia.

Me acerqué tambaleante al sillón, conseguí girar a Leo, que emitió otro espantoso gemido, hasta apoyarle la espalda en el respaldo del sillón.

-Bueno, en realidad ya tengo 1200 años, querida, ya estoy entrando a la vejez entre los de mi especie. -trato de reír, pero volvió a quejarse y tambaleo hacia un lado.

-¿Qué mierda...? -me mordí la lengua para no comenzar a gritar como la loca desquiciada que era. Siento que ya debí esperarme algo como esto, pero aun soy capaz de sorprenderme.

Sumida en el desconcierto, estaba preocupada e inquieta.

-No lo pareces. -me acerque a él para poder sacarle el saco negro que siempre usaba y así poder curarle. Conseguí sacar sus hombros del abrigo, la chaqueta que llevaba debajo, resulto más difícil de quitar.

Él trataba de mantenerse erguido mientras tiraba de las mangas para liberarlo de la ajustada prenda. El chaleco y el fular fueron tarea fácil, le libre de ellos al mismo tiempo que Leo daba otro gemido desgarrados.

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora