Capítulo 34

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Sentada en un sillón de cuero rojo, observaba pacientemente como Leo cerraba con llave su puerta para que está vez nadie nos interrumpiera. También, como medida de seguridad Anti gritos, mi boca y mis manos se encontraban selladas con cinta.

La habitación, ahora ya iluminada, era bastante elegante, con un sofá de piel negro y una cama gigante de sabanas negras y cabezal dorado. Un tapiz negro y lámparas de cristal, en las paredes habían pinturas de paisajes y de frases en inglés.

Un paisaje digno para un profesor.

— Lo sabía, pero a pesar de que no confío en él, creí que tenía tantita moral como para no entregarte.

Comentó entre dientes. ¿Un demonio tenía moral? Venga, ni yo creía no esperaba eso y eso que soy 1000 años más joven que él

—Eedntfen

Traducción: estúpido. Sé que debo respeto a mis mayores, pero también sé que debo de reconocer a los estúpidos.

Observé con reveló al objeto de mis fantasías de hace poco. Sus ojos azules aún marcaban efecto en mi, aunque no con la misma intensidad que antes.
Era como si me causará pequeños choques eléctrica, pequeños y discontinuos, no cómo antes, que su simple presencia me hacía humedecer las bragas.

— Debo de buscar una manera de ayudarte a escapar — negué con la cabeza, si lo que quería era estar aquí, pero fui ignorada — Si hablo con ellas y las distraigo con otro asunto, tal vez tengas oportunidad...

Murmuró, dando vueltas sobre el tapiz. Me removí inquieta. ¿Hablar con ellas? ¿Quién era él para hablar con Tinker Bell?

Me levanté del acolchonado sofá, para encararlo. Me puse entre una de sus vueltas de desesperación, provocando que chocará conmigo. Pude caer al suelo por el impacto, pero gracias a sus reflejos vampiricos, me agarró por los brazos evitando que cayera.

— ¡Renata!

Gritó mi nombre. Si, si, grita mi nombre y anunciales a las hadas que me encuentro aquí contigo. No hay problema.

— Eres realmente inquietante. Es como si tú y el peligro fueran uno solo. — me atrajó a su pecho — Le prometí a tus padres que te protegería, pero no eres labor fácil.

Me estrujó.

¿Qué no soy fácil? ¡Para cierto íncubo soy más fácil que la tabla del 0! Pero esperemos un momento, si se trata de protegerme, si, no soy fácil de proteger, en otros asuntos si soy fácil.

— Te soltaré, pero promete que no volverás a perder el juicio.

Asentí. Me liberó del abrazo y con cautela, fue retirando la cinta de mi piel. Dolía, porque de paso parecía estar depilandome el bigote.

—¡Uff! — respiré hondo. No es como si me estuviera tapando la nariz, pero fue un reflejo.

— Te quedó rojo. — indicó, tocándome el rostro.

— ¿En serio? — pregunté con ironía. Yo esperaba que se pusiera café, para que pareciera que comí chocolate. O blanco para que pareciera que comí leche... De vaca, no de humano.

— Renata... — me reprendió. Me encogí de hombros, lo siento si no soy educada, pero así soy yo.

— ¿Por qué estás aquí?

Cuestioné sin tapujos. ¿Un vampiro entre las hadas? Los murciélagos tienen alas, las hadas tienen alas, pero ese no es motivo suficiente para que d lleven bien, en particular porque los vampiros son considerados demonios.

Si los clasificamos según me han contados mis amigos faéricos; las hadas existían en un solo lugar, en el jardín de orina, digo, en el jardín bendito. Los demonios vivían en el mankai, y convivían distintas especies como vampiros, íncubos, súcubos, etcétera. La tierra, dónde vivía la peor especie, los humanos y por último la "barrera" el lugar donde los seres con menos poder mágico vivía como duendes, licántropos, elfos, ninfas, sirenas, etc.

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora