Capitulo 6

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—¿Qué hacemos aquí?

Gil miró desconcertado todo el departamento para caballero de la tienda de ropa.

Yo suspiré. Ir de compras no era mi pasatiempo favorito, pero con tal de ya no verlo paseando a su anaconda por toda mi casa haría una excepción.

—Te compraré algo decente. — le barrí con la mirada. Papá era demasiado flácido y flaco en comparación a Gil y su ropa le quedaba demasiado ajustada. Será muy difícil encontrar ropa talla hércules.

—¡Oh, vamos, estoy seguro que me prefieres desnudo!

Se acercó a mí, yo di un paso atrás y puse mi mano extendida entre nosotros.

—Alto ahí, pecado andante. — me obedeció, arqueo una ceja burlándose del nuevo apodo que le di. Me encogí de hombros. Era la verdad. —Escoge algo que no llame mucho la atención. — que de por si su imagen atraía hasta a los mismísimos ángeles y el parecía saberlo por la mirada incrédula que me brindo. Vaya ego.

—¿Puedo ayudarte en algo? 

Entre nosotros apareció una de las encargadas del departamento para ofrecernos su ayuda. Bufe al ser ignorada y gire la mirada hacia otro lado para no ver una ronda de coqueteo y en la esquina de la tienda estaban un montón de trabajadoras que supongo habían perdido la oportunidad de atender a Gil ante la curvilínea pelirroja.

—Para muchas cosas... — ronroneo. Resople sonoramente para que recordara mi presencia. — Pero por el momento mi chica me trajo aquí. — me señalo, de inmediato la pelirroja me lanzo una mirada siniestra que me provoco escalofríos. Demonios, ¿acaso querían que me mataran? La empleada me barrio con la mirada y frunció la boca, lanzándome una mirada de desprecio. Si, no era creíble que yo y ese ser adonis fuéramos algo más que compañeros de cama metafórica. Pero ella no lo sabía. ¿No podría aprovechar y bajarla de su nube? No porque tenga bonita cara y piernas largas significaba que era más que yo.

—Si, es su cumpleaños y quiero regalarle algo de ropa. ¿Tendrán de su talla? — me acerque a él y recargue mi cabeza en su pecho, Gil tomo mis caderas y me atrajo hacia él casi restregándome contra su cuerpo. Lo tolere hasta que comenzó a meter su mano bajo mi blusa acariciándome el estómago. 

—Veré que tengo. Pueden pasar a los probadores y esperar ahí si gustan. — refunfuño Julia, como decía en su gafete colgado en el pecho, y se fue.

Borre mi sonrisa de victoria al verla lejos y me aleje de Gil dándole un pisotón. 

—¡Auch! ¡Estas loca!

—¡Si! ¿Y? — corte su rollo. No iba a pelear, ni a reclamarle nada. Toleraba que me manoseara en mis sueños, pero no en la vida real. —Gilipollas. — gruñí aventándolo dentro del vestidor. 

—¡Nada, solo decía! — contesto desde adentro. Pensé que la plática amable que estábamos teniendo había terminado, pero desde dentro lo escuché nombrarme con apodos muy afectuosos. — Maldita bruja bipolar. ¿Cómo es posible que tenga sueños tan suculentos con ese carácter? Si por mi fuera me comería a la pelirroja...

Ese maldito incubo... iba a entrar al vestíbulo para enseñarle lo que una bruja podía hacer, pero Julia apareció en escena con ropa entre sus pequeños brazos.

—Solo encontré estos dos pantalones y unas cuantas camisas. — me entrego la ropa y ante ella avente la ropa al interior del vestíbulo.

—¡Estúpido, aquí tienes la ropa!

—¡¿Pero qué te pasa?! — asomo la cabeza por la cortina, trae encima la ropa nueva que le avente. — Tu fuiste la que quiso comprarme algo y no sé porque si en la universidad no eras tan arisca y hasta me quitaste todo con...

—¡Cállate! — empuje su rostro de nuevo adentro. Julia exclamo sorprendida ante sus palabras. Me sonroje de pies a cabeza ante su abrupta sinceridad. Mis dedos temblaron de la vergüenza y me fui a sentar a la sala de espera con la cara escondida entre mis piernas. 

Julia se sentó a mi lado y nos quedamos en silencio. Supongo que con lo que acababa de escuchar se había dado por vencida y yo ganado la victoria con la vergüenza embargándome.

Al poco rato salió Gil con un pantalón de cuero y una gabardina de gamuza. Se veía bien, pero creo que había un pequeño inconveniente, y es que no traía camisa.

—¿Cómo me veo? — murmuro Gil, su risa suave ondulo alrededor de nosotras mientras él se deslizaba junto a mí. Me puse nuevo colorada. Nuestros hombros estaban tan cerca que se tocaban, pero solo dentro de los límites del decoro. Gil se observó detenidamente frente al espejo. Julia respiró entrecortadamente cuando lo vio, peor no voltee a verla. Tampoco voltee a verlo a él, pero mis piernas temblaban.

Nos quedamos ahí los tres, sin movernos, solo viendo el reflejo de Gil en el espejo.

Recupere la voz cuando el ultimo enrojecimiento desapareció de mis mejillas.

—Bueno, te ves bien, pero ¿Por qué no traes camisa?

—Ninguna me quedo. — hizo una pausa, sus ojos refulgieron con un resplandor lascivo. — ¿O acaso no me veo apetitoso?

—No, no lo serás nunca al menos que te pongas duraznos encima. 

Frunció el ceño, quitándome su atención dirigiéndose a Julia.

—¿Tu que dices? 

Me tarde en reaccionar, un rayo de celos recorrió mis venas. Ella le sonrió, mientras ignoraba adrede la mirada salvaje que le lance.

—Te ves mejor que un Dios.

—Entonces me llevo esto. — su boca se curvo en una sonrisa. — Iré a cambiarme, ahorita regreso, Renata.

—Seguro que sí. — me puse a estudiar mis pies mientras él se iba lentamente, y luego lancé una mirada a su trasero.

—No puedo creer que tu sola te comas todo eso. — los ojos de Julia lo siguieron brillando con descarada admiración.

—Como sea, a veces parece una mierda arrogante, si quieres la verdad. — mis labios se crisparon, incapaz de decir cuan arrogante. — Aunque definitivamente tiene razón. Si le pones un listón en el culo lo podrías colgar en la pared. Es casi una obra de arte en sí mismo.

Nos lo comimos con los ojos de un suspiro. No éramos las únicas. Por donde pasara se hacían burbujas de silencio y la multitud se apartaba a su paso. El ignoraba las miradas hambrientas y los murmullos, se tomó su tiempo en llegar al vestidor.

—Descarado hijo de fruta. — le di la espalda con determinación, pero luego preferí no haberlo hecho.

—Mira, papi, este suéter se te vera muy bien. — una pequeña le entregaba a un señor ya con canas adornando su cabello un suéter verde olivo y él lo recibía con gusto, dedicándole una mirada de cariño a la niña.

—Tienes razón, me llevare este. Eres tan linda, mi pequeña. — el señor cargo a la niña dándole un afectuoso beso en la frente y luego se giró hacia mí.

Sentí mi mundo caer pedazo a pedazo cuando nuestras miradas se encontraron. Tanto tiempo sin verlo...y ahora lo tenía frente a mí.

—Pap...

—Vámonos Rebeca, vayamos a escoger algo para ti.

Me dio la espalda y se fue. Bajé mi mano con la que pensaba tocarlo totalmente desamparada. Hice una mueca amarga, y traté de contener todos mis sentimientos en mi puño. Me trague las lágrimas observando cómo se alejaba, mientras mi corazón volvía a romperse por su culpa.  

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora