Capítulo 22

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Sacudí la cabeza con frustración. A nadie parecía importarle nuestra llegada.

—¿Por qué me has traído aquí?

Los bordes de sus pupilas centellaron luz dorada, capturándome en su brillante dolor.

—¿No te lo imaginas? —parpadeé estúpidamente y luego sus labios atraparon los míos con una presión cálida y fuerte —Tenemos que curarte esas heridas.

Mi vientre tembló; nacieron mariposas de expectación y excitación que enviaron olas de calor a través de mi cuerpo cuando lo miré.

La confusión en mi mente, no hacía más que aumentar con cada uno de sus movimientos.

—Te ves terrible —las palabras salieron de mi boca sin poder detenerlas, pero él solo rió.

—Me imagino que he estado mejor —admitió, frotándose el ojo herido. Parecía ser regalo de Brand y su ridícula pelea.

—¿Y ahora qué?

Se encogió de hombros. Mi voz sonaba temblorosa.

—Lo importante es curarte tus heridas —enlazó su brazo al mío y me guio hacia el fondo de la habitación, en donde un hombre con marcas de quemaduras en el rostro hacia guardia. Fue un gesto galante, pero sus músculos temblaban por el esfuerzo. Mi cuerpo aún tiritaba considerablemente por el horror de lo que me rodeaba, cada grito retumbaba dentro de mi cabeza como un cruel lamento. Tensé mi hombro para ofrecerle un sútil apoyo, pero si se dio cuenta, no dijo nada.

—¡Mira a quien tenemos aquí! ¡Gil, mi mercenario estrella! —en cuanto llegamos a la puerta, el hombre le reconoció, formando un gran escándalo a su alrededor. Y si antes pasamos desapercibidos, ahora toda la atención se centraba en nosotros.

Sentí a Gil tensarse y gruñir por lo bajo. Era evidente que volver aquí no le hacía mucha ilusión. Con las miradas de todos concentradas en nosotros, tratamos de seguir el paso. Pero el hombre de la puerta parecía tener ganar de charlar.

—¿Ya encontraste a Jon? Por acá no hemos encontrado ni una coordenada.

Mordí mi labio para no abrir la boca. Estaba mintiendo; esa no era la información que teníamos. Si Leo no nos mintió, el hermano de Gil podía estar más cerca de lo sospechado.

—No hay novedad. Solo quiero un cuarto —respondió tosco y seco. El aura a su alrededor era similar al de una enfermera maletuda.

—Adelante, chico, tú cuarto y el de Jon están intactos... —de hablar cuando su mirada bajo hacia mí. Me estremecí ante sus ojos, iguales a los de una víbora; ponzoñosa y rastrera. Lamió sus labios. —¿Comida o almuerzo?

—No es asunto tuyo —agarrándome la mano sobre su brazo, paso empujándolo con mucha fuerza bruta. La cara de pánico ante la furia de Gil hizo que casi toda la tensión se esfumara. Ese tipo casi se hace en sus pantalones.

Tras la puerta, unas escaleras desgastadas nos esperaban. Deslice mi mano por una parte rugosa de la barandilla y las astillas esparcidas picaron mi piel. Subimos en silencio. Al final de las escaleras estaba la habitación que Gil y Jon compartieron en su momento. Dentro todo estaba oscuro, Gil prendió la luz con el interruptor de la pared y la habitación se iluminó tenuemente. Mis ojos examinaron con atención el lugar, y me separé del íncubo.

Tambaleándome, recogí una daga dorada con incrustaciones de jade, que estaba tirada en el piso, al lado de un maltratado sofá de piel.

—Bienvenido a casa —dije con la voz quebrada, observando las dos camas sin cobertores en el rincón del lugar.

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora