Capítulo 33

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En medio de la oscuridad, un sonido de ruptura hizo eco. Al instante siguiente, una luz potente me cegó momentáneamente.

En medio de confusión sentí como si mi cuerpo estuviera flotando en una letanía, la cuál terminó de golpe. Sin avisar, deje de flotar y caí de buches al suelo.

Mi cabeza retumbó con fuerza, haciéndome saber que había tocado con tierra firme. Con dolor me senté, todo era confuso, pero lograba ver claramente las paredes de mármol tallado y los candelabros de vidrio en forma de alas gigantes que colgaban del techo súper alto.

Gemí con agonía mientras me agarraba la cabeza. Los recientes golpes no se habían ido, a pesar de haber salido del mundo de los sueños. La ropa que imaginé salió intacta, pero mis heridas que había curado en el sueño no. ¿Por qué? No lo sé. Joder, no sabía nada de lo que sucedía. Supongo que hasta una soñadora como yo tiene sus límites.

Cerré mis ojos mientras agarraba mi cabeza en agonía y me recargue en la pared en un absurdo intento de calmar el dolor.

¿Habré llegado con éxito a dónde se encuentran las hadas?

Siendo así, ¿Es correcto que este tan tranquila en un lugar desconocido?
¿Gil ya se habrá dado cuenta de mi ausencia?

Suspiré al repasar mi plan.

La idea original de meterme en la boca del lobo, era huir de uno de mis enemigos; Gil, y venir con mis futuros asesinos para así conocerlos, tener un punto de vista más amplio y saber quién estaba haciendo lo correcto.

Todo esto es por todo el tiempo libre que tenía. Porque lo normal, una persona con sentido común, hubiera querido regresar a casa y salirse de todo este asunto, pero desgraciadamente mi personalidad era más de una persona loca que de una cuerda.

Además, no tenía nada interesante que hacer en una casa vacía. Bueno, el señor nepe ha estado abandonado.

Tal vez... Sería bueno volver a darle un poco de atención a ese vibrador azulado. Aunque ciertamente entre ese aparato y Gil no había comparación, el del íncubo no vibraba y mucho menos a 4 niveles.

- ¡Renata, ¿Qué haces aquí?!

Me preguntan en un susurro alarmado. Esa voz...

- Leo... ¿Tú qué haces aquí? - torcí la boca. En parte con disgusto, en parte con sorpresa.

Alarmado voltea a ver a todos lados. Por inercia hice lo mismo, pero no había nadie.

- Renata. ¿Puedes moverte?

Asentí. Estaba morada del rostro, pero era capaz de moverme.

- Bien. Vamos.

Con un fuerte jalón, me levantó y arrastró hasta una habitación oscura. Durante todo el camino, paraba, mirando a su alrededor con cautela y cuando veía que no había nadie, corría hasta esconderse y todo se repetía hasta que llegamos aquí.

Soltó me mano. Quedándome a la deriva. La estiré buscadolo de nuevo, pero lo único que veía era el destello rojo de sus ojos en medio de la penumbra.

- Leo...

- Shhh, aquí estoy, no alces mucho la voz que podrían oirte. - murmuró. Acariciando con cautela mis heridas en la cabeza. - ¿Qué te paso?

- Un breve saludo de parte de las hadas.

Oí como gruñó. Seguro que no le satisfacía mi respuesta.

- No deberías estar aquí.

- Tú tampoco... Creo

- Son cosas diferentes. Maldición, Renata, a veces odio que seas tan despreocupada. ¿Al menos sabes dónde te encuentras?

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora