Capítulo 41

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Miados de gato.

El ambiente olía así, y no es que yo o alguno de los presentes fuera el culpable, no, pero ¿Algunas vez han olido los miados de un gato? Es asqueroso y desearías no haber estado allí.

Y eso es lo que me estaba pasando.

Lys me escaneo de arriba a abajo, luego miró la cama con las sábanas revueltas y a Gil a medio vestir, sin camisa y mostrando sus maravillosos músculos. Supo que había sucedido.

— ¿Tuviste tu noche de bodas?

Gruñó pero era un gruñido amigable. Era obvio que no estaba enojado, era como si hubiera esperado esto. Y si él esperaba esto, quería decir que él planeaba hacer algo similar está noche.

¡Oh, por todas las hadas folladoras!

Me muero por preguntarle si él es quien da o quién recibe. Si me dejo llevar por su porte de chico malo; es el que da, pero luego esos son los más pasivos.

Pero preguntarle significaría mi muerte.

— Renata... — dijo mi nombre con malicia. En medio de la habitación, giré a verle desconcertada, ¿No ve que estaba pensando cosas importantes en medio de un momento crítico?

— ¿Qué?

— Ven — me indicó que me acercará con su dedo medio, hice caso sin gana, Gil tras de mí dió un paso inconscientemente, pero se detuvo ante la mirada de amenazadora de Lys. Cuando llegue frente a él, rodeó mi cintura con su brazo, acariciando con su mano mi cintura en señal de intimidad y me enseñó su dedo con el que me había llamado, luego otro dedo y dijo; — Si con un dedo te hice venir, imagínate con dos.

— ¡Hijo de puta! — Gil lo atacó en un instante. Lys esquivó su puñetazo con asombrosa agilidad, aventandome al sofá para que no saliera involucrada.

Me incorpore cuando Gil estaba a punto de dar el segundo golpe, Lys lo esquivaba y así puñetazo tras puñetazo. Lysander sonreía socarronamente al ver la cara congestionada de Gil. Era obvio que la hada estaba molestando al íncubo.

Observé un momento la pelea. La preocupación que se había acumulado en mi pecho se esfumó de golpe cuando la pela comenzó a ser absurda. ¿Cuánto más planeaban jugar al tira y esquivo? Parecían dos críos.

— Lys... Lys... ¡Lysander! — alcé la voz cuando mi llamado no llegaba a él. Luego de mil intentos, volteó a verme. — ¿Puedes dejar de molestarlo?

— Supongo — se detuvo encogiéndose de hombros, detuvo el último golpe de Gil con su palma y alzó la mano sobrante en forma de rendición — tranquilo íncubo, la loca es toda tuya.

Me señaló. Le soltó y caminó hacia la puerta con pereza. Gil se quedó quieto sin comprender lo que sucedía, mirando su partida como si fuera un fantasma. Yo estaba igual o más impactada. ¿A qué había venido? De repente se giró y me señaló;

— Necesito a mi intento de esposa en la fiesta y... — fulminó a Gil con la mirada — ¿No crees que entraste muy fácilmente? — sonrió con malicia — tómalo como una señal de paz, y aprovecha para despedirte, porque no creo que vuelva a pasar. ¡Pienso cumplir mi parte del trato, cucarachita! ¡Tú también deberías intentar hacer lo mismo!

Esto último lo gritó al salir de la habitación.

La ardilla de mi cabeza comenzó a girar rápidamente.

Lysander había dejado pasar a Gil. Ciertamente, el íncubo estaba en territorio enemigo, en una habitación, conmigo.

— ¿Cómo entraste?

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora