Su piel era suave, moteada con la luz de la luna y sombras, una obra maestra de líneas alargadas y pálida musculatura ascendía y caía con cada respiración agitada. Lo hacía con ritmo, como el choque de las olas en la playa; lo delataba, revelaba la calma de las elegantes curvas de su quijada, el masculino arco de arrogancia de su boca. El pulso latía en su cuello. Ansiaba recorrerlo con los labios, ansiaba saborear el suave resplandor que reposaba en la pendiente de la clavícula. Enredé mis dedos en la maraña de su cabello. Su mano se deslizó sobre la mía, capturando mi palma para apoyarla en su pecho.
—Mírame... —ordenó y con sus dedos tiró de mi barbilla hacia arriba. No lo mire, no directamente, y podía sentir como se tensaba, anticipándose. Mi mirada fue a la deriva hacia el espejo de pie que me mostró la longitud de su cuerpo reflejado; me detuve en las tentadoras curvas de sus nalgas: los tensos músculos temblaban. Me apretó la muñeca con fuerza y yo me reí, retándolo a dar el siguiente paso.
—Hazme tuya ya —murmure, su aliento se volvió espeso e irregular bajo mi mano. Gimió suavemente, sus labios rozaban mi frente. Su mano se deslizó hacia mí espalda baja para atraerme hacia él y que sintiera su creciente erección, tensa contra los límites de sus pantalones de cuero. Dejé que mi mano hiciera un trazo audaz hacia abajo, mis dedos estaban deseosos de liberarlo, de tomar su magnificencia.
Froté la cadera contra su ingle, mi mirada navego hacia arriba para regocijarme en la elegancia de sus pómulos y su boca sensual antes de afincarme en sus ojos oscuros y dorados.
Esos... Ojos...
Sofoqué un grito al reconocerlo, a punto de caer de nuevo, apartándome. Mi nombre se desprendió de sus labios con un tono seductor y cómplice.
—Renata...
Me levanté con un movimiento nervioso, las sábanas estaban envueltas alrededor de mis muslos, que surfeaban en la última ola de placer. Sólo tendría que hacer un leve movimiento y entraría en los dominios del orgasmo. Mi cadera se agitó bruscamente, hacia arriba, hacia la mano que ya se deslizaba por la planicie de mi vientre.
—No. —me dije a mi misma con firmeza.
No.
No iba a quedarme aquí echada masturbándome para el Orgasmo andante. El terriblemente sexi pecado andante.
Hasta yo tenía mis límites, y excitarme en sueños por alguien misterioso era mi límite. Especialmente por alguien que la noche anterior había sido un idiota.
Me desplome bocabajo. Poco a poco la parte caliente de mi cabeza caliente y fastidiada corrió a darse un baño de agua fría y pude pensar. Mi cuerpo parecía ser menos misericordioso seguía latiendo con consternación. Traté de ignorar que mi cadera ansiaba revolverse sobre el colchón.
Dirigí un ojo al reloj y gruñí al recordar la invitación que me mando Tina. Bien, era hora de arreglarse para ir a un centro nocturno y así perder la cabeza hasta olvidarme del estúpido íncubo y su gilconda.
Los labios se fruncieron cuando me fulminó un repentino pensamiento. ¿Qué tal su no había sido un sueño? ¿Qué tal si Gil en realidad había estado aquí? Y, sin embargo, no podía quitarme la idea de que había sido más que un sueño. Después de todo, él es un íncubo.
Me levanté para darme un buen baño de agua fría y prepararme para esperar a Tina y sus toneladas de ropa provocativas y maquillaje exuberante.
Maldito íncubo.
Estaba de un humor espantoso. La noche había sido tan exitosa como echarse un clavado en una alberca vacía. Basándome en desgraciado tobogán de sentimientos que desgarraban mi corazón, hubiera preferido el clavado. Y mi excitante mañana no fue mejor.
ESTÁS LEYENDO
Sueños Húmedos
RomanceRenata es una chica que busca refugio en lo menos imaginable: la masturbación. Al estar siempre sola su vida fue monótona y lineal, hasta que un tipo sexy al que llamo orgasmo andante aparece para atraerla a las sombras, a las penumbras de la fantas...