—Eres mía, Renata. Solo mía.
Sus palabras me hicieron subir al cielo con éxtasis para bajarme cruelmente en la realidad.
Yo no pertenezco a ningún lugar ni a nadie. En este mundo solo estaba yo, yo y yo. Nadie más.
—Debes seguir siendo virgen para perpetuar nuestro trato. — comentó despreocupadamente.
Entorné los ojos. Si, ya recordaba yo lo patética que me vi cuando me dijo que yo aún seguía siendo una inocente virgen, ya que él solo había profanado mi mente.
—Si, una virgen y tonta chica. Sabes he estado mucho tiempo lidiando con mi "problema" no creo que te necesite. ¿No crees que si quiero puedo mandarte al carajo? — me alejé de él mientras continuaba produciéndome escalofríos. Lo admito, no esperaba sus palabras, no de esa forma que me recordaba lo sola que me encontraba. Mientras recuperaba la compostura, volteé hacia él, metí las manos en los bolsillos de mi chamarra para ocultar mis temblorosos dedos.
Por su cara cruzó un gesto de sorpresa, que reemplazó rápidamente por algo más inquisidor.
—¿Realmente quieres hacer eso?
Tragué con fuerza. No, no quería eso. Había que admitirlo, ese íncubo tenía una forma deliciosa de devorarme.
No contesté y le rodeé para seguir mi camino. Por supuesto vino tras de mí.
Al llegar a la universidad, en la entrada se encontraba Tina, mi mejor amiga y única, por cierto. Se acercó corriendo hacia nosotros y, en lugar de abrazarme efusivamente como siempre hace. se concentró en mi acompañante.
—Hola, Rena, ¿Quién es tu amigo? — preguntó sin mirarme.
Suspire intercambiando mis ojos entre ambos; él un apuesto íncubo, musculoso, varonil, rebosante de hormonas, que poseía unos ojos azules preciosos y una cabellera de revista. Ella morena, flaca y sobre todo piernuda. Parecía salida de una revista vestida con el hermoso vestido de flores. Tenía ojos grandes y suplicantes, del color de las hojas en primavera. Inocente.
De inmediato me sentí excluida. Yo era delgada, mi único atractivo eran mis pechos grandes (aunque yo los odiara) cachetona y con rostro enfadado todo el día. El único momento para relajarme era mi casa, pero ahora gracias a cierto tipo me será difícil.
—Él es Gil, mi nuevo compañero de piso. —contesté, ignorando la débil risa nerviosa de Tina.
—Mucho gusto, yo soy Tina, la mejor amiga de este caso perdido.
Negué. Gil sonrió a mi lado y tomó la mano de Tina para besarla en una exageración de cortesía, ella suspiró y me miró suplicante.
—Mucho gusto linda señorita.
¡Oh, por favor, no podía sentirse atraída por el íncubo! Yo no iba a permitir que ese demonio consumiera el candor de Tina.
—Espero verte pronto. Yo tengo que ir a una conferencia. Rena el profe te está esperando en su despacho, deberías apresurarte eres la última y esta solo — me guiño un ojo, luego besó mi mejilla y la de Gil y salió corriendo sin más.
Me sonroje al recordar mi última fantasía con mi profesor de inglés. Sus ojos devorándome... No creo ser capaz de mirarle a los ojos. Sin embargo, mi calificación depende de entregarle este trabajo final.
Sacudí la cabeza tratando de olvidar al profesor y volteé para ver a Tina a lo lejos despedirse con la mano.
Mi corazón se oprimió al verla. Carajo. Éramos de la misma edad, pero su inocencia me perturbó. Yo estaba harta y cansada frente a ella. Es divertido como unos segundos pueden alterar una perspectiva. En un momento andas ahí, disfrutando despreocupadamente la dulzura de la vida, y al día siguiente eres golpeada por esta, dejándote completamente sola y todo lo que sabías hasta el momento está patas arriba. Supongo que a veces la vida puede ser una verdadera puta.
—Linda chica. — comentó, le mire de mala manera ante el tono libidinoso de su voz.
—Está afuera de tu alcance, gigolo.
—¿Celosa? —murmuró con tono meloso. — Si no quieres que vaya con otra chica deberás alimentarme bien. ¿Has odio que a los hombres se les conquista por el estómago?— se me acercó seductoramente tratando de rodearme con sus brazos, pero yo me alejé y me dirigí a la oficina del profesor.
—Tú no te alimentas precisamente por el estómago, más bien lo haces con la cabeza entre tus piernas.
—No puedo argumentar contra esa lógica. — me alcanzó. Me atreví a golpearlo en el estómago, él solo sonrió y continuó molestándome hasta llegar a donde estaba el profesor.
Era sorprendente lo sola que se encontraba la universidad un sábado por la mañana. Al parecer era de las pocas que aún intentaba salvar el semestre.
—Espérame aquí ¿entendido? No tardaré.
—Bien. Pero recuerda, eres mía. — su gélida voz sonó amenazante. Pero esta vez no me hicieron inquietar.
—¿Celoso? — mofe, él negó divirtiéndose y se fue a recostarse contra la pared. Bien, las cosas estaban bien siendo claras. Yo era su alimento así que tenía que cuidarme. Si, ciertamente eso sonaba mal.
Respire profundamente para tomar valor y entrar a la oficina del profesor. ¿Qué podría pasar al ver a mi profesor moja bragas? Nada. Absolutamente nada porque él nunca le haría nada a una alumna.
Al mal paso darle prisa. Sin pensar abrí la puerta y entré, cerrando la puerta tras de mí. A penas nuestras miradas se cruzaron sentí temblar mis piernas como gelatinas.
—Renata, pensé que ya no iba a venir. Venga siéntese aquí. ¿Trajo su proyecto? — sus ojos azules centellearon con amabilidad. Yo asentí como un corderito acorralado y seguí todas sus indicaciones sin rechistar. — A ver, enséñamelo. — estiró su mano.
De inmediato di un salto en mi asiento al escuchar. ¿Q. ¿Qué quería que le enseñase?
—El trabajo, Renata, el trabajo. — aclaró divirtiéndose ante mi confusión. Mierda, él había captado el doble sentido de mis pensamientos. Qué vergüenza. — Aunque, si quieres enseñarme otra cosa, yo estoy dispuesto a mirar. — susurró. No puede ser lo que escuche o ¿sí? Esto debe ser una broma más de mis fantasías.
—¿Qué dijo? ¿D. Dijo algo profesor?
—Qué no tienes casi errores, vas muy bien. No te preocupes, tendrás un diez asegurado... ¿Te sientes bien? No pareces feliz por pasar mi materia. Contrario, pareces nerviosa. Si hay algo en lo que pueda ayudarte... — acarició mi mejilla con ternura. Yo me mantuve ahí, mirando su dulce sonrisa y su suave toque no había cambiado. Era igual al que recordaba desde hace mucho tiempo.
Mi corazón latió desbocado sin poder negar lo que sentía. Traté de olvidar este sentimiento, pero me está siendo imposible. Yo de verdad me siento atraída por mi profesor.
ESTÁS LEYENDO
Sueños Húmedos
RomanceRenata es una chica que busca refugio en lo menos imaginable: la masturbación. Al estar siempre sola su vida fue monótona y lineal, hasta que un tipo sexy al que llamo orgasmo andante aparece para atraerla a las sombras, a las penumbras de la fantas...