CAPÍTULO 25 LO CUMPLIÓ

2.3K 305 6
                                    

Elizabeth corre desesperada por entre aquellos enormes pinos, su respiración es entrecortada, siente que el aire no llega a sus pulmones, quisiera detenerse, aunque sea por un segundo, pero no puede permitírselo, la vida le va en ello...cae al suelo entre las hojarascas y ramas secas, con desesperación intenta ponerse de pie, pero resbala y cae de nuevo, con angustia escucha como unas pisadas se acercan, quiere gritar, pero no lo hace, no puede dar a conocer su ubicación.

Con dificultad se levanta, pero sus piernas se niegan a responder. Un dolor agudo atraviesa su tobillo se lo ha torcido. Ignora su dolor y da unos pasos más, de pronto con angustia siente como unas manos grandes se aferran a su brazo y la jalonean, intenta zafarse del agarre, pero es inútil. El hombre que tiene frente a sí, es demasiado corpulento para su tamaño, un sollozo escapa de su garganta, sabe que está perdida, ella misma escuchó a su suegra, dar la orden a aquellos tres hombres de matarla.

_Pensé que no ibas a dar batalla preciosa -dijo el hombre pegado a su oído, lo que provocó que un escalofrío recorriera su cuerpo. _mejor así. -sonrió con una mirada torva, así es más interesante, la envolvió con sus sucias manos, de inmediato un olor a sudor y a cerveza inundó sus fosas nasales, con desesperación se removió intentando soltarse, pero esto hizo que el hombre se aferrara más a ella y estuviera más complacido. Intentó golpearlo en la entrepierna, pero al sentir el movimiento él la acorraló contra el tronco grueso de un árbol dejando caer todo su peso sobre ella, esto la sofocó haciendo que su respiración se hiciera más difícil, las fuerzas le fallaron, la visión empezó a nublarse, de lo único que es consciente es de las toscas manos que empiezan a recorrer su cuerpo, le dan ganas de vomitar, pero ni eso puede. Los sonidos se empiezan a distorsionar y se escuchan muy lejanos, luego es consciente de que se escuchan más voces, una sensación de impotencia se apodera de ella, los dos hombres que faltaban acaban de darles alcance. El grandulón afloja su agarre, pero tiene que sostenerla porque ella ya no tiene la fuerza suficiente para mantenerse en pie.

_ ¡La atrapaste! -dijo uno de los hombres con la cara enrojecida por el esfuerzo de la carrera.

_ ¡Bien! ¡Terminemos esto! - dijo el último de los hombres no menos agitado que el primero, tratando de llevar aire a sus pulmones y sacando una pistola que traía fajada a la cintura.

_ ¡Un momento! - dijo el grandulón. _ primero vamos a divertirnos un poco, no podemos desaprovechar esta oportunidad - le dirigió una mirada llena de deseo.

_ ¡Cierto! lo merecemos después de la carrera que nos hizo pegar. - se adelantó el segundo hombre poniendo sus manos sudorosas sobre ella, haciendo que se sobrecogiera de terror.

Las carcajadas que los tres hombres soltaron, taladraron sus oídos retumbando en su cabeza.

Un sudor frio empezó a recorrer su cansado cuerpo. No tenía escapatoria.

Su único error, fue tratar de ver a su hijo, a pesar de que fuera advertida por esa mala mujer de que no volviera, ya que según ella, Santiago había dado la orden de no dejarla entrar a su territorio y menos dejarla acercarse a su hijo. Elizabeth no creyó que él se atreviera a tanto, pero ella le aseguró que la próxima vez saldría muerta.

***
¡Lo cumplió!...¡lo cumplió!... no sentía gran parte de su cuerpo, estaba tan golpeada que ni siquiera podía abrir los ojos, se le dificultaba respirar por la nariz de lo hinchada que estaba, intentaba respirar por la boca, pero la sangre que arrojaba por ella se lo impedía, su cuerpo ya no respondía, su cerebro empezaba a confundirse, de pronto vio a Santiago parado frente a ella, mirándola fijamente, con esos ojos fríos, carentes de expresión, impasible, solo observando su obra, constatando que sus órdenes se habían cumplido, su venganza había sido completada. Ella extendió su mano suplicando, pidiendo misericordia, pero él se volvió dándole la espalda y con un "acábenla" se marchó sin mirar atrás. Ella sollozó dolida, el hombre que la había hecho subir a la luna y le había dado las estrellas, y la más grande dicha, era el mismo que ahora la destruía, porque literalmente eso había hacho. Esos hombres habían destruido su vida, su alma, su cuerpo. Ese cuerpo que yacía tirado en medio del bosque, ultrajado, expuesto, desgarrado.

No le quedaban más fuerzas, la vida se le escapaba, después de horas de tormento esos hombres aún estaban ahí, apenas se sostenían de lo ebrios que estaban, hacía un buen rato habían dejado de molestarla, quizás porque creían que por fin estaba muerta, lo cierto era que no estaban muy lejos de la realidad.

Ningún sonido salía ya de su boca, su cuerpo permanecía inerte, sin movimiento alguno. ¡Un momento!... ¿cómo es que vio a Santiago ahí?, ¿cómo extendió su mano hacia él, si ni siquiera podía mover un músculo?, ¡Dios mío!, ¡se estaba volviendo loca! - una angustia escalofriante empezó a apoderarse de ella.

FUE MI ERRORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora