CAPÍTULO 26 PESADILLAS

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Escuchó las voces de los hombres, uno de ellos se levantó... un dolor agudo recorrió su espalda al sentir como la tomaba de los pies y arrastraba su cuerpo por entre la maleza, ramas y piedras se incrustaban en su espalda ante la fricción de su cuerpo con el suelo. Por fin se detuvo. Sintió alivio, pero de inmediato la angustia volvió, sintió que otras manos la tomaban de las suyas y era levantada del suelo, el primer hombre aún la sostenía de los pies.

El corazón le dio un vuelco, supo que estaba siendo arrojada a un barranco, su corazón empezó a latir con fuerza, sintió que caía, trataba de extender sus manos para aferrarse a algo, pero no había nada. De pronto un fuerte impacto...sintió que la cabeza le estallaba, escuchó como sus huesos se fracturaban, todo empezó a dar vueltas, las náuseas volvieron, empezó a gritar...no quería morir... de nuevo empezó a luchar, no quería irse, no quería dejar a su hijo en medio de esos monstruos, tenía que volver, por fin sus manos tocaron algo...la rama de un árbol, se aferró a ella, empezó a subir, todo el cuerpo le dolía...no importaba, siguió adelante, por fin alcanzó a ver el principio del precipicio, llegaría... por supuesto que llegaría, extendió su mano y se aferró a la orilla, sólo tendría que subir una de sus piernas y estaría arriba, sería libre de nuevo, podría regresar por su amado hijo.

Esperanzada miró hacia arriba sólo un paso más... y....ahí estaba el de nuevo...un grito de terror se ahogó en su garganta.

Espantada observó como él, se acercó hacia la orilla del precipicio y extendió su mano para tomar la suya, por un momento pensó que la ayudaría.

Al sentir su mano tibia contra la suya no pudo evitar mirarlo a los ojos lo que vio en ellos la espantó aún más: odio, furia, venganza, esa mirada que antes le transmitía amor, ternura, adoración, ahora transmitía...muerte... él sostuvo su mirada por un momento y sin remordimiento, mirándola a los ojos la soltó...

***
Un angustiado grito escapó de su garganta, esta vez lo escuchó con claridad, luego... cayó al oscuro vacío.

_ ¡Elizabeth! -escuchó una voz conocida. _ ¡Lizzy! - sintió que unas suaves manos la sacudían. _ ¡Amiga! ¿estás bien?

_ ¿Qué...que sucedió?, se incorporó de la cama, estaba temblando. Su respiración era agitada, pequeñas gotas de sudor recorrían su cuerpo. Como si recordara algo empezó a tocarse, sus brazos, sus piernas su rostro, todo estaba bien, no sentía dolor, luego la vio, ahí sentada sobre su cama, su amiga, su apreciada amiga, de no ser por ella, jamás habría sobrevivido a todos esos meses de angustia y dolor.

_ ¿Otra vez tus pesadillas? -preguntó con compasión.

Ella solo asintió con la cabeza, si ella supiera que no era "otra más de sus pesadillas", era lo que en realidad había vivido, aquella visión que no quería alejarse de su mente, todo volvía una y otra vez atormentándola, obligándola a vivir el mismo infierno una y otra vez, lo único de lo cual dudaba que fuera real era de las escenas donde Santiago aparecía, aunque seguía siendo igual de culpable.

¿Cómo pudo enamorarse de él? ¿cómo no se dio cuenta de lo canalla y cobarde que era? jamás intentó buscarla y aclarar las cosas, cualquiera que estas fueran porque aún ahora no sabía el motivo de su abrupto cambio, sin embargo, si había enviado a esos hombres a matarla, era algo que no podía comprender.

_ ¡Amiga! -la abrazó Mariana, _ ¡todo va a estar bien!

Ella asintió y se dejó abrazar, sabía que jamás las cosas volverían a estar bien para ella.

Jamás, aunque se lo propusiera, podría confiar en alguien, nadie en su sano juicio buscaría cargar con ella y con su hijo, y ella no podría entregarse a otra relación, jamás. Había amado a un hombre y lo amaría hasta la muerte, aunque hubiera resultado ser un verdadero canalla, digno representante del crimen organizado, tan vil y despiadado como cualquiera de ellos.

Cerro los ojos, aún permanecía su amiga Mariana ahí consolándola como lo había hecho tantas veces, cuando después de cada pesadilla, ella era incapaz de volver a conciliar el sueño, y como entonces, una vez más corrió a la cocina a prepararle un té, que calmara sus estropeados nervios. No importaba si la noche empezaba, si era a mitad de ésta, o era de madrugada, ella estaba ahí, fiel como su traicionero esposo no lo había sido, aun cuando se lo había jurado ante el altar.

Se sacudió esos pensamientos, tenía que alejarlos de ella, así como tenía que alejarse de él, ahora tenía a su hijo, si no todos los días, si los fines de semana y hasta ahora habían podido sobrellevarlo, sin tener que enfrentarse uno al otro, aunque sabía que, por su hijo, tarde o temprano tendrían que hacerlo, y deseaba que fuera más tarde que temprano, ella aún no podía estar enfrente de él y no sentir horror de que la lastimara de nuevo.

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