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Lentos. Así es cómo estoy percibiendo los días hasta el cumpleaños de Eric, aunque sea dentro de dos. Lentos y aburridos.
También puede deberse a que no quiero que éste llegue porque, de algún modo, eso supondrá centrarnos de nuevo en asignar una fecha para la boda. Una boda a la que nadie querrá volver a acudir por mi culpa.
Respiro hondo y aprieto con fuerza el tenedor en mi mano. Aunque tengo la vista fija en el plato casi intacto, puedo notar cómo mis padres me miran intentando averiguar qué le ocurre ahora a su hija para que arruine otro momento familiar.
De pronto el cubierto me quema la piel y lo suelto con brusquedad, apartándome de la mesa del mismo modo. Miro a mi hermano, que esboza una sonrisa de suficiencia con sus ojos clavados en mí, miro a Eric, que me observa preocupado. Pero no miro a mis padres.
Salgo del comedor sin decir nada y casi corro hasta llegar a mi habitación, donde me apresuro en buscar un vestido menos llamativo al que llevo ahora. Por suerte no tardo en encontrarlo ni en cambiarlo por el otro. Después me acerco al tocador y deshago mi peinado para hacerme una trenza sencilla.
—No pensarás ir al pueblo tú sola, ¿verdad?— la voz de mi padre desde la puerta me hace girarme despacio. Éste se acerca y me da un rápido vistazo.
—Pareces una aldeana— sonríe por un instante pero se cruza de brazos—. Pero la gente sabrá reconocer a la Princesa en cuanto la vea por mucho que haya cambiado su aspecto, Ashley. Lo sabes, ¿no?
Suspiro y me apoyo en la superficie del tocador desviando la mirada hacia el exterior. Mi padre acaricia una de mis manos con suavidad y me estremezco un poco.
—No es justo— me escucho sollozar y cierro los ojos.
—Lo sé, cariño— dice bajito abrazándome.
Me aparto de él a los pocos segundos y avanzo hacia el balcón, sabiendo que me sigue.
Vuelvo a cerrar los ojos y las lágrimas descienden por mis mejillas.
—¿Por qué tengo que hacerlo, papá?— pregunto en un hilo de voz.
Le escucho suspirar mientras se coloca a mi lado.
—Sabes que no hay otra opción, mi niña.
Sollozo y me abrazo a él con fuerza.
—Si Jared hubiese aceptado...
—Cariño, no es culpa de tu hermano— dice separándome para que le mire—. No es culpa de nadie, ¿entiendes? Tú eres la primogénita y por eso debes ser tú quien gobierne.
Niego despacio y otro sollozo sale de mi garganta.
—No quiero hacerlo, papá.
Vuelve a mirarme preocupado y ahora es él quien me abraza.
—Mi niña, tranquila. Tu madre y yo estaremos a tu lado para todo lo que necesites en su momento. Y Eric también lo estará, recuérdalo.
—¿No podría hacerlo él?— pregunto hundiéndome en su pecho—. Si será Príncipe de nuevo cuando nos casemos, tendrá que estudiar también para saber gobernar éste reino, lo que significa que estará igual de preparado que yo y entonces...
—Ashley, acabo de contestar a esa pregunta hace un momento— me interrumpe cansado, separándome de nuevo—. Eric no será más que tú consorte, como yo lo soy a tu madre, por lo que seguirás siendo tú quien gobierne.
—Pero yo no...
—Basta ya— dice tan despacio que su voz me asusta—. No quiero oír otra queja sobre el tema, ¿de acuerdo?
Una lágrima escapa de nuevo y asiento despacio.
Mi padre me sostiene la mirada unos segundos antes de marcharse.
—Ashley— suelto un sollozo pero no miro a Eric, quien se acerca y me abraza con suavidad—. Vamos dentro, hace frío— susurra empezando a caminar hacia el interior.
Me tumba con cuidado en la cama, como si temiese romperme, y se acuesta junto a mí, envolviéndome más en sus brazos.
—Creía que él lo entendía— digo tras un rato con la voz entrecortada a causa de las lágrimas.
Eric se acomoda un poco y deja un beso en mi cabeza.
—Quizás la conversación que tuvo con tu abuelo le hizo cambiar de opinión— habla muy bajito, pero me incorporo para mirarle y frunzo el ceño—. Fue mientras estabas enferma, tú abuelo pidió hablar con él y se encerraron en su despacho— explica—. Pero no sé sobre qué, lo siento.
Empiezo a levantarme pero Eric me toma del brazo.
—Creo que tengo una idea de esa conversación— le digo mirando su agarre—. Voy a buscarle para...
—¿Crees que querrá hacerlo?— me corta enarcando una ceja—. No parecía muy contento cuando me he cruzado con él mientras salía.
Sonrío un poco y le beso con suavidad por unos segundos.
—Tengo que intentarlo.
Un pinchazo aparece en mi estómago tras mis palabras pero lo ignoro y salgo al pasillo para buscar a mi padre.
Observo mi puño temblar mientras llamo a la puerta de su despacho y lo envuelvo con la otra mano escondiendo ambas tras mi espalda.
Ésta se abre segundos después y mi padre cierra los ojos.
—¿Has venido a seguir discutiendo?— dice entrando de nuevo e invitándome a que lo haga—. Porque creo que ya he dejado clara mi respuesta ante...
—Esas palabras no eran las tuyas— le corto y me mira confuso—. No todas, al menos.
Suelta una carcajada y se acerca a mí de nuevo.
—¿No has pensado que tal vez he cambiado de opinión y he visto lo que es mejor para tí?— pregunta apartando un mechón que, en algún momento, se ha soltado de mi trenza.
Niego con la cabeza y aparto su mano sin mirarle.
—No lo harías. Nunca lo harías— noto que mi voz se rompe y permanezco en silencio hasta que me recompongo—. Porque tuviste que pasar por lo mismo que yo y sabes cómo me siento al respecto. Mejor que él, mejor que cualquier persona que haya nacido en el seno de la realeza.
—Como tú— dice levantando mi barbilla para que le mire.
Respiro hondo con su vista clavada en la mía y las lágrimas se agolpan de nuevo, pero las limpia conforme van saliendo y permanecemos bastante rato así.
—Te hizo cambiar de opinión sobre mí— susurro cuando aparta sus manos de mi cara—. Y te amenazó con hacernos daño si te negabas.
Mi padre mira la herida de mi mejilla y la repasa con los dedos con suavidad. "A tí ya te lo ha hecho" sé que es lo que quiere decir.
—Te dijo que nos haría daño a Jared y a mí, ¿verdad?— continúo mientras él permanece en silencio—. Te dijo que le haría daño a mamá.
Aparta la vista y cierra los ojos de nuevo, y ahora soy yo quien posa las manos en sus mejillas y limpia sus lágrimas. Aunque mi hermano y yo también somos importantes, mi madre siempre ha sido su punto más débil.
—No puedo dejar que vuelva a herirla de la misma forma que cuando estaba bajo su poder. No podría soportarlo.
Deslizo mis brazos con suavidad tras su espalda y le abrazo despacio.
—No dejaremos que lo haga, papá— digo bajito mientras me aprieta contra su pecho—. Ya no tiene poder sobre ella, ni sobre nosotros. Recuérdalo.
Le noto sonreír sobre mi cabeza y deja un beso en ella antes de mirarme de nuevo.
—¿Te hemos dicho alguna vez lo orgullosos que estamos de tí? ¿Lo afortunados que somos de tenerte como hija?— pregunta sonriendo con su frente pegada a la mía.
Sin embargo no contesto y cambio de tema repentinamente.
—¿Puedo ir al pueblo con Eric? Nosotros solos, sin guardias. Por favor.
Mi padre tuerce el gesto y aprieta los labios.
—Cariño, sabes que...
—Pues ven tú con nosotros— le corto antes de que complete lo que estoy harta de escuchar—. Podemos ir los tres. Sé que Eric y tú sabréis defendernos si sufrimos un ataque y yo también puedo ayudar.
Suelta de nuevo una carcajada y cierra los ojos echando la cabeza hacia atrás.
—Está bien— dice al fin—. Iremos los tres solos, pero no estaremos mucho tiempo, ¿de acuerdo?
Doy un saltito en el sitio y me abalanzo sobre él para abrazarle, ésta vez feliz.
—¡Voy a decirle a Eric que se prepare!— exclamo saliendo corriendo de allí para volver a la habitación.




A Princess' Tale (Reales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora