Capítulo 40: Déjanos cuidarte

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"Me guardé todo adentro

Y aunque lo intenté todo se vino abajo"

Linkin Park (In the End)

—¿Qué mierda significa eso?— la pregunta de Caín fue mas un susurro que un grito de exigencia pero es que la impresión era tal que el aire no entró correctamente a sus pulmones.

—No voy a repetirlo Caín— le respondió Azael de forma cortante al otro lado del teléfono.

Caín tampoco lo esperaba, solo que no sabía que más decir.

Después de unos segundos de silencio agregó.

—Somos unos imbéciles.— dijo con un suspiro doloroso.

Claro que lo eran.

Azael se quedó en silencio al otro lado de la línea sin contradecirlo.

—Ella esta en el hospital ahora, sería bueno que vinieras a verla.

—Lo haré— respondió antes de colgar.

Caín miró su reflejó en el espejo del baño. Era un absoluto desastre. Desde que Enya desapareció no había pensado en otra cosa que no fuese en buscarla. Se había sentido tan aliviado cuando ella misma lo llamó, escuchar su voz, saber que estaba bien lo hizo intensamente feliz a pesar de la noticia de que había perdido al bebe.

Después de ese encuentro en el hospital ella simplemente lo había dejado atrás como a un idiota. Lo había esposado a la cama cuando estaba dormido y se había ido sin dar explicaciones.

El problema...

El problema es que se había perdido tanto es sus propios problemas que no había visto más allá de ello. Esta vez por lo menos Enya lo había abandonado por su propia voluntad, pese a que era igual de doloroso e inexplicable por lo menos ella era libre. Estaba tan enfrascado en sentir lastima por si mismo desde entonces que no había visto lo que realmente ocurría con su hermana.

No había visto el profundo dolor por el que Ada estaba pasando.

Ahora que miraba hacía atrás todo aquello tenía sentido. Ada le había entregado las escrituras de el Club Moon, el club que le había heredado su madre antes de morir, un lugar que era tan preciado para ella, se las había dado días antes de su boda como si le dijera "llévatelas lejos, donde nadie pueda quitármelas".

Había sido tan estúpido, tan estúpido para no verlo, tan egoísta, enfrascado en sus propios problemas para ayudar a la única persona que lo había tratado con respeto dentro de esa casa del infierno.

Dios... Ada.

Un sonido seco y sordo sonó en la habitación cuando Caín golpeó el lavabo y este se despegó ligeramente de la pared, le dió otro golpe, otro más. La tubería fue lo único que impidió que arrancara el lavabo de sus cimientos.

Se dejó caer en el suelo cubriendo su rostro con dolor.

Se sintió tan idiota.

Tan egoísta.

Se obligó a tomar un baño después de semanas de no hacerlo y se rasuró la barba creciente y descuidada. Finalmente tomó su auto y emprendió el camino al hospital.

Apretó el volante mientras presionaba el acelerador con rabia.

Demasiado.

Ya había sido demasiado, Derek Walk había llegado demasiado lejos.

Estacionó en el primer piso del estacionamiento y bajó con la mente en otro lado analizando todas las pequeñas y no tan pequeñas señales que Ada les había dado de su precaria situación y que él en su egoísmo no había podido ver.

Ada WalkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora