Capítulo 16

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Año 1995

Lugar desconocido

La chica escribía como podía en uno de sus pequeños diarios, desde hacía dos años, le pedía a su padre como único regalo que le diera eso. 

Un sitio donde escribir, donde ser ella misma, donde pudiera expresar sus deseos, sus miedos... 

Y ese miedo crecía cada día. Desde que había soñado con su madre dos años atrás y había recordado aquel día, no podía ver con los mismos ojos a su padre.

Ahora, cada vez que él bajaba, había una especie de tensión en el aire que antes no estaba. Ella no era tonta, de hecho, era demasiado inteligente. 

Sabía que no podría escapar de allí tan fácilmente porque siempre la dejaba encerrada y nunca la dejaba salir... Excepto un día.

El de su cumpleaños.

Y era hoy.

Había estado todo un año preparando en su cabeza un plan, un plan que no tenía fallos según ella. 

Pero llegado el día, la chica no sabía porque se encontraba tan mal: tenía el cuerpo cortado, mucha calor y llevaba un par de días con dolor de barriga. 

Cuando acabó de escribir en la última página de su diario, lo dejó en la mesita de noche y se recostó en la cama mirando un techo viejo que se sabía de memoria. 

Incluso, podía saber por donde estaba andando su padre en aquel preciso momento si estaba en silencio, si agudizaba lo suficiente el oído. 

El problema era que aquella habitación nunca estaba en silencio.

Su padre se había encargado de ello y solo apagaba la televisión por la noche. A simple vista podía parecer un regalo, ¡tenía una televisión para ella sola! 

Pero en realidad, era un infierno: todos los días, durante años, la joven oía cosas horribles que la hacían pensar muy seriamente si debía o no escapar de aquella jaula. 

Cada día era testigo de como muchas chicas desaparecían de la faz de la tierra sin dejar rastro, cada día veía asesinatos de chicas que habían decidido coger un atajo y que nunca llegaron a casa... 

Todos los días, oía como miles y miles de mujeres eran secuestradas, asesinados, enterradas...

Y él, siempre le decía que era para que viera que en el mundo había mucho dolor. 

Que no podía salir de allí porque si lo hacía, si ponía un pie fuera de esa casa, desaparecería sin dejar rastro como esas chicas que veía por la televisión. 

Pero algo dentro de ella, le decía que era imposible que en el mundo solo hubiera cosas malas, que no todo era de color negro. 

Y eso era lo que le hacía tener ilusión, ganas de vivir, de escapar.

Estaba tan absorta en sus pensamientos de poder ser libre, que no notó como ese dolor en la barriga bajaba cada vez más. 

No notó, como empezaba a sangrar por una parte de su cuerpo a la que nunca le había prestado atención, hasta ahora.

Pero cuando se incorporó y apuntó la linterna que tenía a las sábanas, vio como un hilo de sangre salía de su entrepierna.

Se asustó, se asustó tanto que empezó a llorar porque pensaba que se estaba muriendo. 

Y lo único en lo que podía pensar, era que nunca había vivido. 

Nunca había visto la luz del sol, nunca había salido a jugar con otros niños... 

Y pensó que se moría, que ella, esa niña se moría.

Aunque en realidad, la niña inocente que había dentro de ella, llevaba muerta muchos años.

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