Capítulo 31

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Año 1996

Cabaña del bosque

Una semana antes.

ㄧEso es una locura, ángel. Él nos quiere... nos cuida.

ㄧÉl no nos cuida, Natalia... nos tiene encerradas. Y te he dicho mil veces que no me llames ángel.

Natalia, o al menos lo que quedaba de ella, estaba a gusto en esa casa. 

Al menos ahora, las dejaba salir de sus habitaciones y andar por la cocina, el salón... 

Pero nunca fuera de la cabaña. Eso estaba prohibido.

Había podido leer libros nuevos, había aprendido a cocinar y a hacerse su propia ropa con tan solo siete años y medio. 

Era increíble lo que el ser humano podía aprender por mera supervivencia. En cambio, su hermana... no lo veía tan bien todo aquello.

Seguía con la mirada llena de ira, aunque de vez en cuando pasaban buenos ratos juntas, pero eso se acababa en cuanto Rubén entraba por la puerta. 

Se había dejado la barba larga y sus ojeras iban en aumento. De vez en cuando, las niñas lo oían hablando solo, sollozando o gritando al aire, e incluso, jurarían haberle oído hablar con Verónica.

Natalia era feliz... en la parte de abajo de la cabaña. Era una niña muy risueña, aunque sus ojos siempre estaban cansados. 

De día, hacía lo posible por no hacer enfadar a su padre, le cocinaba, fregaba, nunca contestaba y hacía todo lo que le pedía.

En general, Natalia pensaba que Rubén era un buen padre. Era muy cariñoso. 

Quizás, como pensaba ángel, demasiado.

Ella no lo veía como un padre, lo veía como a un carcelero, como a un monstruo que tienes que alimentar y cuidar, para no hacerlo enfadar. 

Pero ella no se callaba, siempre que podía intentaba saltar encima de él, morderle, hacerle casi tanto daño como él se lo hacía a ella.

Y a su hermana.

Natalia nunca se resistía, ni siquiera por las noches cuando su padre subía a las habitaciones. 

Nunca sabían a por quién iría, lo decidía en un segundo, aunque casi siempre optaba por Natalia.

Era más callada, menos problemática.

Era más fácil de manejar que su otra hija.

ㄧ¿Verónica? ㄧsusurró una noche dentro de su habitación.

ㄧ¿Si?

Natalia había empezado desde hacía algo más que un par de meses, a responder por ese nombre. 

Hasta tal punto, que si su hermana la llamaba, no respondía sí no usaba ese nombre.

La estaba comiendo por dentro, Rubén estaba mordiendo trozos de su piel y tragándoselo, para luego escupirlos a su antojo. 

Estaba haciendo que su hija se convirtiera en una persona que no le correspondía.

Y ángel, como la llamaba su hermana, lo odiaba por ello. Le odiaba por encerrarlas todas las noches en las habitaciones, por amordazarlas, por susurrarles palabras al oído cuando ni siquiera las entendían. 

Lo odiaba por haberles quitado la vida, aún estando vivas.

Y juró que no aguantaba más. 

No soportaba la idea de tener que oír esos gemidos a través de las paredes, esos golpes en la cara cuando no respondían o cuando no hacían lo que él quería.

No soportaba la idea de seguir allí encerrada.

De seguir viviendo en un mundo donde solo estuviera él. 

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