Capítulo 41

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Año 2020

Núria necesitaba otra pastilla. 

Sentía la necesidad de meter su mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, tocar con la punta de sus dedos la pequeña bolsa y meterse la pastilla en la boca. Pero estaba en comisaria. 

Estaba trabajando y no podía volver a recaer por segunda vez en un vicio tan malo y tan complicado de quitar. 

No podía permitirse el lujo de alejar su mente de todo de todo el mundo.

La puerta de su despacho se abrió de golpe y Oscar entró aparentemente preocupado.

ㄧSamuel sigue sin contestar a mis mensajes, y sigue sin aparecer. Y María no sabe nadad de él, ¿no te parece raro todo esto? Porque a mí sí, y me esta dando mal rollo.

ㄧOscar, ¡contrólate, coño! Estará bien. Siempre lo está.

Justo cuando Osar parecía que se iba a arrancar la cabeza de tanto preocuparse, a Núria le llegó un mensaje de Samuel. Sí, era un mensaje.

Pero era muy extraño.

"Ten cuidado en tu piso. Estamos vigilados"

Le enseñó el mensaje a Oscar e insistió en ir a su apartamento. 

Yendo en el coche, Núria cerró los ojos y se permitió el lujo de meter su mano en el bolsillo, de sentir. Al cerrar los ojos, sin querer, invocó sus sueños y a aquella niña asustada que aparecía siempre. 

Pero esta vez, estaba enfadada, seguía repitiendo una y otra vez que la había abandonado, que era una mala persona y que se había olvidado de ella.

Cuando Núria empezó a soñar con aquella niña, cuando a penas entró en el psiquiátrico; al principio creía que era real, que esa niña sí que existía y pasó más de medio año convencida de que eran amigas, de que la conocía. 

Tenía incluso la sensación de haberla tocado, de haberla rozado, e incluso de haberla decepcionado.

Cuando comenzó a contar a su psiquiátrico que la veía, que tenía una amiga que se parecía mucho a ella y que le echaba cosas en cara, él le dijo que todo aquello era producto de su imaginación, que era la forma de su pequeño cerebro de echarle la culpa a alguien, de buscar un culpable a que sus padres la hubieran abandonado. 

Y ella le creyó, ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a creer? 

Solo era una niña y él, un adulto, con un título importante que le daba un diagnóstico y unas pastillas para calmar las pesadillas.

Debía tener razón.

Los adultos siempre la tenían.

Pero a medida que Núria crecía y entendía el mundo, y ella misma; a medida que supo diferenciar entre lo que era real y lo que no lo era, empezó a creer que aquel hombre con corbata podría no tener razón: no sabía porque, pero ella nunca se sintió mal por haber sido abandonada por sus padres, siempre había sentido cierto alivio cuando al año de estar allí encerrada en el centro psiquiátrico, María y Samuel aparecieron con una sonrisa y muchos miedos, para decirle que la habían adoptado.

Se sintió aliviada.

Salvada.

La despertó el ruido del motor de Oscar, había aprendido a diferenciar cuando paraba en un semáforo y cuando intentaba aparcar. 

Porque lo hacía fatal.

Conducía de una forma aceptable... pero ¿aparcar? Era un desastre. 

Eso le gustaba.

Le gustaba meterse con él, pasar tiempo hablando porque él no pretendía ser algo que no era.

Bajaron del coche en silencio, sin necesidad de decir nada, eso también le gustaba de estar con Oscar. 

Subieron en el ascensor, mirándose fijamente y sonriendo. Hasta que llegaron a su apartamento y entraron despacio, temiendo que alguien estuviera al otro lado de la puerta, pero cuando pasaron el umbral, no había nadie.

ㄧNo sé a que se refería Samuel en el mensaje...

ㄧNo tengo ni idea, Oscar.

Pero entonces , recibió otro mensaje: "Mira en los libros"

ㄧEsto es cada vez más raro, ¿no? Me está dando mala espina todo.

Pero Oscar pareció no escucharla, se fue directamente hacía la estantería que había en el salón, al lado del sofá. 

Empezó mirando los títulos, las esquinas vacías, los huecos entre los libros... Hasta que se dio cuenta de que había una pequeña figura de madera de un oso.

ㄧEso no es mío. ㄧdijo Núria algo extrañada.

Oscar empezó a mirar la figura y al cogerla y acercarla, se dio cuenta de algo. Había algo que no encajaba en aquella figura: sus ojos. 

Donde deberían haber dos ojos pequeños, habían dos cámaras en ellas. Dos cámaras que llevaban allí mucho tiempo, vigilando, observando, escuchando...

Oscar y Núria se miraron asustados, como si supieran que iba a ocurrir algo malo en cuestión de segundos.

Y entonces, ocurrió.

Un apagón en todo el edifico.

Un grito de Oscar y su cuerpo cayendo inconsciente en el suelo.

Una respiración pesada.

Unos pasos acercándose al cuerpo de Núria, que luchaba por hacer su vista a la oscuridad para intentar ver algo.

Y una mano apretando su boca desde atrás.

Y oscuridad.


Y silencio.

Un absoluto silencio.

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