Capítulo 43

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Año 2020

Núria estaba acostumbrada a la oscuridad. Se había pasado prácticamente toda su vida entre muertes y sangre, y asesinos.

Lo tenía asumido, sabía que una parte de ella, cada vez más grande, era parte de esa oscuridad, que ella mismo se fundía y vivía allí.

No le molestaba.

Lo tenía asumido.

Estaba acostumbrada a la violencia, a sentir constantemente energías negativas y a tener pensamientos no muy normales. 

Pero sabía controlarlos, de eso se encargó Samuel desde la primera vez que la vio en su habitación: con las fotografías de los cuerpos desnudos y sangrientos entre los dedos de sus pequeñas manos. 

Y Samuel, que ya llevaba tiempo en el cuerpo de policía, vio en los ojos de su hija esa oscuridad.

Y no nos engañemos, todo ser humano tienen cierta oscuridad en su interior.

Pero la de Núria era mayor. Por ello, su autocontrol también debía serlo.

Estaba acostumbrada, sí... Pero no estaba preparada para encontrarse frente a frente con el progenitor que introdujo dentro de ella todas esas tinieblas. 

No estaba lista para saber toda la verdad.

Toda su verdad.

Pero Rubén no entró allí con una disculpa en sus labios, no había hecho todo esto, para arrodillarse ante ella y suplicar perdón. De hecho, él esperaba que fuera ella quien se arrodillará.

 Quería castigarla, quería volcar en ella toda la rabia que sintió años atrás cuando una niña de apenas seis años le apuñaló y le dejó una marca de por vida.

Y no solo en la piel.

Quería hacerla sufrir por abandonarlo, quería verla llorar, sangrar y suplicar. Y no pararía hasta conseguirlo.

Pero lo primero era hacerle recordar su pasado, que iba a convertirse en su presente y en su futuro.

Lo primero que vio Núria, fue una luz blanca inundándolo todo a su paso, cegándola por completo hasta tal punto, que tuvo que cerrar sus ojos de golpe y al abrirlos, aún seguía algo mareada por el brusco cambio.

Lo primero que oyó, fue la vieja puerta de metal abrirse, unos pasos largos y sonoros haciendo un eco en la habitación y por último, el ruido del colchón ante un cuerpo que se sentaba a su lado.

– ¿Qué tal estás, mi niña? – preguntó la misma voz que hacía unos minutos.

¿O habían pasado varios días? Ella no era capaz de descifrarlo.

Núria se encogió todo lo que pudo y se giró, dándole la espalda a su agresor.

– Te juro que no he visto tu cara. Te prometo que... Que no sé quién eres y no he visto dónde estoy... Aún puedes soltarme. No le diré a nadie que he estado aquí. Por favor...

Núria sabía quién era la persona que tenía sentada a su lado, lo sabía perfectamente; pero de momento, intentó jugar la baza de no haberle visto la cara, aunque sabía que no funcionaría.

Sabía que él era inteligente.

Pero solo quería ganar tiempo, era lo único que necesitaba. Ganar tiempo para ayudar a Oscar, a Raquel... o a quien fuera que la estuviera buscando.

Darles tiempo.

– ¿Crees que soy imbécil? – Rubén agarró como pudo el cuerpo de Núria y le dio la vuelta, dejándola boca arriba, apretando sus muñecas – ¡Mírame!

Pero ella seguía con los ojos cerrados, suplicando que la soltara, prometiéndole que no hablaría con nadie.

– ¡Qué me mires, joder! – gritó mientras la sacudía.

Núria por fin abrió sus ojos y miró directamente a Rubén, sin filtros. Sin la necesidad de una ficha policial y una fotografía de hacía demasiados años: era un hombre con una ligera barba, con ojeras en los ojos, las manos grandes y fuertes.

Pero lo que más le afligió a Núria no fueron sus manos o sus canas, fue su mirada. No sabía cómo explicarlo o describirlo si alguien le preguntará, pero en el momento en el que le miró por primera vez, tan de cerca, sintió todo lo que él estaba sintiendo.

Comprendió de golpe que había algo mucho más grande en aquella historia, que sentía hacía ella cierto cariño, cierto grado de excitación sexual, y comprendió, que nunca saldría de allí.

Al menos no con vida.

– Al fin me miras a los ojos.

Al oírlo hablar de nuevo, sintió algo minúsculo, imperceptible para alguien normal, para alguien que no atienda bien a sus sentimientos. 

Pero Núria estaba acostumbrada a autoevaluarse a sí misma y a los demás.

En cuanto oyó su voz de nuevo, tan de cerca, tan dulce, tan excitada... Sintió una conexión inmediata que nunca sabría explicar. Sabía que conocía a ese hombre de algo, ¿pero de qué?

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