Capítulo 55

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Año 2020

Cuando comprendí que había pasado, me paralicé por completo. 

¿Samuel estaba... muerto? No podía creérmelo, no quería creérmelo.

Oí como Rubén salía por la habitación hablando, probablemente conmigo, pero yo no lo oía. Solo escuchaba la voz de Samuel, llamándome peque por última vez.

Solo oía un zumbido, como cuando una bomba explota cerca de ti y estás desorientada.

Eso sentí.

– Limpia esto. – logré escuchar de la boca de Rubén.

Natalia, que estaba agazapada en la puerta, entró en la habitación y se acercó despacio, como si temiera que de un momento a otro, fuera a explotar. 

Pero no podía moverme.

– Lo siento... – susurró mi hermana. ¿Lo siento? ¿Cómo podía sentirlo? Ella cada día lo elegía a él, elegía su propia jaula.

Vi su intención de agacharse y coger a Sam... El cuerpo de Samuel para intentar llevárselo.

– No.

– ¿Qué?

– Te he dicho que no. No lo toques.

– Pero... Él me ha pedido...

– Me importa una mierda lo que él te pide, Natalia.

– Me llamo Verónica, y no deberías hablar así. A él no le gusta.

– Que-me-importa-una-mierda. – contesté despacio.

Natalia me miró sin saber qué hacer, qué decir. 

Y por un segundo, un sentimiento de pena me atravesó el pecho: yo logré escapar de él, ¿Por qué no me la había llevado conmigo?

Ahora... Muchas cosas cobraban sentido. 

La niña con la que soñaba, la que se me aparecía; era ella.

O yo.

O ambas.

Ella, echándome en cara haberla abandonado, y yo sintiéndome culpable por haberlo hecho. 

Pero la niña pequeña, mi hermana, hacía mucho tiempo que se había marchado.

– ¿Qué quieres? – me preguntó por fin, tras un largo silencio entre ambas.

– Ayudarte.

Quiero salir de este infierno, pegarle un tiro a ese hijo de puta. 

Quiero volver atrás, evitar meter en todo esto a Samuel. 

Quiero a mi padre. 

Volver a ser adolescente y evitar muchos errores. 

Quiero abrazar a María. 

Cenar con Raquel. 

Reírme y besar a Oscar.

Quiero vivir.

– ¿Ayudarme?

– Sí... – contesté, mientras me secaba algunas lágrimas. No era el momento de llorar. – Pesa mucho para ti sola. Yo te ayudo.

– No sé si es buena idea, no creo que a él le guste.

– Verónica, déjame ayudarte.

Natalia me miró, dudando.

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