Epílogo

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2022

Es curioso como cura el tiempo. Como de un día para otro crees estar en el peor momento de tu vida, que vas a morir, que quieres morir. 

Y al día siguiente, renaces.

Floreces.

Sin embargo; el trauma, por mucho tiempo que pase, sigue arraigado dentro de ti. 

Negando a abandonarte.

Dos años.

Dos años pasan volando, dependiendo a quien le preguntes.

Después de todo lo que ocurrió, Raquel dejó el trabajo. Aguantó todo lo que vino después... 

Porque seamos sinceros, nadie te cuenta que ocurre una vez que terminas el libro, la historia. Una vez que acabas el capítulo, siempre viene otro. 

Y luego otro.

Tras seis dolorosos meses, Raquel dimitió y se marchó de la ciudad con Joaquín. Hace poco llamó para darnos la noticia de que estaba embarazada. Iba a ser madre, una buena madre.

El entierro de Samuel... Fue una de las cosas más duras que he vivido. María no pudo parar de llorar, con el corazón encogido. 

Tuvimos miedo de que le diera un ataque y muriera allí mismo. Pero aguantó; lo único que le daba fuerzas era saber que aquel hombre que acabó con el amor de su vida, estaba muerto. 

Y pensar, que su hija no era un monstruo.

Que se había controlado. 

Que había sido en defensa propia... Es lo que contamos a la policía cuando llegaron a los diez minutos de que todo explotara.

Que Rubén se había abalanzado sobre nosotros y no tuvimos más remedio que disparar.

No fue una ejecución.

Fue en defensa propia, es lo que acordamos decir.

Y yo... Bueno, yo seguí trabajando.

Se lo debía a ella.

A Esther.

Y a Núria.

Núria estuvo ingresada en el hospital más de tres meses, enganchada a una máquina que le proporcionaba paz, calmantes. Creo que aquello fue lo que terminó de matarla por dentro.

No mejoraba.

Cada vez que cerraba los ojos, gritaba. Lloraba. Mordía a los médicos que se le acercaban; incluso a mí. Pero no me moví de su cama, no me aparté de ella ni un solo día de aquellos tres meses.

También tuvo días buenos, supongo. Pero al final, acabaron ingresándola en un psiquiátrico.

Junto a su hermana, Natalia.

– ¡Oscar! ¿Dónde demonios estás?

– Aquí fuera. – contesté mientras le daba la última calada al cigarro.

Y justo en ese momento, apareció Alex.

– Tío, tenemos que irnos. Han encontrado a una niña ahogada en el río... Y parece ser que no se cayó, hay signos de forcejeo y violencia.

– Voy.

Alex era una chica nueva, joven y con muchas ganas de salir y cazar a los malos

Esa frase era suya. Casi me recordó a mí la primera vez que vi a Samuel; se río en mi cara al oírme hablar así.

En cuanto pisé el escenario del crimen, un escalofrío me recorrió el cuerpo entera y vi la imagen de Núria, cubierta de sangre. 

Me pasaba todos los días, no podía sacármela de la cabeza.

Eso, y los gritos y los golpes que siguieron cuando aquel día, le quité la pistola de las manos. 

No podía olvidarme de cómo me había gritado, que la había abandonado. 

Que la había dejado sola, que había tardado demasiado en encontrarla.

– ¿Estás bien, jefe? – la pregunta de Alex me sacó de los recuerdos.

– Sí... Y te he dicho mil veces que dejes de llamarme jefe. No me gusta.

Estuve presente cuando sacaron el cuerpo de la niña, cuando apartaron sus rizos mojados de su rostro. 

Cuando aquella madre, gritaba de dolor.

Suspiré.

Me recordó a mi madre el día que encontraron a Esther. Me recordó a mi hermana, a Núria.

Todos me recordaban a ella.

– ¿A dónde vas? – me preguntó Alex, al ver cómo me alejaba lentamente hacia el coche.

Yo me giré hacia ella, con un nuevo cigarro en la boca, a punto de encenderlo.

– A visitar a una vieja amiga, puede que necesitemos su ayuda.

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