Capítulo 23

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Año 1992

La prensa estaba que echaba puro fuego. 

La ciudad pedía a gritos un culpable para poder dormir tranquila, para que los niños, los adolescentes y los maridos no tuvieran miedo al salir a la calle. 

O al volver de noche. 

O al salir de fiesta con amigos.

Habían pasado dos años desde que los asesinatos habían comenzado, y por extraño que fuera, aún no habían cogido al asesino. 

La policía no hacía más que dar palos de ciego. La gente estaba aterrorizada, el cuerpo de policía cabreado, y la prensa, encantados. 

Hacía aproximadamente año y medio habían bautizado al criminal como "El Intocable"

Nunca dejaba huellas, no habían testigos de los crímenes, y las cartas justificándose y regodeándose no dejaban de llegar.

Dos años de sufrimiento, veinticuatro personas desaparecidas, violadas y encontradas en los parques a plena luz del día. Veinticuatro, una por cada mes del año.

Cuando de repente, pararon.

Nadie supo el por que. 

Solo que un día las cartas dejaron de llegar, las llamadas a las tantas de la mañana a las casas de los policías, dejaron de sonar.

No hubo más asesinatos. 

Y la ciudad siguió su curso. 

La prensa pronto encontró otro tema escabroso sobre el que escribir. Los agentes tenían otros casos que resolver, y todo el mundo siguió con su vida.

Excepto dos personas.

Oliver, que nunca olvidó la primera vez que vio la cara de terror del cuerpo sin vida de Hugo en aquel parque. Ni la de aquel chico con el que compartía el nombre. 

Ni la cara de Pedro, Rafael, Daniel... 

No era capaz de olvidarlas y mucho menos las caras y los llantos de sus familiares al decirles que nunca más volverían a ver a sus hermanos, sus esposos, sus hijos...

Podría haber seguido con su vida, levantarse todas las mañanas con mariposas en el estómago porque trabajaba codo con codo con su mejor amigo, con su compañero de vida, aunque supiera que él no le quería del mismo modo. 

Podría haber seguido yendo a casa de sus padres en Navidad y disfrutar de la cena. Decirles una y otra vez que nunca iba a casarse y que no le importaba, aunque en realidad aquello le doliera en el alma. 

Podría haber seguido con su triste y aburrida vida, sino hubiera sido por las caras. 

De las víctimas y de Rubén.

Desde hacía tiempo, había notado que sus ojos carecían de pena, de lástima, y lo peor de todo, de empatía.

Era como si un huracán hubiera pasado por su cabeza y su alma y hubiera arrasado con todo lo que una vez sintió, pensó... 

Y entonces, Oliver se dio cuenta: no era que Rubén fuera distinto o cambiará, era que no quedaba nada de él en esos ojos, en ese cuerpo.

Era Rubén, sin ser Rubén.

Y él, se dio cuenta de que Oliver lo notaba, ¿Cómo no iba a hacerlo, si se conocían desde pequeños?

Rubén lo supo incluso antes que su mejor amigo. 

Lo sintió. Y lo retraso todo lo que pudo. 

Porque a pesar de esa falta de pena, lástima y empatía, algo o alguien dentro de él seguía luchando.

Era cuestión de tiempo que algo lo hiciera explotar.

Pero la dura verdad era que después de aquel caso, Oliver nunca volvió a ser el mismo. 

Intentó con todas sus fuerzas olvidarlo, meter en una caja todos los recuerdos y arrinconarlos en un lugar de su cabeza. 

O quemarlos. 

Pero era como si esos recuerdos no quisieran irse.

Siempre había estado enamorado de Rubén, desde la primera vez que lo vio. 

Se enamoró de su infinita bondad, de su sentido del humor e incluso de sus defectos, que para él seguían siendo adorables. 

Por eso tuvo que alejarse por un tiempo, porque no soportaba la idea que llevaba tiempo rondando en su cabeza. 

Una idea, que a simple vista era absurda. No tenía pruebas de nada... Pero tenía su instinto y la intuición de que algo no iba bien.

Él lo sabía, aunque no quiera verlo. 

El amor, aunque sea no correspondido, muchas veces nos ciega.

Por eso mismo, después de encontrar el último cadáver de la víctima del "Intocable", le miró y le dijo que se iba.

ㄧRubén... Voy a irme por un tiempo. Necesito poner algo de distancia y aclararme algunas ideas.

ㄧ¿Vas a dejarme?

ㄧNo te estoy dejando...

Fue inútil intentar explicarle sus motivos, porque ni siquiera Oliver los tenía claros. 

Además, Rubén estaba fuera de sí. Empezó a gritarle en medio del parque, delante de todo el mundo, que era un amigo de mierda. 

Que iba a abandonarlo como en su día hizo Verónica.

Cuando Oliver se acercó para intentar tranquilizarlo, él le dio un puñetazo que lo tiró al suelo, y en ese instante, lo vio.

Vio la ira en sus ojos, esa falta de humanidad que había visto antes en tantos asesinos.

Y huyó.

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