Capítulo 29

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Año 1995

Lugar desconocido

No recuerdo en qué momento papá entró en la habitación, yo estaba demasiado cansada y dolorida como para intentar volver a resistirme, pero él solo llegó y me levantó de la cama.

ㄧMi amor... Verónica, tienes qué levantarte, ¿si? Nos vamos a ir de aquí.

Hacía bastante tiempo que papá me llamaba Verónica, ¿era mi nombre, no? Ya no recordaba que era real de lo que era mi imaginación. 

Solía esconderme en escribir lo que pasaba todos los días, pero él dejó de traerme cuadernos y así... 

Fui perdiendo la noción del tiempo, de las horas, de los minutos...

ㄧVenga, vístete.

Me puso un vestido que antes era rosa, pero ahora, había adquirido un color más oscuro. Me quedaba pequeño, por encima de las rodillas.

Cuando estuve vestida, con una cuerda me ató las manos y se agachó para estar a mi altura.

ㄧMi vida, tienes que portarte bien. Nos vamos a ir a otra casa más grande para poder estar solos sin que nadie nos moleste.

Yo solo asentí.

No tenía fuerzas para luchar.

Recuerdo que me llevó en brazos a la parte de arriba de la casa y me sentó en el viejo sofá. Me ató los pies para que no pudiera salir corriendo y me dijo que me quería.

Últimamente lo repetía mucho, pero para mí, esas palabras habían perdido todo su significado. 

¿Qué era querer a alguien? ¿Esto? Para mí, no era más que otra palabra que tapaba lo que realmente ocurría dentro de esa habitación.

Papá cogió un trozo de cinta y me la puso en los labios, para que no gritará. Aquello me hizo gracia, porque recuerdo que pensé que no hacía falta.

Y volvió a bajar.

Estuve sola, por primera vez en mi vida, arriba. 

Me dio tiempo a mirarlo todo, las baldosas del suelo, las ventanas corridas para que ningún vecino mirase, la cocina perfectamente ordenada... 

Aquella había sido mi casa, pero no era mi hogar.

Dudé si en algún momento podría llamar a algo "hogar".

Escuché sus pasos y sus palabras, exactamente las mismas que había oído hacía un par de minutos. "Tienes que portarte bien", "Nos iremos lejos de aquí", "Estaremos solos".

Pero no me las decía a mí, sino a la otra niña con la que compartía pared. Con el ángel que intentó ayudarme.

La sentó a mi lado, amordaza igual que yo, y papá nos miró desde su altura. Sonrió y nos acarició el pelo.

ㄧSois tan preciosas... Mis niñas. Ahora tendremos que ir con cuidado, lo he dejado todo para estar con vosotras, ¿sabéis? Vamos a estar nosotros solos, sin nadie, ¿no es maravilloso?

Oí el sollozo del ángel y vi que tenía el mismo color de pelo que yo, la misma nariz, los mismos labios... Pero su mirada era diferente. 

Éramos iguales, sí, pero su mirada estaba llena de odio.

De rabia.

Y supe que esa ira, nos daría problemas.

Rubén nos sacó de casa por la noche, acercó hasta la puerta la camioneta y nos metió a los dos en el maletero. 

Estuvimos horas allí metidas, sumergidas en la oscuridad, en silencio...

Pero llegó el momento, y el coche se paró en seco. Papá abrió el maletero y de un saltó, el ángel se abalanzó sobre él. 

En algún momento del viaje, había logrado soltarse de las ataduras de las manos y de los pies, y ahora estaba encima de él, pegando e intentando escapar.

Recuerdo que pensé que era inútil, que era estúpida por intentar escapar de alguien como papá.

Rubén se levantó rápido del suelo, corrió hacía ella y cayeron al suelo. Mientras el ángel daba patadas debajo de su cuerpo, miré a mi alrededor.

Estábamos en un bosque precioso, rodeados de árboles y de naturaleza. Me bajé de un salto de la camioneta como pude, y vi que detrás había una cabaña.

ㄧ¡Estate quieta! ¡Joder, Verónica!

ㄧ¡¡No me llamo Verónica!! ¡¡Suéltame!!

Me giré nada más oír su voz, tan desesperada.

Pero era para nada, Rubén levantó la mano derecha y le pegó en la cara. 

Solo entonces se quedó quieta, aterrorizada.

Solo entonces, consiguió volver a inmovilizarla y meternos en nuestra nueva jaula.

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