Capítulo 42

4 1 0
                                    

Año 2020

Lugar desconocido

Un leve susurro recorrió la habitación a oscuras. 

Una voz profunda cansada por el paso del tiempo, y extrañamente, Núria la reconoció.

Intentó abrir los ojos, ver qué estaba pasando, pero sus párpados pesaban demasiado. Sintió unas manos grandes y ásperas quitándole la blusa que llevaba, y los zapatos, y los pantalones... 

Oyó una respiración pesada sobre ella y sintió como la recostaban en una cama muy pequeña, tanto, que tuvo que encogerse para caber en ella.

ㄧYa estás en casa, mi niña... ㄧoyó decir a lo lejos.

La voz era grave, de hombre. Y sin entender cómo o por qué, el hecho de oírla le hizo estremecerse y todo su cuerpo se encogió aún más, como si buscará protegerse de un monstruo que no conocía, como si nunca hubiera sentido tanto miedo.

Era como si hubiera vuelto a ser una niña pequeña y asustada, como si, sin darse cuenta, hubiera vuelto al hospital donde conoció a María. 

Solo que su cerebro iba más allá: una imagen de unos pies descalzos, pequeños y con rozaduras y arañazos fueron a su mente

Unos pies que corrían sin mirar atrás, sin pararse por una nieve blanca. 

Otro recuerdo se intercaló con el de una mano, también pequeña, clavando algo en un cuerpo ajeno. 

La imagen de la niña con la que llevaba años soñando, que estaba de pie, con un vestido blanco.

ㄧ¡Vamonos!

ㄧ¡No! ¡No podemos dejarlo así!

ㄧPor favor... ㄧsuplicó una voz.

Era como revivir una pesadilla una y otra vez, sabiendo que no podemos hacer nada para cambiar el final. Sabiendo que la historia volverá a repetirse una y otra vez.

No sabía cuanto tiempo llevaba en aquella cama, pero al abrir los ojos al tercer intención, no vio nada.

Oscuridad.

Notaba el colchón bajo su cuerpo y se incorporó a ciegas. 

El suelo estaba frío, igual que su piel.

Se palpó el cuerpo apara cercionarse de que alguien la había desnudado y la había cambiado de ropa. 

Se tocó y llegó hasta la rodilla: llevaba puesto un vestido que le iba excesivamente corto.

O pequeño.

ㄧ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ㄧ gritó con todas sus fuerzas.

No hubo respuesta, solo su respiración entrecortada. Ando a tientas hasta dar con lo que aprecia una pared rugosa, y fue siguiéndola para ver hasta donde llegaba. 

Le pareció que daba vueltas en círculos, hasta que el material de la pared cambió... 

Hasta ser algo más duro, ¿metal? ¿hierro?

Palpó de arriba a abajo, lo que ella pensó que era una puerta, una salida. 

Al llegar arriba del todo, más o menos a la altura de su cara, una de sus manos se coló por una rendija, por una pequeña apertura; como si fuera una especie de ventana diminuta por la que observar la libertad.

Al abrirla todo lo que pudo, en un principio se coló algo de luz, que la hizo apartarse de golpe por el cambio tan drástico de oscuridad a claridad en menso de un segundo. 

Se dio la vuelta, abriendo la rendija para ver donde estaba: era una habitación vacía, a excepción de una cama pequeña y una televisión que permanecía apagada.

Cuando se giró a mirar hacía el exterior, se encontró con unos ojos color miel, como los suyos. Saltó hacía atrás hasta tropezarse y caer del susto que se había llevado.

Y escuchó una risa.

Una risa que le resultó familiar.

Se levantó como pudo y volvió a abrir la abertura, y se acercó para observar mejor: los ojos seguían mirándola.

ㄧAyudame...ㄧ suplicó Núria.

Pero los ojos se fueron alejando poco a poco hacía atrás, hasta que Núria pudo ver su cara al completo.

Se asustó, pero esta vez no calló hacía atrás.

Afrontó el miedo.

Afrontó lo imposible.

Porque aquellos ojos pertenecían a una cara casi idéntica a la suya. El casi, era porque esa mujer estaba cansada, tenía más arrugas que ella y tenía una expresión muy difícil de describir en sus ojos.

Pero lo que más le sorprendió y a la misma vez, le aterrorizó, fue la sonrisa. Como si ella supiera secretos que nadie más sabía.

ㄧ¡Verónica! ¿Dónde estás? ㄧ oyó decir Núria.

La voz era la misma que había oído hacía... ¿minutos? ¿horas? Ni siquiera lo sabía.

La mujer le sonrió por última vez y se alejó subiendo por unas escaleras.

Núria no se asustó por quedarse sola en la oscuridad.

No se preguntó como había llegado allí o donde estaba exactamente.

En su cabeza solo había sitio para una sola pregunta: ¿de qué le sonaba el nombre de Verónica?

InstintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora