Capítulo 27

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Año 1995

Intenté durante mucho tiempo controlarlo. 

No dejar que se desatará, pero al final, la culpa había sido suya.

Se había marchado hacía tres años, y pensé que me estaba abandonando. 

Pero una pequeñísima parte de mí se alegró porque se alejará, porque se iría de mi círculo y estaría a salvo.

Entonces, ¿por qué volviste, Oliver?

Cuando llegué, su coche estaba aparcado fuera y la puerta de casa abierta. ¿Me la había dejado abierta? No lo recordaba. 

Pero cuando entré, supe que estaba abajo. Les oí hablar y oí el disparo.

Todo mi cuerpo empezó a ponerse nervioso, imaginando todos los escenarios posibles. 

¿Sería capaz Oliver de atacar a mis niñas? ¿A mis hijas? Ni lo pensé.

Bajé las escaleras despacio, sin hacer ruido y cuando vi que había disparado contra la puerta para abrirla, me relajé. 

Les oí hablar, vi como sin ni siquiera conocerlas, fue capaz de calmar a mi hija. 

Y aquello me enfureció. 

Yo era el único que debía tranquilizarlas, no él. 

Pero lo peor de todo, fue darme cuenta de que si dejaba que se acercará más, mi peor pesadilla se haría realidad.

Oliver se las llevaría y yo las perdería para siempre. 

No volvería a verlas, a besarlas, a tocar esa piel... Y eso no iba a pasar.

Levanté mi arma contra él y la imagen de un niño pecoso y pelirrojo, yendo a recogerme en bicicleta para ir al colegio, pasó por mi mente. 

El recuerdo de ese chico, ya más mayor, de como me abrazaba al decirle que había entrado en la academia con él, de las noches de fiesta donde acabábamos tirados en un parque hablando de cualquier cosa... 

Del abrazo que me dio al decirle que me iba a casar...

El recuerdo de un amigo, que fue un hermano.

Pero no podía permitir que me las quitarán. 

Ellas eran mi vida entera, y yo debía ser la suya. Aparté esos recuerdos hacia un lado y disparé. No quise alargarlo ni hacerle sufrir, así que fue algo rápido.

Cuando se oyó el grito de mi hija, y cuando el cuerpo tocó el suelo, Oliver ya estaba muerto.

Oí los gritos de mi pequeña a lo lejos, como si ella en realidad no estuviera en la misma habitación, como si no existiera, como si solo estuviera su cuerpo y el mío. 

Anduve despacio y al llegar a la altura de la puerta, me agaché.

ㄧEsto ha sido decisión tuya, viejo amigo.

Alargué mis manos y cerré sus ojos verdes que seguían abiertos. No recuerdo muy bien como lo hice... 

Lo cierto es, que de aquel día solo me acuerdo de la sensación de haber apretado el gatillo y del ruido que hizo el cuerpo de Oliver al colisionar contra el suelo.

ㄧ¿Papá...? ㄧsu dulce voz me despertó del trance en el que había entrado.

Estaba sentado en su cama, con las manos manchadas de sangre seca y cubierto de sudor.

Y al mirar a sus ojos castaños, y al oír a mi otra hija a través de las paredes, supe que algo había cambiado, que allí no estábamos seguros.

Debíamos irnos.

Debíamos desaparecer.

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