Capítulo 49

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Año 2020

Su intención en un primer momento no fue entrar como un energúmeno en la comisaria. Él solo iba a entrar, hablar con su jefe y explicarle que no podían cerrar el caso.

Era sencillo, ¿verdad?

Entrar, hablar y ponerse de nuevo a trabajar.

Pero... Bueno, digamos que Oscar ahora estaba sentado en una especie de banco de piedra, con el ojo izquierdo hinchado y con unas esposas en sus muñecas.

Y en el calabozo de su propia comisaria.

– ¿Cómo demonios se te ocurre? – la voz de Raquel sonaba de fondo.

Si Samuel estuviera allí... Dios, que colleja le hubiera soltado. Oscar sonrió al pensarlo.

– ¿Y encima te ríes? Oscar, le has apuntado con la pistola, ¿estás loco?

– Puede que se me ha pegado algo de Núria, al fin y al cabo.

– Os parecéis más de lo que crees... ¿Qué querías hacer?

– Yo solo quería hablar con él, pero cuando ha empezado a hablar de política, del alcalde y de su puta madre... Me he venido arriba, lo reconozco.

– ¿Arriba? La madre que te parió Oscar. Tienes suerte de que no vayan a denunciarte.

– Sí, solo me han despedido. – dijo sarcástico.

– ¡Y poco me parece!

– ¿Vas a soltarme ya o tengo que pasar aquí la noche?

– Debería dejarte ahí dentro. – Raquel y Oscar se miraron, hasta que ella sonrió y abrió la puerta. – También se te ha pegado la mirada que pone Núria para salirse siempre con la suya... Os odio.

– Nos amas.

Mientras Raquel le quitaba las esposas, él pensó en Núria. Hablaban de ella como si estuviera allí delante.

Ojala lo estuviera, pensó.

– Voy a ir a buscarla. Voy a seguir, no voy a parar hasta encontrarla. A ella y a Samuel.

– ¿Sigues pensado que Rubén también fue a por Samuel?

– ¿Sino dónde estaría? Desapareció de un día para el otro.

– Vale... pero ten cuidado, es peligroso.

– Siempre llevo cuidado.

– Lo sé. Oye... iré a ver a María está noche, ¿me acompañas?

– No... No puedo mirarla a los ojos y ver como llora. Me destroza por dentro, Raquel.

Oscar se fue al piso de Núria e hizo una pequeña maleta, se subió al coche y después de pasar por una farmacia, se fue al bosque. 

Siguió buscando por donde sus compañeros se habían parado, con la esperanza de encontrar algo.

A ella. A Samuel.

E incluso a Rubén.

Deseaba encontrarlo. Deseaba matarlo.

Lo único que él quería era poder salvarla... Aunque para ser justos, eso no era en lo único que pensaba.

Cada vez que se imaginaba a Núria en algún cobertizo, se imaginaba a su hermana Esther; cada vez que se quedaba hasta las tantas leyendo o revisando papeles y cintas de video, se la imaginaba a ella.

Quería hacer todo lo que no hicieron por su hermana pequeña. 

Por eso se hizo policía.

Cuando llegó al final de la carretera, antes de salir de aquel pequeño pueblo, aparcó el coche y se metió de lleno en el bosque. 

Aún quedaban restos de las cintas de policía para marcar el terreno, pero Oscar se sorprendió que solo al adentrarse un par de metros hacía dentro, desaparecían.

Las habían quitado o ni siquiera se habían dignado a llegar hasta allí. La sola idea de pensarlo le hacía hervir la sangre.

Comenzó a andar bosque adentro, hasta que acabó caminando en círculos. 

Empezó a oscurecerse y para cuando Oscar quiso darse la vuelta para volver al coche, ya se había perdido. No recordaba el camino de vuelto y aquello era extraño en él, pero todos los árboles le parecían igual.

Sacó el teléfono para intentar avisar a Raquel, para que fuera a buscarlo, pero el móvil no comunicaba: estaba sin cobertura.

Decidió seguir andando, sin tumbo fijo esperando encontrar el camino de vuelta, hasta que sus ojos a penas podían enfocar algo sin la ayuda de la linterna del teléfono.

– Quien me mandaría a mí meterme aquí... – lo dijo más para sí mismo que para nadie.

Pero cuando Oscar iba a volver a hablar, probablemente para soltar alguna blasfemia, oyó algo.

El ruido de algo chocando contra el suelo.

Un zapato aplastando alguna rama.

Unos ojos en la oscuridad.

Unos ojos que observaban en silencio.

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