Relatividad General

LXXII. El principio de la relatividad y la ley de propagación de la luz

Taehyung había llamado al Sr. Kim quizá un par de veces, pero recordaba perfectamente cada número. No se molestó en utilizar su lista de contactos. Se acurrucó contra el lugar donde la pared se unía a su colchón y marcó, sintiéndose enfermo, deseoso y al borde de la revelación. Pero en realidad, cuando escuchó el tono de llamada, pensó que tal vez era lo más honesto que había hecho nunca. Como algo natural.

Conectar con alguien de ahí fuera, a kilómetros de distancia.

—¿Hola? —llegó la voz del Sr. Kim, somnolienta y aniñada.

¿Qué podía decir? Ni siquiera lo sabía. Hubo un nulo sonido expectante y luego Taehyung dijo, sin importarle el temblor en él, —Feliz Navidad.

Una breve y sorprendida inhalación. El crujido de las sábanas.

—Taehyung —dijo el Sr. Kim, y luego con un pánico agregó —Taehyung, no cuelgues...

—No, no lo haré. ¿Por qué habría de hacerlo?

—Bueno, ¿recibiste mis mensajes?

—No los recibí.

El Sr. Kim dejó escapar un suspiro.

—Escucha, lo que sea que ChanYeol te haya dicho...

—¿Podemos postergar eso? —le preguntó Taehyung —Me han regalado un libro de poesía muy bonito para Navidad. Quería leerte algo que pensé que te gustaría.

Ya hablaremos de lo que me dijo ChanYeol. Pero no ahora. Hay cosas de las que podemos hablar mejor, cosas que sé que no podemos estropear.

—Me gustaría —dijo el señor Kim, y sonó tan aterrado y esperanzado que Taehyung tuvo que sacudir la cabeza. Era realmente estúpido que no lo hubiera visto antes. Que hubiera sido tan indeciso, y aquí estaba, todo lo que había querido al otro lado de la línea telefónica, prácticamente derramándose en su regazo.

Así que Taehyung se colocó el móvil entre el hombro y la oreja, y cogió el libro de poesía. Acarició la página que había elegido y dejó que su calma se trasladara a sus palabras.

—Hemos perdido hasta este crepúsculo. Nadie nos vio esta tarde, de la mano, mientras la noche azul caía sobre el mundo. A veces, un trozo de sol ardía como una moneda en mi mano.

Leyó hasta que la Navidad desapareció. No paró hasta que le pareció que no estaban separados en absoluto, sino en la misma habitación, compartiendo la misma vista.