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Ninguno de los dos habló después de lo sucedido; Horacio se fue al sofá a ver televisión, con permiso previo por parte del anfitrión —por supuesto—, y Volkov se puso a lavar los pocos trastes que utilizaron en el desayuno.

Pérez, alternaba su mirada entre la pantalla del televisor y la figura del ruso, quien aún permanecía en la cocina. Por su parte, Víktor, no decidió voltear en ningún momento, tan sólo se mantuvo concentrado en su labor.

Cuando el soviético terminó con su pequeña tarea, viajó hasta el salón mientras secaba sus manos con un trapo; su interés por ir hacia allí se debía a las carcajadas que, el de cresta, había estado soltando hasta hace minutos atrás.

La escena de Horacio riendo en el sofá le fue muy surrealista de ver, y admitámoslo, todo aquello lo era; y Volkov lo tenía muy presente. Tan solo verlo así: vestido con sus ropas, en su sillón y en un modo muy natural y dulce de su persona, una forma en la que jamás lo había visto, era muy extraño para él. 

De repente, al dejar de observarlo, recordó que debía curar esos raspones que yacían en sus rodillas, ya que, estos lucían un poco rojos e infectados. Volvió a la cocina, dejó el trapo en la encimera y se dirigió a uno de los muchos gabinetes que formaban parte de ese espacio.

Regresó al salón con un pequeño botiquín de primeros auxilios en sus manos, se sentó a un lado del pelinegro, quien —al ver sus intenciones— se apartó para dejarle espacio, y empezó a sacar todo lo que necesitaría.

El de mirada bicolor, al no querer mencionar nada al respecto, devolvió su mirada a la transmisión en el televisor; dejaría que Volkov se encargara. 

Víktor, comenzó abriendo los paquetes con las gasas y destapando la botella de alcohol, para después humedecer la misma con cuidado, de manera que no se derramara nada.

—Comenzaré limpiando sus heridas, Horacio—informó el comisario, provocando que el mencionado reaccionara:

—Sí, claro—lo miró y asintió. Al instante, subió sus piernas al sillón, se sentó en dirección al soviético, y flexionó sus piernas de modo que sus rodillas quedaban al alcance y vista del peligris. Posteriormente, regresó su vista al televisor, distraído.

Mientras tanto, el de piel blanquecina, empezó a limpiar la zona golpeada del moreno, efectuando pequeños y delicados golpecitos en el área dañada. Provocando así, que el pelinegro soltara ligeros quejido por el ardor, pero, no era nada que no pudiera soportar.

Pronto, ambas heridas ya estaban desinfectadas, y ahora, tan sólo quedaba colocarle un poco de ungüento para que sanaran más pronto.

Al mismo tiempo que Volkov realizaba eso, Horacio se dedicó a observarlo por unos minutos, y descubrió que tenía —en su corazón— un sentimiento muy cálido y lindo con esa escena. 

Se sentía cuidado, protegido.

Querido, incluso.

¿Era extraño sentir eso?

No lo sabía, y prefería no buscar respuesta para ello, al final, no tenía ni idea cuando terminaría aquella sensación, por lo que preferiría disfrutar del momento.

Una pequeña sonrisa se asomó por la comisura de sus labios. Un gesto que no pasó desapercibido por el mayor, quien miró al pelinegro cuando subió la mirada de su objetivo.

—¿Está bien? ¿Le duele algo? ¿Estoy siendo muy brusco?—preguntó a la vez que paraba de untar la crema blanquecina por sus rodillas.

—No, no, no—negó con la cabeza—. Está bien... sólo me dio un poco de escalofríos—admitió en una risa nerviosa, y, al instante, regresó su mirada al televisor, con la intención de ocultar su próximo sonrojo.

🦋/🍩PADRES⚡/🥃 - VOLKACIO AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora