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Horacio aparcó en una calle cerca del colegio, de modo que tendría que caminar unos cuantos metros para llegar a la puerta del recinto. Ahí, en la amplia calle, se podían ver algunos pequeños con su lindo uniforme y andando de la mano de sus padres.

Por suerte, no había nada fuera de lo normal.

H estaba atento a cada rincón de su campo visual, sin querer perderse ni un detalle de cualquier cosa que pasara o pudiera pasar. Al estar tan expuesto debía de tener cuidado, sobre todo con su mente diciéndole que algo podría ocurrir en cualquier instante.

—Llegamos—anunció en un tono neutro. 

Procedió a apagar el coche, tomó las llaves del contacto y apresó estas mismas en un puño para bajar del vehículo con normalidad. Posteriormente, abrió la puerta donde se encontraba Pamela y metió medio cuerpo hacia dentro para desabrochar el cinturón que la sujetaba, la cargó y tomó la mochila de la niña para salir por completo del automóvil. Sin si quiera mirar, cerró el acceso con una de sus piernas y usó el mando para bloquear el automóvil.

Horacio, con su hija en brazos, caminó en dirección a la escuela. Pamela se mantenía en silencio a la vez que con sus manitos tocaba la leve barba que crecía en la barbilla del moreno, cosa que relajaba al mayor. Poco a poco se acercaban hacían su destino, y en el trayecto, Pérez comenzaba a ponerse a la defensiva, presionado levemente a la nena contra su pecho.

—¿Qué te parece si vamos a visitar a tu abuelo? —mencionó Horacio a la vez que continuaba con su andar, poniendo atención a todo lo que pasaba a su alrededor—Hace mucho que no lo vemos, así que podríamos ir a visitarlo.

—¡Sí! —expresó la pequeña, quitando sus manos de la cara de su papá para posarlas en sus hombros— ¿Podemos ir a ver al tío Gus también? —preguntó la pelirroja a la vez que se aferraba al cuello de su padre con ambos bracitos.

—Sí, creo que no habrá problema—respondió, al mismo tiempo en que fijaba su mirar entre la multitud, buscando a alguien.

—Está bien—aceptó la menor—. ¿Me puedes llevar un conjuntito bonito? No me quiero quedar con el uniforme todo el día—comentó a la vez que formaba un puchero.

—Sí, yo me encargo... —afirmó, un tanto distraído en sus pensamientos, buscando aquello que quería encontrar.

—Creo... creo que voy a invitar a Gael a casa, a ver si puede pedir permiso y lo dejan ir... —dijo de la nada Pamela a la vez que comenzaba a ver a su alrededor aún aferrada del cuello de su papá.

Horacio concentró su atención en su hija después de escuchar, lejanamente, sus palabras, provocando que reaccionara.

—Bueno... No pierdes nada por intentarlo, supongo... —dijo con indecisión, olvidándose de su objetivo anterior para concentrarse en un nuevo problema.

Faltando tan sólo unos pasos antes de la entrada del colegio, Horacio detuvo su andar, se colocó en cuclillas para estar a la misma altura que su hija y la bajó de sus brazos. Teniéndola de frente le ofreció su diminuta mochila, misma que ella tomó y colocó sobre sus hombros. 

H comenzó a acariciar los rojizos cabellos de la niña de piel clara, asegurándose de que todos los broches en su cabellera estuvieran perfectamente colocados. Pronto, su vista viajó a su hermosa carita, concentrándose en sus largas pestañas y hermosos irises, mismos que le hipnotizaban cada vez que los veía. 

—Te quiero mucho, mi niña—dijo el de cresta, sin dejar de ver los grandes ojos verdes de su pequeña.

—Yo también te quiero, papi—expresó la pelirroja a la vez que se lanzaba a los brazos de su padre.

Los dos se envolvieron en un fuerte abrazo del cual el mayor no se quería separar. Todos los días era el mismo sentimiento, odiaba el separarse de su nena, sin embargo, era una odiosa obligación.

Pamela se apartó y le regaló una enorme sonrisa a su papá, él le regresó el mismo gesto y, rápidamente, le plantó un beso en su frente.

—Te amo—dijo por último antes de incorporarse por completo—. Anda ve, que se hace tarde.

Con esas palabras, la pequeña comenzó a caminar hacia la entrada del colegio, perdiéndose entre todos los infantes del lugar para así comenzar con su día.

Horacio se quedó observando hasta perder a su hija de vista, aquello lo hacía siempre, puesto que, en su interior pedía para que todo saliera bien, que la niña estuviera a salvo y volviera a verla al terminar su jornada de actividades.

En ocasiones su mente le jugaba una mala pasada poniendo escenarios o situaciones malas de cosas que podrían pasar, pensamientos que le provocaban un miedo e inseguridad palpable. Odiaba imaginarse cosas así pero, era inevitable ver o pensar en ello, pues era él mismo quien se lo provocaba y, lamentablemente, no sabía cómo dejar de hacerlo.

Bajó su mirada hacia el piso, negando y alejando aquel pensamiento que su traicionera mente le hacía ver, pues, éste era demasiado cruel como para decirlo en voz alta.

Posterior a ganar una batalla contra su propia mente, elevó su mirada al sentir una mirada sobre su persona, dirigiendo su vista a su derecha y notando, en ese lugar, a cierta persona que estuvo buscando con anterioridad.

Justamente, ahí estaba otra vez, aquel hombre alto que —ultimadamente— ha estado reconociendo entre la multitud. Era un tipo, que a pesar de la lejanía seguía viéndose de una altura prominente, tenía una cabellera gris peinada hacia atrás, gafas oscuras que ocultaban sus ojos y un porte intimidante al tener los brazos cruzados sobre su pecho.

Horacio le dedicó una firme mirada, cosa que ya era habitual entre ellos a pesar de que solo eran un par de desconocidos. 

Recientemente, el de cresta lo ha estado buscando con la vista, tan sólo para reconocer al pequeño o pequeña que aquel hombre iba a dejar a la escuela, sin embargo, nunca llegaba a tiempo para ver a la chica o chico en cuestión. 

Tal y como ahora.

Le parecía extraño, ya que las primeras veces que lo vio parecía un sujeto raro, alguien así no parecía una buena persona y, seguramente, algo tramaba. Cosa que le era aún más extraño cuando comenzó a sentir la mirada del contrario sobre su persona con frecuencia.

Al paso de los meses de llevar a Pamela al colegio, aquel comportamiento se le hizo habitual, siempre se veían ahí todos los días, por lo que tal vez se acostumbró a aquella actitud. Y ahora siempre le buscaba, tan sólo para saber que estaba ahí, y que el contrario supiera que también se encontraba presente.

H, dejó caer sus hombros y desvió su mirar hacia la puerta de la institución. Al no tener nada más que hacer ahí, decidió irse, giró sobre sus talones para emprender camino hacia su vehículo. Al estar junto a éste lo abrió y se subió, lo encendió y comenzó a conducir hasta el local en donde trabajaba.

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🦋/🍩PADRES⚡/🥃 - VOLKACIO AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora