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La rebeldía también es seudónimo de la soledad.

Lady

¿A qué huele?

Huele... a palomitas.

No... ¿Sí? Sí...

Palomitas y mantequilla. Es tan rico ese olor.

Sentí que se hundió el sillón a mi lado y giré a ver quién se sientaba. Era mi padre, con una sonrisa y un tazón de palomitas.

¿Por qué? ¿Qué hace?

¿Y esa canción?

Hakuna Matata, una forma de ser...

¿Estoy viendo el Rey León? ¿Otra vez?

El aire se tornó frío de repente y se me puso la piel de gallina. ¿Por qué hacía frío? Me acerqué a mi padre para acurrucarme y envolverme en su calor, pero él también estaba frío.

Lo miré y su piel estaba pálida, con los ojos color chocolate vacíos y con un hilito de sangre corriendo por su nariz.

Al despertar de golpe ahogué un grito en la almohada que hizo que casi me arrancase las cuerdas vocales. Cuando terminé, me quedé mirando al techo tratando de recuperar mi respiración, una ligera capa de sudor empapando mi frente.

«Fue una pesadilla, fue una pesadilla, fue una pesadilla», me repetí entre respiraciones lentas y entrecortadas.

Solté un suspiro pesado y miré la hora. 4:37am. Era la quinta vez en lo que iba de semana que las pesadillas me despertaban a las tantas de la madrugada. Y si no eran las pesadillas, solo me recordaba como si tuviera un reloj biológico que me impedía seguir durmiendo.

Me levanté de la cama y me dirigí al pasillo algo automática, pero me detuve enfrente de la habitación de mi madre con un nudo en el pecho teniendo el deseo y el anhelo de que ella esté allí, durmiendo o... simplemente que estuviera en su habitación.

Toqué la puerta un par de veces y nada, el nudo en mi pecho se apretó, y con todas las esperanzas acumuladas abrí la puerta esperando encontrarla.

Y lo único que encontré fue una habitación de manicomio, con sus cojines limpios, la cama sin una arruga, sus libros de medicina organizados en su estantería, su ropa acomodada en su closet ordenada por color y tipo de tela... Pero ella no estaba. Nunca estaba. Ni siquiera había un indicio de que hubiera dormido allí.

Maldije por lo bajo cerrando la puerta de un portazo. Bajé las escaleras corriendo rumbo a la cocina, echa furia y con la cabeza caliente me serví un vaso de agua fría y me bebí la mitad de un solo trago. Y tan rústica fuí cuando bebí que me empezó a doler la cabeza.

Puse los codos en la encimera de la cocina y enterré mi cabeza entre las manos cerrándolas en puños y empezando a jalar mi cabello aguantando las ganas de llorar, aguantando el coraje, tomando respiraciones profundas para no hacer una locura, como quemar ese cuarto de porquería.

Es que no entiendo, ¿quién demonios deja a una chica inestable sola por mucho tiempo? ¿Qué no requiere supervisión?

Pasé mis manos por mi rostro en un gesto de frustración, ¿enserio no puede dejar su trabajo un par de minutos y venir a ver cómo estoy? ¿Soy un estorbo para ella? ¿O es que ni siquiera le importo?

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora