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“Me entregué a tí porque mi pulso palpitaba por tu nombre hasta que mi corazón quedó a merced del tuyo.”.

~Libertad.

Ester.

Odio los analgésicos.

La manera en la que adormecen mi cuerpo es algo que detesto con todas las fibras de mi ser. Siempre odié como me hicieron sentir, como si no pudiera ni con mi propia vida, haciendo que me pese todo y que sea difícil moverme.

Aunque era necesario, ya que no paraba de pelear y patalear cuando me dijeron que era momento de que me hicieran la cirugía, empecé a maldecir y a despotricar sandeces y a evitar que me tocaran como un completo lunático.

Estaba nervioso.

Una cirugía de cerebro no es nada sencilla, es algo complejo y hay tantas situaciones posibles que me pueden pasar después o antes de ella. Una de esas posibles situaciones es que muera. Y... por primera vez en mucho tiempo... tengo miedo.

Ese siempre ha sido mi mayor dilema; tener miedo a morir por intentar vivir.

En unos minutos ya me vendrán a buscar para la cirugía, no he comido en varias horas ya que no puedo tener nada en el estómago, no he recibido visitas ni de Lady ni de mi familia, tal vez sea porque no los dejaron entrar o no sé, pero en este momento enserio necesito a alguien que me distraiga, que me abrace, que me diga que todo va estar bien aunque sea mentira, pero que hiciera que me lo creyese.

Unas personas con bata y gorro quirúrgicos y tapabocas entraron y empezaron a empujar la camilla donde me encontraba acostado. Mi corazón latía desbocado dentro de mi pecho y mi frente empezó perlearse de sudor.

Me encontré a mí mismo temblando un poco, una parte específica de mi cerebro pesaba más de lo normal y ya no podía.

Quería gritar. Gritar de miedo y terror. Gritar hasta que mi pulmones colapsen y mi garganta pierda sus cuerdas vocales. Pero lo único que quedaba era respirar hondo y tragarse el nudo en la garganta.

No hay nada más difícil que hacerse el fuerte en momentos de debilidad.

—Vas a estar bien, Ester —pude reconocer la voz de Sol tratando de tranquilizarme.

Yo tragué grueso.

—No asegures algo que no sabes si pasará, Sol —le contesté mientras giraban mi camilla a un pasillo y después a una habitación.

—Solo digo que sea el resultado que sea, estarás bien.

La habitación del quirúrgico era extensa, con una enorme lámpara encima de mi cabeza y un estante donde estaban pegados las tomografías de mi cerebro y el lugar donde tenía el tumor, el monitor que medía mis pulsaciones y la mesa donde ponían los utensilios con los que iban a trabajar. También había una enorme ventana enfrente de mí donde podía ver a mis padres sonriendo. Mis padres sonreían pero era una sonrisa algo forzada y nerviosa. Me dolió en el alma verlos así.

—En un momento vienen los doctores, trata de relajarte, ¿si? Estaré contigo en todo momento, no te preocupes por nada —alegó Sol.

—Gracias.

Sol y los enfermeros salieron de la habitación, cerré los ojos por un momento. Respiré profundo y solté el aire con algo de dificultad.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora