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¿Cómo se extraña a lo desconocido?

Ester.

Bajé del taxi que me dejó en la entrada de una casa. Una casa que no reconocí, pero que de alguna manera ya sentía que había estado allí antes.

Mis padres dijeron que la respuesta a mis preguntas sobre la chica con la que había soñado la tenía quien viviese en esta casa, solo que dudaba de quién se tratara. Me encontraba nervioso, no tenía idea de porqué pero así me encontraba. Tenía la incertidumbre latente por saber qué me dirá esa persona, y si concuerda con los sueños que he tenido.

Me acerqué a la puerta y toqué.

Nada.

Toqué dos veces más y aún no salía nadie. Cuando estaba apunto de irme, desilucionado por no encontrar a nadie la puerta, abrió una mujer que apareció en mi campo de visión.

Algo en su rostro me parecía familiar y la reconocí casi al instante. Era la doctora que había visto cuando había despertado en el hospital. Evangeline, creo que se llamaba. Pero no entendía cómo la doctora me ayudaría con lo que parecía tratar de recordar a la chica de cabello morado.

—¿Ester?

Pareció bastante sorprendida de encontrarme allí, confundida también. Aunque no entendía porqué recordaba mi nombre decidí dejarlo estar y concentrarme en lo importante.

—¿Cómo está? —dije cordialmente.

—¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —preguntó realmente confundida.

Allí fue cuando me fijé en su aspecto. Estaba demacrada. Tenía dos bolsas oscuras bajo los ojos y estos estaban tan hinchados, como si hubiese llorado mucho. Su cabello estaba en una maraña desordenada, andaba en bata y en lo personal diría que no había comido en días. Se veía muy mal, y aunque quise indagar sobre ello, no me pareció muy prudente hacerlo.

—Didculpe la intromisión, pero estoy presentando un caso algo inoportuno y mis padres me dijeron que usted podría ayudarme —le hice saber.

—¿En qué podría ayudarte yo, Ester? —alegó cruzándose de brazos—. No estoy en condiciones de ayudarte, ya no trabajo en el hospital y, siendo sincera, no quiero hablar con nadie por un tiempo, así que te agradecería que me dejaras en paz.

Intentó cerrarme la puerta, pero yo la detuve, poniendo mi pie entre está pera evitar que se cerrará.

—Se lo pido por lo más sagrado que tenga —le rogué—. Ya usted sabe que perdí mi memoria, pero he tenido lagunas mentales y sueños muy extraños que me dijeron que usted puede aclarar.

—Lo siento, Ester, no soy neuróloga, no puedo ayudarte con eso.

—Solo quiero que me diga quién es Lady.

Ese nombre hizo estragos en ella, me miró fijamente con el ceño fruncido, dejó de internar cerrar la puerta para solo quedar frente a mí con la confusión plasmada en su rostro.

—¿La recuerdas?

Yo apreté mis labios.

—Eso es lo que quiero averiguar.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora