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Las personas que nos hacen bien no tienen culpa de que estemos tan dañados.

Lady.

—¿Con quién escribes? —preguntó Evangeline como la metiche que es.

La ignoré deliberadamente mientras seguía chateando en la barra del desayuno, por supuesto que ella no se rindió y se acercó para arrancarme el teléfono. La miré con aburrimiento mientras ella veía el chat abierto.

—¿Es enserio? —pregunté incrédula.

Soltó un suspiro y me entregó el celular y por su cara ya supe que venía otro de sus tantos discursos.

—Lady, no puedes seguir viendo a ese chico —dijo.

La miré con una ceja arqueada.

—Sí puedo, ni ciega que estuviese.

Apretó la mandíbula y respiró profundo, reuniendo paciencia.

—Bien, me corrijo; no quiero que vuelvas a ver a Ester.

Se giró para seguir con lo que estaba haciendo en la cocina y yo apoyé mis brazos en el mesón de la barra mirándola con los ojos entrecerrados.

—¿Y a tí qué te hace pensar que voy a hacer lo que tú quieres? Es problema mío con quién quiero estar y con quién no —solté, dejándole claro que diga lo que diga no iba a dejar de ver a Ester. Porque no lo voy a hacer.

Se acercó a mí y me dió una mirada severa. Dándome a entender que estaba hablando en serio.

—Mira, Lady. Ester es un buen chico, el mejor que he conocido, y ha pasado por mucho como para que llegues tú y le hagas la vida cuadritos como me la haces a mí a diario. Él ya tiene suficientes problemas de salud como para que también los tenga en el ámbito emocional. Y tú eres lo suficientemente inteligente como para saber que eso no es bueno para él ¿no? —no contesté, le sostuve la mirada por unos segundos hasta que ella volvió a hablar—: Te lo estoy diciendo por las buenas; déjalo en paz.

Volvió toda su atención a la cocina y yo miraba su espalda con el ceño fruncido. Tenía ganas de decirle que me valía una reverenda mierda su opinión y lo que quisiera que hiciera, pero algo en sus palabras me hizo cuestionarme de una cosa.

—¿Qué te hace pensar que le estoy haciendo algún mal? —decidí preguntarle.

Si algo sé de Evangeline es que siempre tiene un por qué de las cosas. Si te prohíbe algo es porque para ella lo es correcto. Por eso ninguno de mis castigos fueron por falta de bases lógicas.

Sin girarse a mirarme empezó a hablar.

—El día de la transfusión de sangre, Ester estaba más apagado de lo normal y fue porque tú te fuiste sin ninguna explicación después de enterarte de que su tratamiento no está funcionando. Él lo malinterpretó creyendo que te fuiste porque él estaba grave y sus ánimos bajaron mucho —hizo una pausa—. Imagina cuántas veces le hicieron lo mismo para que tenga esa inseguridad de que, cada vez que alguien nuevo se le acerque, tenga miedo de que huya creyendo que es por su causa.

Sus palabras hicieron eco en las paredes de mi cabeza, recordándome a mí misma como quería alejarme de él por lo mismo pero con diferente intención. No me había puesto a pensar en ello hasta ahora, en lo que podría generar mi ausencia en Ester después de semanas de compañía mutua.

Por lo menos a mí, no estar con él me genera... ansiedad, desespero, frustración. Mi cabeza se siente más pesada cuando no tengo su presencia, me siento más presionada con todo. Todo me molestas, me fastidia, no tolero ni que una misera alma respiré cerca de mí sin antes darle una mirada profunda de odio puro. Él calma un poco esa impotencia que siento todos los días. Lo último que se me cruza por la mente es dejarlo o causarle algún tipo de problema.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora