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Una linda mañana es el inicio de una linda semana.

Lady.

Besos. Sentía besos. En todas partes de mi cara. Besos en mis ojos, en mis mejillas, en la punta de mi nariz, en mis pómulos, en mi boca. Arrugué el entrecejo y abrí los ojos lentamente.

—Buenos, días —dijo Ester con una sonrisa.

—Imbécil, me despertaste —le reclamé con la voz ronca algo irritada frotándome los ojos.

Soltó una pequeña risa y volvió a besar mis labios.

—Me encata tu humor por las mañanas —comentó—. Debería despertarte más seguido.

Lo fulminé con la mirada y el me dió una sonrisa de inocencia. Intentó incorporarse pero le envolví un brazo para que se quedara en esa posición y no se levantara.

—No, ahora te quedas allí por una hora más hasta que se me quite el sueño —aseveré acomodándome de nuevo.

—Lady, tengo que ir a casa de mis padres. Quisiera quedarme contigo todo el día, pero no puedo —me dijo con suavidad, pero yo ni me moví, ni solté si brazo—. Ya, Lady, levántate.

Con un gruñido me levanté a regañadientes, solté su brazo y salí de la habitación con él siguiéndome el paso.

¿No les molesta cuando están de lo más cómodo en un sitio y alguien siempre se empeña en moverlos de algún modo? A mí eso me amarga la semana.

Con molestia, bajé las escaleras para ir a la cocina y servirme un jugo de naranja para terminar de despertarme.

—¿Vas a hacer el desayuno? —preguntó Ester desde la isla de la cocina.

—Por mí, muérete de hambre.

Por el rabillo del ojo lo ví sonreír y se acercó a mí para abrazarme por la espalda.

—¿Estas enfadada porque te desperté con mis dulces besos? —cuestionó divertido.

—No me gusta que me despierten cuando tengo un buen sueño —le informé.

—Con que un buen sueño —repitió acariciando las palabras—. Y, se puede saber, ¿qué estabas soñando?

Lo pensé un momento.

—Ahora por tu culpa, ya ni lo recuerdo —le dije irritada, quitando sus brazos de mi alrededor.

—Ya —dijo—. ¿Sabes cocinar?

Tomé un sorbo de mi jugo de naranja mientras negaba con la cabeza.

—Mi relación con la cocina es la misma que la que tengo con Evangeline: desastrosa —le hice saber.

—Bueno, hoy se aprenderá.

—¿Tú sabes cocinar?

—Eso lo pienso descubrir ahora —alegó no muy seguro—. ¿Dónde tienes los huevos en este lugar?

Algo me decía que sería interesante saber cómo quedaría este desayuno. Y al buscarle los huevos y ayudarlo a batirlos, encendimos la cocina con el sartén y el aceite, pero la echar los huevos todo se volvió oscuro. Literalmente.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora