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Hay veces en las que uno simplemente quiere dejar de ser fuerte.

Ester.

Sentía calor. Mucho. Podía sentir mi frente perleada por pequeñas gotas de sudor y recorrerlo por mi cara como una sensación asquerosa y extraña. También sentía la mitad del cuerpo dormido y un pequeño hormigueo desde la parte inferior de mi brazo hasta mi clavícula.

No podía moverme, algo me bloqueaba el movimiento, pero no pude divisar qué era ya que mis ojos estaban tan pesados que me resultaba difícil intentar abrirlos.

No comprendía qué pasaba ¿estaba muerto? No, no lo creo. ¿Dormido, quizás? Pero, no puedo despertarme además estoy conciente dudo que este dormido, ¿En coma? No... eso algo más complicado que eso.

Con un esfuerzo que lo sentí casi sobrehumano abrí los ojos ridículamente lento, y lo primero que divisé fue una lámpara de techo que iluminaba directamente a mi rostro. Luego al bajar la mirada una cabellera morada estaba recostada en mi pecho teniendo así el origen del adormecimiento de mi cuerpo.

Primero me sorprendí y de la impresión quise gesticular unas palabras, pero solo me salieron balbuceos incesantes y deprimentes por no poder vociferar una oración completa.

Al percatarse que intentaba hablar unas personas se acercaron a la cama donde me encontraba.

—¿Cómo estás, hijo? —pude reconocer la voz de mi mamá al instante, estaba ronca y tenía una pequeña inflexión. Al mirarla con detalle pude notar que tenía los ojos rojos e hinchados.

¿Había llorado?

—Ester, ¿cómo te encuentras? —preguntó la voz de la doctora que también tenía el rostro demacrado. Algo la atormentaba ya que me dió una sonrisa forzada—. Dime exactamente qué es lo que sientes.

Su voz también la noté extraña, casi suplicante y desanimada. Miré por encima de la cabellera morada los rostros de los presentes y pude visualizar a mi padre en el fondo con la mirada perdida. Mi hermana no estaba en ningún lado. Sol estaba en la puerta con una expresión de genuina preocupación. Por último, miré el rostro de Lady en mi pecho, y ella no me devolvía la mirada, la tenía perdida, pero me aferraba a ella con fuerza y supe que algo andaba mal.

—¿Qué... sucede? —dije con cierta dificultad.

Mi madre y la doctora se miraron por un momento, pero no supe cómo interpretar su silencio.

—Te desmayaste en el estacionamiento, cielo y...

—Quiero la verdad —sentencié cuando mi madre empezó a hablar con algo de nerviosismo. Siempre hacía eso cuando intentaba ocultar algo.

Miró significativamente a Evangeline que suspiró, se tomó un ridículo y escaso momento que se me antojo eterno e innecesario y me advirtió con la mirada que lo tomara con calma.

—Ester, quiero que te relajes y no lo tomes tan mal, ¿ok? Tómalo de la mejor manera posib...

—Solo díselo y ya —argumentó Lady contra mi pecho.

Evangeline la miró mal y yo sonreí internamente por ello. No me había dado cuenta que extrañaba su actitud tan tosca.

—Tienes un tumor en el cerebro —dijo de golpe la doctora.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora