Es bueno perderse un poco; en la música, en el arte, en la fotografía… o en una mirada.
Ester.
—¿Has estado en Tokio? —preguntó Lady, sorprendida.
—En el hospital de Tokio —aclaré—. Y no es la gran cosa, solo se siente como si estuvieras viviendo en el año dos mil ciento trece, o algo así.
Negó con la cabeza divertida y le dió un trago a su refresco.
Habíamos estado hablando desde hace un rato, solo que ya no en mi cama sino en el suelo, en una esquina de la habitación. No supe porqué le dieron ganas de sentarse allí de repente, pero accedí. Cogió algunas cosas de la máquina del pasillo y decidió traerlas con el fin de tener algo que comer.
Claro que ella era la única que podía comer eso, por supuesto.
He notado que ha estado más relajada, incluso me había hablado más sobre cosas de psicología y psiquiatría que no entendía nada, pero no quería que parase de decirme y ella me explicaba. Eso era buena señal.
—¿Y eso te parece muy poco interesante? —preguntó irónica.
—No, pero están muy adelantados a su época. Es algo... superficial. Demasiada tecnología, máquinas, artefactos. Es demasiado postureo, demasiado falso como para que pueda ser un tema interesante para mí.
—¿Qué quieres decir?
—Que la tecnología lo está sustituyendo todo. No me sorprendería despertar un día y saber que hemos dejado que la tecnología se hiciera gran parte de nuestra vida hasta el punto de que se convierta en algo vital.
—¿Crees que llegue a esos extremos?
Me encogí de hombros.
—Una noticia en internet dijo que una niña de quince años se suicidó porque sus padres le quitaron el celular —dije, recordando el drama que hizo mi madre al enterarse de eso—. Algo dramático, pero realista. Las personas confunden la costumbre con la necesidad y eso lleva a la depresión, creyendo que perdieron algo vital cuando eso no aportaba nada en su vida.
Se quedó callada por un momento, volviendo a sorber de su refresco y yo me acerqué a mi cama, agarré mi computadora y le enseñé la foto que tomé desde la ventana del hospital de Tokio. La observó por un momento hasta que soltó un bufido.
—Me hace cuestionarme qué harían en medio de un apagón —alegó, sacándome una sonrisa.
—Lo más probable es que hagan una matanza al estilo grego-romana.
Se quedó mirando unos segundos de más la foto, y me gustaba como la luz de la computadora le iluminaba el rostro y el cuello. Cuello que lamentablemente fue tapado por un mata de cabello morado al quitarse la cola. Me veía a mí mismo apretando las manos en puños, reteniendo mis ganas de querer apartarle el pelo para poder observarla mejor.
—Me gusta tu trabajo —dijo sacándome de mis pensamientos.
—¿Eh?
—Tus fotos.
—Ah, sí. ¿Qué con eso?
Me miró con cara de pocos amigos.
—Que son muy buenas, Ester. Espero que pienses seriamente en ser un profesional en esto.
Recosté la cabeza de la pared, sin dejar de mirar sus labios cuando hablaba. Creía que siempre los movía en cámara lenta, pero era su manera de hablar. Siempre serena e impasible como si no tuviera ninguna preocupación encima.
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Remembranza
JugendliteraturEra una vana esperanza la mía al pensar que todo lo bueno algún día iba a ser eterno. Era obvio que tenía que terminar. ¿Pero, por qué así? Habías sufrido tanto, no te dejabas querer por miedo a que un día desapareciera y terminaste desapareciendo t...