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El temor hace relucir lo que verdaderamente queremos y sentimos.

Lady.

Mi teléfono no paraba de sonar desde hace una hora y contesté fue por fastidio. Quería que quién quiera que fuera me dejase en paz.

—¿Qué? —contesté de mala gana.

Desde hace una semana entera ando de un pésimo humor, peor que antes. Ya no tolero nada, le tengo poca paciencia a todo y me estreso con la más mínima cosa.

Jamás en mi vida hubiera admitido que estar con Ester iba a hacer un cambio tan drástico en mí. Ya siento que sin él todo, absolutamente TODO, se me está viniendo encima. Odio que ese maldito fuera tan escencial en mi vida como para necesitarlo.

—¿Lady?

Otra cosa que odio es saber que todo me afecta, puedo ser una persona fuerte de carácter pero sensible a nivel emocional, no he llorado en toda la maldita semana pero las ganas no faltaron, mi casa está llena de la escencia del pelinegro y lo detesto, ya lo estoy viendo en todos lados y por eso llevo días sin dormir en mi habitación. Con solo recordar lo que hicimos en ella hace unas semanas...

—¿Qué pasa, Sol? Hoy no estoy de humor para soportar nada —le advertí.

—Lady, necesito que vengas al hospital —dijo, y me pareció intuir un tinte de preocupación e inflexión en su voz, pero no lo sé con certeza.

Volver al hospital no era una opción. Desde que lo mío con Ester acabó no he querido pensar en nada que tenga que ver con él y lo que vivimos en algún tiempo. Sería demasiado masoquista ya que he tenido que destrozar media casa y acabar media caja de cigarros en una hora para que su estúpido recuerdo no me atormente.

—No voy a volver a ese hospital —sentencié

—Lady...

—No me interesa si Evangeline quiere o no, Sol, no volveré.

—Lady solo...

—Te dije que no.

—¡Ester está grave, Lady, tienes que venir ahora!

Al terminar esa oración mi mente fue un remolino de sentimientos encontrados. Sus palabras retumbaban en las paredes de mi cabeza como un eco entre montañas lejanas. Mi pecho se oprimió por la angustia y mi mente se nubló para que solo el rostro del pelinegro se viera en toda mi retina y la simple idea de que estuviera mal aceleraba mi corazón.

—¿Qué le pasó? —pregunté en un hilo de voz.

Sol me explicaba con detalle todo lo que había pasado esa semana que estuvimos separados, lo que ocurrió antes de tomar el taxi para ir al aeropuerto, y el diagnóstico que le dieron antes de volverlo a internar en el hospital como asunto de emergencia.

—No... —fue lo único que pude musitar al escuchar su diagnóstico.

Colgué y tiré el celular para coger mis llaves y el casco e ir rumbo al hospital, con el corazón en la boca, los ojos apunto de desbordarse por las lágrimas retenidas.

No entiendo el porqué la vida se empeñaba en pagarla con quién no debe, a veces es tan injusto que personas buenas sigan sufriendo como si deben pagar algún pecado oculto...

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora